Aunque haya varias canciones y libros que le asignen dotes sagrados, mágicos e imborrables, la juventud nunca es eterna. Cerramos los ojos, soplamos un par de velas y ese cuento se acabó; o no… Al margen de los cambios físicos también hablamos de una sensación y acá es cuando inicia el debate: ¿hasta qué momento podemos considerarnos jóvenes?
“La respuesta varía mucho según la disciplina en que nos ubicamos (demografía, medicina, derecho, etcétera), pero nunca existió ni va a existir una definición universalmente aceptada”, comenta el sociólogo Fernando Aroca.
Sin embargo, esta última década demostró que los números resultan arbitrarios o no bastan por si solos para explicar las evoluciones generacionales que vivenciamos. Por lo general, la etapa se limita hasta los 25 años y aún así existen varias investigaciones basadas en la autopercepción que suben el rango hasta los 30.
“Si omitimos el aspecto biológico, las transiciones entre la juventud, la adultez y la vejez resultan menos marcadas que en el pasado. Los motivos implican múltiples factores que van desde nuestra situación económica, social y cultural a cuestiones psicológicas o proyectos de vida”, remarca.
Además, el profesional enfatiza que esto también ocurre con otras etapas. “Por ejemplo, la edad media para llegar a la pubertad se anticipó -en promedio- un año en la población mundial. En el caso de la senectud, la mayor esperanza de vida actual hace que el resto del panorama previo indudablemente se modifique”, agrega.
Peter Pan vs las cuentas
Con la fecha de nacimiento ya descartada como medidor, la psicoanalista Marine González hermana a la juventud con algunos rituales.
“Esta implica una actitud de crecimiento individual porque solemos asociarla a dar nuestros primeros pasos hacia la autonomía económica, la incorporación en el mercado laboral y la migración hacia una vivienda ajena al núcleo familiar primario”, señala.
Al tildar los ítems y creer que permanecerán sólidos, la mayoría empieza a concebirse como adulto. “El problema pasa por el presente que nos toca afrontar y sus innumerables complicaciones hasta obtener las tres cosas. Hay bastante gente (de 30 a 35 años) que se considera joven porque todavía alberga en su interior alguna aspiración u objetivo de autorrealización que sigue inconcluso”, acota.
Al comparar el pasado con la actualidad, González resalta que una de las pocas ideas que permanecen iguales es la de comparar nuestro viaje a la adultez con el “sentar cabeza”.
“Dentro del consultorio, los adolescentes y tucumanos en sus veintes siguen asociando la etapa a una pérdida de libertades y una ganancia de obligaciones. Para ellos, la madurez consiste en seguir una rutina aceitada; sin tiempo para grandes revoluciones. Sumado a la forma en que gira el mundo (con el materialismo y la necesidad de ser útiles las 24 horas), el resultado lleva a que cada vez más jóvenes sufran cuadros de ansiedad, estrés y depresión”, reflexiona.
Marco profesional
En el marco profesional, otra característica de la juventud actual apunta a la facilidad con que se sacan “la camiseta” de sus empresas o lugares de trabajo (algo positivo o negativo conforme los lentes que usemos).
“En la biografía de nuestros abuelos y padres aparece repetido el hábito de ingresar a una empresa e intentar permanecer allí hasta la jubilación. Seguro también habrá testimonios donde las derrotas o los logros de la institución eran sentidos como propios”, introduce la licenciada en Recursos Humanos Magalí Castillo.
Las estadísticas indican que esa fidelidad mermó. “Los jóvenes cargan con un chip distinto que los lleva a jugárselas por proyectos en los cuales crean y a migrar (o al menos hacer el intento) de aquellas instituciones que ya no les permiten crecer y aprender. Además de que el sector profesional resulta el doble de fluctuante que en años anteriores”, sostiene la reclutadora.
En paralelo, la meta de “ser nuestro propio jefe” ha encontrado en los centennials y los millennials a los oradores perfectos.
“Escuchamos la palabra tan seguido que aparecieron chistes alusivos; no obstante, la proactividad representa una de las mejores virtudes que poseen los jóvenes de estos últimos 10 años. Internet logró ampliar las posibilidades de volverse freelancer o que ellos se dediquen a nuevos trabajos (surgidos en la era digital) en los cuales la competencia con otros rangos etarios no parece tan marcada”, aporta.
El desencanto
Al punteado sobre qué implica creernos jóvenes en este instante, la coach ontológica Natalia Montes suma un aspecto mental.
“Más que nunca, en los jóvenes persiste la visión de intentar conseguir un bienestar integral. En los grupos que me tocó conducir, la mayoría acentúa un deseo de mejorar su salud física y encontrarse desde lo espiritual antes que ser meramente felices por un rato”, afirma.
Hasta ahí, la situación parece incluso poética. “Con los constantes desequilibrios que sufrimos en Latinoamérica, el día a día nos lleva a cuestionarnos en qué lugar estamos parados, qué nos deparará el futuro y cómo intentar conducir nuestro destino de la mejor manera posible. Frente a la incertidumbre, que los jóvenes intenten encallar al menos hacia adentro resulta una apuesta lógica”, argumenta.
Sobre la efeméride
En 1999, la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) decretó que cada 12 de agosto se conmemoraría el Día Internacional de la Juventud. La fecha hace hincapié en la necesidad de colaborar a nivel comunitario para que los jóvenes desarrollen su máximo potencial y de aunar esfuerzos para alcanzar entre todos los Objetivos de Desarrollo Sostenibles (ODS).
Este año el mensaje apuntó también a acabar con la discriminación por edadismo y eliminar las barreras que dificultan la solidaridad intergeneracional. En 2021, la ONU y la Organización Mundial de la Salud (en colaboración con otros actores) publicaron un informe referido al tema.
Acorde a sus resultados, los mayores prejuicios y estereotipos que limitan a dicho sesgo se dan en el marco legal y político.
“Estudios indican que hay una tendencia a dudar, negar o desatender las voces de los jóvenes y los niños; regular sus identidades; y limitar en general sus acciones en los movimientos políticos y de promoción de causas. Por ejemplo, rechazando sus aportaciones en las discusiones o planteando dudas acerca de la autenticidad de las perspectivas de los organizadores juveniles”, destaca el documento (está disponible en la página web www.who.int).
Además, el texto menciona algunas consecuencias para la autoestima y dentro del campo laboral. Al respecto, diversos estudios apuntan a que la discriminación por edad reduce los niveles de compromiso que las personas jóvenes y adultas sienten con la empresa o institución en la cual trabajan.