Carlos Duguech
Analista internacional
En la noche del 18 de julio de 2007 Tomás Eloy Martínez participaba de un ciclo de LA GACETA en el Centro Cultural Virla donde exponía sobre “El periodismo futuro y los hechos de la vida”. Momentos antes de su exposición le propuse que, para mi programa “Paz en el mundo”, por Radio Universidad, nos encontráramos. Él había viajado a Hiroshima en 1965 como periodista de “Primera plana”. “No dispongo de tiempo en este viaje. En ‘Lugar común la muerte’ está todo”, me sugirió. Y está todo, en un texto que tiene más relevancia que un texto histórico y en el que se advierte el clima percibido -a flor de piel- por el escritor. Por el periodista de alma.
Ya ingresados en el período de la democracia y vigencia de la Constitución a partir de fines de 1983, en nuestro país se vivía un clima de renovada libertad de expresión a la vez que se corporizaba una valoración más ajustada del sistema democrático de gobierno. Y de los derechos humanos. En ese contexto esperanzador pudimos (este columnista y muchos otros entusiastas) desarrollar una gestión de concientización sobre el desarme nuclear (desde la ONG “Llamamiento de los cien para seguir viviendo”). Una denominación cuasi dramática por aquello de aspirar a “seguir viviendo”, frente al muy oprobioso sistema de arsenales nucleares. En la campaña emprendida de “Educación para la paz”, en la que tanto aportó LA GACETA con la publicación de textos sobre el plan, había que encontrar un método didáctico eficiente en las charlas en colegios y otras entidades. Así fue cómo fue necesario plantearse un esquema donde el desarme nuclear fuera enfatizado como una imprescindible necesidad de la Humanidad. Sugeríamos imaginar (como caso “A”) que la planta de Scania en Tucumán tuviera en sus playas de estacionamiento y alrededores cientos de camiones sin vender. Se habían invertido capitales, tecnología, materia prima, horas-hombre y con resultado económico de quebranto, por caída de las ventas. Y luego, en paralelo, se podía visualizar el mismo esquema (Caso “B”): capitales, tecnología, materia prima, horas-hombre, y una producción acumulada de ojivas nucleares y misiles portadores. Vistas esas dos realidades supuestas concluimos en lo siguiente: en el caso “A” de los camiones, si no se venden, si no se utilizan para lo que están fabricados, sobreviene el quebranto empresario y la sociedad toda queda con menos capacidad de transporte. En el Caso “B” de los misiles y las ojivas nucleares, si no se emplean, gana la Humanidad. Dos actividades complejas enfrentadas: una por la vida y otra por la muerte. Una paradoja doble. El fracaso de la primera actividad (Caso “A”) genera quebrantos y el de la segunda (Caso “B”) alegría de vivir en paz. Y el triunfo de la primera, satisfacción para la sociedad toda. Sin embargo, el “triunfo” de la segunda, desolación y muerte más abarcativas y dramáticas que Hiroshima y Nagasaki. Así de simple, de dramáticamente simple.
Un día como el de hoy
Japón y el mundo conocieron un nuevo artefacto de muerte y destrucción masiva que asolaron Hiroshima y Nagasaki, el 6 y el 9 de agosto, respectivamente, de 1945. En esta prueba de campo se utilizaron uranio y luego plutonio. Las dos únicas bombas fabricadas y que EEUU necesitaba probar en ciudades. Y un día como hoy, 8 de agosto, entre esas dos fechas, la URSS quebraba el tratado de neutralidad suscripto con Japón en abril de 1941 como fin de enfrentamientos anteriores habidos entre ambos. El eje del tratado estipulaba que las partes se mantendrían neutrales ante un caso de guerra de una de ellas con un tercer país. Y ese día que precedió a Nagasaki los soviéticos atacaron a Japón. Cumplía así Stalin el compromiso con Roosevelt: “noventa días después de la rendición alemana” dijo, invadiría Japón. Cumplido que fue ese plazo, la URSS inició una guerra de 26 días, que contribuyó a completar la rendición del imperio nipón.
El canciller argentino en la ONU
En la ONU (NY) el 2 de agosto y en ocasión de la Décima Conferencia de Revisión del TNP (Tratado de No Proliferación Nuclear) el canciller Santiago Cafiero reclamó “un mayor compromiso de los países poseedores de armas nucleares para hacer efectivo un “desarme completó, verificable, transparente e irrevocable”. Citó la “Iniciativa de Estocolmo (que brega por el desarme nuclear) de la que Argentina participó en noviembre de 2021.Nuestro país se había mantenido reticente a suscribir el TNP que entró en vigor en 1975, con claros fundamentos, entre ellos, por ser no democrático y discriminatorio. Recién fue parte al ratificarlo en 1995 (¡25 años después de su vigencia!) durante el gobierno de Menem.
