Una emoción que repiquetea sin distinción de edad

Una emoción que repiquetea sin distinción de edad

Ayer se realizó la cuarta edición de la Marcha de los Bombos. Cientos de personas (entre uno y 81 años) hicieron sonar sus instrumentos durante la mañana.

DESDE ADENTRO. Miguel (81 años) dice que lo que él toca nace de su corazón. LA GACETA / FOTOs sE Analía Jaramillo

Mientras la plaza San Martín empieza a llenarse de bombistas, los repiqueteos adelantan lo que en breve va a comenzar. Pero en medio de la multitud se escucha algo que no encaja. “Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz”, cantan a lo lejos. La homenajeada es Victoria Frías (14 años): es su cumpleaños y -admite- festejarlo en la Marcha de los Bombos es lo que más quería. “Tengo pasión por el folclore. Prefería pasar mi cumpleaños aquí, y mi familia decidió acompañarme -resume-; es hermoso vivirlo así”. Pasión. Esa es la clave. Y lo que unifica a los cientos de personas que van llegando.

No es (ni será) un sábado cualquiera en el centro de San Miguel de Tucumán. Desde las 9, con bombos en mano, con ponchos tucumanos y con trajes tradicionales, amantes del parche y del folclore se agrupan para recorrer las calles bajo la consigna “Porque estamos hechos de historias y latidos ancestrales”. Y nadie quiere perdérselo: con el pasar de los minutos se acercan cuerpos de danza, familias y grupos de mujeres y hombres que se encontraron gracias al bombo. Esta, entonces, es la perfecta oportunidad para compartir juntos.

Ni la edad es un impedimento. Priscila y Hernán Banegas están a la espera del inicio de la marcha (organizada por el Indio Froilán González) con su hija Delfina. Y la pequeña llama la atención: sin cesar, golpea con pasión los palillos en el gran bombo de su papá. Bueno, en realidad, es de un tamaño normal, pero parece enorme porque ella sólo tiene un año y un mes. “Le gusta venir, bailar y tocar. Le tiene que gustar sí o sí, porque a los padres les encanta el folclore”, dice entre risas Priscila. Ella heredó la pasión por esta música de su padre, mientras que a Hernán le nació de pequeño; ambos quieren que la nena también aprenda a tocar (y a amar) el bombo. Y, según se puede ver, a Delfi ya le encanta.

PEQUEÑO TALENTO. Fausto (dos años) estuvo a la cabeza de la marcha y también se animó a bailar.

Por las calles

Pasadas las 10 arriban Froilán y un grupo de personas desde Santiago del Estero. En un abrir y cerrar de ojos todos los bombistas y bailarines se ubican y una gran bandera que anuncia la marcha se despliega en “la cabeza” de la comitiva. “¡Que suenen fuerte esos parches!”, es la señal de aviso que da el animador designado. Y así empieza la caminata. Repiqueteos y más repiqueteos. Desde ahora, sólo eso se va a escuchar. Y, para los participantes tampoco hace falta nada más: el bombo lo es todo.

Todos salen de la plaza hacia calle Lavalle. Por supuesto, el bombo es protagonista; sin parar, los instrumentos suenan para “despertar” a los tucumanos en esta mañana. Y lo logran. El sonido, como un latido fuerte, hace salir de su casa a más de uno. Desde los balcones, desde las puertas o desde los jardines, se empiezan a escuchar palmas y hasta algunos sapukay que engalanan el trayecto.

Una de las cosas que más llama la atención es que atrás de la bandera y encabezando la comitiva hay nenes. Y algunos muy chiquitos. Fausto Herrera (dos años) se anima en una de las paradas a zapatear un poco; y sus pasos están acompañados por el golpeteo de Froilán -nada más y nada menos-. El niño también toca el bombo. “A él le salió naturalmente el ritmo; primero con la boca, y luego le compramos un instrumento... Y así empezó a tomar clases -dice su mamá Julieta Salas-; le pega al ritmo. ¡Tiene un oído que es impresionante!”.

Fausto no es el único que se anima a bailar en la marcha. En Bernabé Aráoz y Crisóstomo Álvarez toda la fila de bombistas se para, y la música suena cada vez más fuerte. Es que una de las vecinas (de edad avanzada) ha salido de sorpresa al porche de su casa para “tirar” algunos pasos al ritmo del repique.

La fiesta

Cuando la comitiva ya está por llegar al parque Avellaneda, los presentes se “chocan” con la caravana religiosa de San Cayetano. En señal de respeto los bombos dejan de sonar -frente a la Maternidad- y se levantan como ofrenda (se transforma en una imagen repetida durante toda la mañana). Juntos (fieles y bombistas) rezarán una oración y, finalmente, la marcha finaliza en destino.

En el parque ya hay montado un escenario y hay decenas de personas esperando la llegada de los que vienen. Una vez allí, se arma la verdadera fiesta. “¡Queremos ver todos los bombos arriba”, dice uno de los cantantes, ya sobre la gran tarima. Los apasionados bombistas cumplen con el pedido; pero no por mucho tiempo, porque inmediatamente, empieza la música y, por supuesto, los legüeros comienzan a acompañar.

En medio de la multitud se destaca Miguel Miranda, que toca con gran concentración y con gran pasión. “El bombo es el instrumento más importante que hay”, dice en ese momento el hombre de 81 años. Hace 25 años que toca y hace otros 35 que baila folclore. “Lo llevo adentro. Es parte de nuestra cultura. Es un sentimiento que se lleva en el corazón. El sonido nace de ahí adentro”, resume y toca. A su edad, sigue repiqueteando, como lo hacen todos los bombistas una, otra y otra vez. Sin cesar...

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