“Bienvenidos a la famosa Isla Maciel”, reza un cartel que avisa que uno ha llegado a destino. Partido de Avellaneda, La Boca del otro lado del Riachuelo, a 15 minutos en auto de la Casa Rosada y casi debajo de la autopista Buenos Aires-La Plata. Parece sencillo llegar, pero no.
“No hacemos viajes a la Isla”. El mensaje se repitió en no menos de 10 llamados a taxis de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires entre el viernes por la tarde y el sábado a la mañana. “Es una zona insegura”, argumentaban el porqué de la negativa.
Sin embargo, cuando la hora de partir estaba sobre el límite y llegar al Osvaldo Baletto parecía una misión imposible, el “ángel” salvador aparece en escena.
Rodrigo trabaja en la Municipalidad de Lanús de lunes a viernes y tiene dos remises que pertenecen a la flota de “El Candombero”, la remisería de la Isla, que es propiedad de un dirigente de San Telmo.
Durante sus horas libres y sobre todo los fines de semana, Rodrigo agarra uno de ellos y se dedica a realizar viajes. “Todo suma. En estos tiempos, donde la guita no alcanza, hay que trabajar y trabajar”, se resigna.
En 1860, esa zona era casi un paraíso. Un tal señor Maciel, que había heredado esos terrenos, comenzó a venderle lotes a inmigrantes (en su gran mayoría italianos), que llegaban a trabajar en las empresas del puerto.
La isla dejó de ser tal a principios del Siglo XX, cuando el brazo del Riachuelo que la rodeaba fue rellenado por las empresas portuarias. De isla, sólo quedó el nombre y el recuerdo de un barrio que ostenta el orgullo de haber sido el primero de Avellaneda.
Maciel ya no tiene el brillo de sus inicios. Es casi un punto olvidado a escasos kilómetros de dónde explotan los flashes de la gran Ciudad. “Es un lugar ‘heavy’”, apunta Rodrigo, que se mueve como pez en el agua en la zona y conoce cada recoveco. “Y... nadie quiere entrar porque tiene mucha fama de complicado el barrio. Nosotros no tenemos problemas. A la remisería la conocen todos y no pasa nada. Pero si entra un taxi desconocido...”, explica Rodrigo y el ademán con sus manos reemplaza a un “no sé qué puede pasar”.
Según cuentan los que más años llevan viviendo en el lugar, la Isla fue, hace algunas décadas, un sitio en el que los adolescentes porteños conocían por primera vez el sexo, en lo más de 50 burdeles que supo tener.
Lo que supo ser una zona de gente de trabajo, de fábricas y en la que los que vivían en la gran ciudad buscaban esparcimientos hoy es un conglomerado de casas. Algo similar a La Boca, pero con mucho menos glamour.
Al llegar, todos los prejuicios que habían surgido quedan de lado. El acceso, si bien es algo escueto y un poco solitario, no ofrece peligros. Todo lo contrario.
Los empleados de San Telmo son simpáticos y tratan de hacerlo sentir bien al visitante. “No vamos a dejar pasar a nadie de Tucumán si no traen tamales y empanadas”, suelta la señora encargada de entregar las credenciales de prensa. “Corazón, amor, que le vaya bien, que disfrute”, son algunos de los augurios que espeta.
En un mástil ubicado en el córner noroeste del estadio, flamean tres banderas: la de San Telmo, la de Argentina y la de la AFA. Desde la calle se las ve flamear con fuerzas por el viento que viene del Río de la Plata. “Esa es una señal inequívoca de que juega el “Candombero”, explica José, uno de los primeros hinchas en ingresar a la zona de plateas.
Si bien fue fundado (y actualmente tiene su sede social) en la Ciudad de Buenos Aires, en el barrio al que le debe su nombre, San Telmo es el hijo de la Isla desde 1926 cuando perdió el terreno en el que tenía su estadio en CABA por falta de escrituras y se afincó para siempre en el lugar en donde hoy está.
El “Candombero” muchas veces es el motivo de alegrías de un sector postergado y estigmatizado. Y ayer lo fue, luego del pitazo final de Ramiro López la Isla estalló de alegría. En las casas la música sonaba con fuerzas y las sonrisas que salían por las ventanas eran amplias. No era para menos; el equipo de sus amores acababa de cargarse a uno de los animadores del torneo y a uno de los equipos con más historia del interior del país.