El canciller desplegó reiteradas referencias (“de manual”, dirían los críticos, con fundamentos). Nada nuevo. Lo nuevo hubiera sido que Argentina fuera parte del Tratado de Prohibición de Armas Nucleares. El canciller se limitó a formular loas al TNP que, con la expresión “no proliferación” se le hace el juego a los que “ya” tienen los arsenales. Nadie más que ellos, esa es la “no proliferación”.
Cerramos esta referencia a los dichos “de manual” del canciller poniendo en a la vista un grave error conceptual y de información: dijo en la ONU que el TNP “es el único tratado multilateral que representa un compromiso vinculante para los estados poseedores de armas nucleares respecto del objetivo del desarme”. No es así. El único tratado internacional vinculante es el que no firmó ni ratificó Argentina: Tratado Internacional de Prohibición de Armas Nucleares, vigente y vinculante para los estados parte desde el 20 de enero de 2021. Ninguna mención a ese tratado hizo el canciller. Ocultó un dato. Perdió la oportunidad. Y, además, le asignó a un tratado (el TNP) una condición que no posee. No todos los que nos representan como cancilleres o embajadores de nuestro país en los foros del mundo tienen la formación necesaria e imprescindible para que la política exterior argentina sea coherente, creíble y beneficiosa para los intereses de Argentina. Y un dato no menor esta vez: ¡Argentina presidía la Conferencia!
Regla mnemotécnica
En mayo de 2016, el ex-presidente Obama, en una visita a Hiroshima insistió (ya lo había hecho en Praga pocos meses de asumir en enero de 2009) en promover un mundo libre de armas nucleares. Pero EEUU (y los otros poseedores de esos arsenales) boicotearon el Tratado de Prohibición que empezó a gestarse en 2017 y está vigente desde el 20 de enero de 2021. Para darle dramatismo a sus palabras además se refirió a los 60 millones de víctimas de la (IIGM) Segunda Guerra Mundial. Y aquí nos plantamos. ¿Qué diferencias hay entre un millón y sesenta millones? Jamás ser humano alguno ha visto juntas reunidas un millón de personas. La cancha de River puede albergar 72.000 asistentes. Lo máximo que una persona pudo ver son los 250.000 asistentes a la marcha en Washington el día en que Lutjer King consagró su famoso “I have a dream”. Ahora aplicamos una regla mnemotécnica para apreciar qué son 60 millones de personas víctimas de en la IIGM. Calculadora en mano: el resultado es…de no creer: como si por día de cada uno de los que en seis años duró la IIGM despegaran del aeropuerto de Ezeiza 55, sí, cincuenta y cinco AIRBUS 380 con 500 pasajeros durante seis años, y todos, todos ¡se desplomaran a tierra! Ése es el horror de la guerra, el verdadero rostro, sin eufemismos.
“El síndrome de Afganistán” era el título de una columna en LA GACETA (12.11.2021) que suscribí afirmando que la manera de la retirada de las fuerzas armadas de los EEUU del asolado país afgano era anormal. Cito el párrafo final: “Lo de EEUU fue una huida prevista, una derrota y un cargo por tantas muertes y recursos pésimamente empleados. En fin, la única diplomacia de los EEUU que creen les funciona (y a veces se cumple) es la diplomacia armada. Jamás la diplomacia creativa. El síndrome de Afganistán es elocuente y basta para afirmarlo”.
Por mano propia
En nuestra sociedad sabemos cómo se califican algunos hechos de sangre donde no intervienen policías ni autoridad alguna: “Justicia por mano propia”. Es lo que pretendió hacer EEUU con el asesinato de Ayman al Zawahiri, un médico egipcio devenido líder de Al Qaeda, (sucesor de Bin Laden) con el modernísimo sistema de drones. Fue en Kabul, la capital afgana, en la que estaba viviendo casi de incógnito.
Llama la atención que en nuestro país, todavía, en cuanto al control de constitucionalidad y otros asuntos conexos, se cita un fallo de los EEUU en el caso “Marbury vs. Madison” sobre control de constitucionalidad (¡Del año 1803!) en abono de las razones que se exponen en algún escrito a ser evaluado por la justicia argentina. ¿Alguien osaría trasladar a un contexto argentino la “resolución” del caso “Ayman al Zawahiri”, sólo porque EEUU lo ha institucionalizado (como quien cita a “M vs. M”)?
Lo de la “justicia por drones propios” allende las fronteras, como lo suele hacer la Casa Blanca, es un atentado al derecho internacional. Fue un crimen con alevosía. No una acción de guerra.