“Nadie sale sin emocionarse”, define el productor Lucas Capalbo la Experiencia de Arte Inmersiva, que se exhibe en la Sociedad Rural. Es que más allá de tus conocimientos sobre arte, la obra de Vincent Van Gogh emociona con la intensidad de sus trazos y sus colores. Y poder “meterse” en esa obra es sin duda una vivencia sin precedentes.
Cuando ingresás a la muestra hay réplicas de los cuadros y textos para leer. Es el área “analógica”, más similar a un museo corriente, que está para introducirte en forma gradual en la experiencia que viene a continuación. Al cruzar hacia el otro salón, todo está a oscuras y se produce la inmersión que buscabas: las pinceladas, los trazos, las figuras, los colores del gran pintor holandés se multiplican en las paredes y fluyen hacia el piso, mientras la música te envuelve y le pone ritmo a la imagen.
Se trata de una tecnología digital de punta, a la que Capalbo denomina watch art, y que permite mediante un complejo sistema proyectores que se superponen entre sí el maping en el entorno. En el audio, junto con la música, se escucha una narración, escrita en base a fragmentos de las cartas que Vincent le escribía a su hermano Theo, el financista y principal sostén del artista a lo largo de su vida.
No importa hacia qué pared miremos, en todas se ven cuadros de Van Gogh, se amplían los detalles, se acercan las manos de sus personajes, o el rostro, o una flor o una falda. Los espectadores observan en silencio. Algunos, cómodamente sentados en los sillones que se ubicaron estratégicamente en el recinto. Otros, sin dudarlo, se acomodan sobre el piso. Por ahí, puede que se escuche la vocecita de algún niño, que no llega a desconcentrarte de la hipnosis que producen las imágenes que se suceden al compás de la música.
Es realmente una experiencia para toda la familia, de la que los chicos pueden disfrutar tanto como los grandes, sin que la edad sea un condicionante.
“Es una muestra muy dinámica, es educativa y entretenida”, agrega Capalbo. Cuenta que se seleccionaron 75 cuadros de Van Gogh (tanto los más conocidos como otros menos difundidos) y que se eligió este pintor no solo porque es uno de los más importantes representantes del impresionismo, sino también porque tiene mucha llegada popular y ofrece los colores adecuados para la experiencia que se busca que el público viva.
Más que 1.000 palabras
De pronto en el recinto, Van Gogh se multiplica en los diversos autorretratos que hizo. Su mirada se acerca al espectador, te mira de frente, o mira hacia el vacío. Y se hacen patentes los detalles del pincel, la variedad de colores, sus trazos. Mientras, escuchás cómo le explicaba a Theo su trabajo y sus dificultades. “No es fácil pintarse a uno mismo”, le decía. Y le contaba que ojalá ahora en sus cuadros pudiera plasmar “una mirada más serena”, y concluía: “mis retratos dicen más que 1.000 palabras”.
En otro momento, las paredes se llenan con el famoso “Terraza de café por la noche”, que se amplía y te hace sentir en medio de las mesas, en esa calle de Arlés (donde el pintor vivió sus últimos años), y las imágenes se fusionan con la de otro cuadro, “El café de noche”, y es como si entraras y estuvieras dentro del local, al lado de la mesa de billar, a punto de empuñar un taco.
Otro segmento es una suerte de lluvia de girasoles que “caen” por las paredes y se deslizan hacia el piso en una imagen de movimiento continuo y en 3D que te corta la respiración. Una espectadora busca tocar los girasoles, y aunque no siente más que la textura de las paredes, sigue cautivada por las grandes flores amarillas. Y surgen entonces los reconocidos cuadros de girasoles, en diversos floreros, con los que, según una de las cartas enviadas a Theo, Vincent quería decorar su estudio.
Por supuesto, la narración menciona el estudio, aquel departamento pintado de amarillo que alquiló y sobre el que también le cuenta a su hermano Theo. Y vemos “Casa amarilla”. Y gracias a un truco digital, la ventana del edificio se abre y nos asomamos a “El dormitorio en Arlés”, con su cama, las sillas, la mesa y el sombrero de paja colgando de un perchero. Hemos entrado a la casa del pintor.
Se proyectan luego imágenes sobre su relación con Paul Gauguin, de la que le habla a Theo, su entusiasmo inicial por el proyecto de vivir junto al colega francés y luego el final de la amistad. Se ven las otras flores que pintó Van Gogh: almendros, lirios, rosas blancas. Y, por supuesto, la célebre “Noche estrellada”, que en el relato hacen coincidir con la oscuridad que acecha la vida del pintor.
Así, de pronto por las paredes desciende, como si fuera sangre, un color rojo que tiñe los muros y el suelo. Se queda todo a oscuras, suena un disparo. Y se ve la serie de calaveras pintadas por el holandés, figuras menos conocidas que las otras pero tan expresivas como todas.
Y la proyección vuelve a comenzar. Algunos se van, otros se quedan a seguir disfrutando de esa experiencia audiovisual que te pone al centro del mundo de Van Gogh.
Instagrameable
La experiencia no termina en ese recinto, en el que -es importante decirlo- se pueden tomar fotos mientras se observa. Claro que hay sitios mejor dispuestos y más “instagrameables” para tomar imágenes. Tenés una cabina de tres paredes, por las que “caen” en un efecto 3D los clásicos y luminosos girasoles de Van Gogh. En otro sector hay una réplica real (con muebles y objetos muy, muy similares) de “El dormitorio de Arlés” y más adelante, otra, más pequeña, de “Terraza de café por la noche”. Al frente de ambas, se hace cola para tomar fotos.
La muestra ofrece dos experiencias más, tan imperdibles como las anteriores. Una es de realidad virtual, mediante los cascos y anteojos especiales, que te permiten “caminar” dentro de un cuadro de Van Gogh en una experiencia tridimensional y en 360°.
La otra, pensada para los chicos, pero que también disfrutan los adultos, es la posibilidad de pintar vos, con crayones, un cuadro de Van Gogh. En unas mesas dispuestas en un amplio salón hay acrílicos fijados al mueble con relieves con el cuadro. Ponés encima una hoja de papel (están disponibles en número suficiente), pasás los crayones por encima y aparecen las figuras.
Hasta ese momento habrán pasado entre una hora y media o dos. Pueden ser más si vos querés. Menos también, pero vale la pena quedarse y disfrutar cada minuto de la experiencia. Y te volvés a casa con un Van Gogh hecho por vos, el espíritu reconfortado y un recuerdo imborrable.
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HORARIOS: Lunes a Viernes de 10 a 12 hs y de 16 a 22 hs. Sábados y Domingos de 10 a 22.
DURACIÓN: 60 MINUTOS
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