Durante más de una década, la directora Alejandra Grinschpun y el productor Laureano Gutiérrez siguieron la vida de Ismael, Gachi, Andrés y Rubén, quienes desde niños crecieron en los espacios públicos porteños, entre juegos y peligros que fueron formas de sobrevivir. El resultado fue “Años de calle”, la película que ganó el festival Tucumán Cine en su instancia argentina en 2014 y que se proyecta en instituciones penales locales.
“Cuando empezamos no sabíamos que iba a tener ese formato; trabajábamos en un centro de día de la Capital Federal con chicos y chicas en situación de calle. Ante la posibilidad de registrar dónde vivían y cómo llegaban hasta la institución, los conocimos profundamente y grabamos bastante. Pasó un tiempo, Alejandra dejó de trabajar en el centro y luego nos volvimos a comunicar y me preguntó qué había pasado con ellos. Decidimos filmar la segunda etapa y esperar hasta que fueron adultos, para que ellos decidan si querían participar o no, atento a sus situaciones legales”, relata Gutiérrez, en diálogo con LA GACETA.
Entre el primer tramo y el segundo, pasaron cinco años y mucha vida. “Pasaron cosas muy fuertes, y queríamos saber qué iba a ser de sus vidas en el futuro y salir de la dualidad clásica de chicos que están en peligro o que nos ponen en peligro. Así llegamos a una tercera etapa, ya con ellos como adultos, habían crecido y tenían mucha dureza. Pero como el vínculo ya estaba forjado, se pudieron contar sus historias para que quien las vea se movilice, cambie su mirada y cuando se contacte con una población tocada por la pobreza, la marginalidad y la exclusión, sea vista de otra manera”, describe.
“La pobreza siempre impacta de manera particular en las infancias y las adolescencia, en todo el país. En grandes ciudades, el hacinamiento y la imposibilidad de estar en un marco familiar los hace moverse e ir a buscar recursos simbólicos, lúdicos, identitarios y reales como alimentación, a los lugares donde están. En el ámbito urbano, la violencia y la hostilidad generan efectos particulares. Muchas veces, no se ve o no se quiere ver la pobreza, pero existe”, sostiene.
Los cuatro personajes describen historias que pueden representar muchas otras, admite el productor: “tienen en común la búsqueda de salir, de mejorar y de encontrar alternativas a las situaciones que viven, que es algo que tenemos todos los seres humanos. Buscamos la felicidad, el vínculo, el afecto, la familia, el trabajo, la realización personal... Todas las capas sociales se parecen y el documental lo muestra; pero sí son diferentes las oportunidades y qué se hace frente a ellas”.
Cada uno tuvo un crecimiento distinto. Ismael se dedicó al arte y a trabajos de inclusión; su hermana Gachi no quería ser madre, pero tiene cuatro hijos de los que perdió inicialmente la tenencia y frecuentemente fue institucionalizada. “La signó la cuestión de género de ser mujer y de venir de la exclusión, le fue mucho más cuesta arriba teniendo la misma formación y familia. Recién de adulta y varios años después de la película pudo reencontrarse con sus hijos y tener una casa”, describe. Andrés tuvo varios ingresos a la cárcel y se perdió el rastro de Rubén.
Salir del círculo de la marginación y la miseria, según Gutiérrez, depende “de las posibilidades que se les pueda ofrecer desde la sociedad civil o del Estado; hay mucho recurso estatal pero mal distribuido, sin continuidad desde lo laboral y formativo, relacionado con el vínculo familiar”.
“La población carcelaria ve en la película parte de su propio pasado y lo articula y cuestiona desde el presente. Eso genera me genera mucha expectativa”, concluye acerca de las proyecciones previstas en el festival.