Hay mitos y leyendas del automovilismo tucumano que se escribieron con tinta indeleble. Que resistieron el tiempo y que llegaron hasta el presente. La de José Rodolfo “Cacho” Chico es una de ellas. El piloto, nacido en 1939 y recientemente fallecido, fue centro de escena de numerosas crónicas; de él se habló largo y tendido en las radios. Y por él, las multitudes gritaron fuerte, en las rutas y en el autódromo.
La historia de este “as del volante”, como se solía decir en la época, comenzó en el barrio El Bosque, en cuyas calles empezó a forjarse su afición por los motores, en lances barriales. Los datos indican que fue en 1961 cuando debutó en una carrera, sobre una moto Gilera 300. Eran tiempos de carreras no sólo en Tucumán, sino también en otras provincias. Ganó varias, con rivales con cartel propio, como Camilo Ferroni, Mario Bonsignori y Carlos Acotto.
Al poco tiempo ya empezó su historia con los autos, en los que corrió hasta finales de los 70. En su carrera, aparecen distintas marcas y modelos como Chevrolet 400, Fiat 1.500 B, Fiat 1.600, Fiat 125 coupé y Peugeot 404.
En un rápido repaso a sus mejores logros, hay que remitirse a 1965, cuando fue 1° en la Trepada de Aconquija; en 1966, resultó 5° en Chaco y en 1973 fue subcampeón del TN Tucumán (Zonal) y 4° en el Gran Premio Nacional; 7º en el desafío Jesús María-San Marcos Sierra y 9° en la Jesús María-Covadonga. Pero esas son sólo algunas muestras de lo mucho que corrió “Cacho”.
En junio de 1975 se dio uno de sus duelos más memorables con Pedro “Pirincho” Parra (a quien consideraba el mayor rival de su carrera), en el autódromo “Nasif Estéfano”, en la clase “C” del TN. “Cacho” ganó, “Pirincho” fue 3°, detrás de “Lalo” Formoso. La carrera tuvo de todo, incluyendo toques; al final, el público llevó en andas a los dos protagonistas.
El Gran Premio de Turismo Nacional de 1973 le dio cartel de ídolo y le abrió las puertas de la consideración nacional. El representante de la peña “El Vértigo Tucumano” fue cuarto, compitiendo entre los mejores pilotos del país. Crónicas de la época dan cuenta de que, al terminar el desafío, hizo su ingreso triunfal a la ciudad en una larga caravana con sus admiradores. “Los coches poblaron la ruta 9 a la altura de Mancopa para dar un apoteótico recibimiento al piloto y a su copiloto, Juan José ‘Semilla’ Palermo”, se escribió. Además, se dice que para los fanáticos de las apuestas, ese día se jugó todo al 33: era su edad, el número de la coupé Fiat 125 que manejó y del domicilio de la peña que lo apoyaba: avenida Mitre 33.
Luego de su debut en un Chevrolet 400, en pruebas que se hacían en rutas del interior tucumano, se “prendió” en las trepadas que se hacían a y desde San Javier. Con rivales como el “Colorado” Medici, ganó en su debut y al final de temporada se coronó campeón.
Sinsabores vivió muchos. Un Peugeot 404 a inyección que le compró a Guettas y que había pertenecido a Cabalén lo hizo renegar más de la cuenta. Incluso, por ese auto casi se mata en El Cadillal: “llegué a la asistencia sin frenos. Los revisaron, y también a los líquidos. El auto anduvo bien una curva, luego ya no frenó y me fui afuera. Comencé a volcar, salí despedido del vehículo y este me pasó por encima, sin llegar a aplastarme. Me levanté y me desmayé. En una radio hasta dijeron que había muerto” recordó.
El Gran Premio de 1973 tiene una trascendencia única para “Cacho”. Aquella carrera coincidió en la fecha del Turismo Carretera en la que falleció Nasif Estéfano. Manejó una coupé Fiat 125, acompañado por Palermo. En la prueba estaba el equipo oficial Peugeot con “Paco” Mayorga y Gastón Perkins y el de Fiat, con Ricardo Zunino, “Cacho” Fangio, el “Yeti” DiNecio y Carlos Pascualini. Esa carrera se largó en Buenos Aires; Chico llegó décimo lugar a San Juan. Su relato sobre cómo siguió todo no tiene desperdicio…
“Desde San Juan fuimos a Concepción. No me olvido nunca que, cuando íbamos llegando en el 4° lugar, ‘Semilla’ me advirtió que al costado del camino estaba Nasif saludando; al otro día largaba en el TC la que sería su última carrera. Al llegar a Salta, tuvimos problemas con la caja. El equipo Fiat nos hizo la asistencia. En poco más de una hora la desarmaron y arreglaron, poniendo en orden otras cosas también. Salimos hacia Jujuy por la ruta de cornisa y un grupo de amigos nos hizo señas marcando un N° 1. Cerca de Rosario de la Frontera, vimos que lo del 1 era cierto, porque todos los aviones (el del equipo Fiat, el del ACA y el de una radio) nos seguían. En 7 de Abril, en el límite con Santiago del Estero, golpeé el auto y torcí toda la suspensión; igual llegamos cuartos. Otra vez el equipo nos puso el coche en condiciones. Luego, Fiat nos pidió hacer juego de equipo con Zunino, pero al final eso no se dio. Al día siguiente había que ir a Catamarca. Tuvimos que romper el ventilete porque no encontrábamos las llaves. Hicimos un puente para que arranque el auto y rompimos la traba del volante. Casi no nos dejan seguir corriendo. Pero lo hicimos: en ese tramo rompimos el parabrisas, pinchamos un neumático y hasta una piedra que lanzó el auto de Perkins me pegó en la cara y me lastimó. Bajamos el ritmo de carrera y clasificamos cuartos”.
Genio y figura, Chico “habitó” un ecosistema lleno de figuras en un tiempo en el que el automovilismo era pasión y convocaba a miles de fanáticos a las rutas. Como síntesis de cómo vivía él cada carrera, quedan dos frases: “tuve muy buenos rivales. Para mí, el que se sube a un auto de carrera tiene capacidad y se merece mi respeto”; “me gustaba manejar en la montaña, pero si era en bajada mejor”. Dos pinturas perfectas de caballerosidad deportiva y de espíritu de riesgo para esta leyenda.