Parece increíble, pero sólo dos años de pandemia bastaron para eliminar tabúes sobre la salud mental. Términos que resultaban poco conocidos comenzaron a formar parte de nuestro vocabulario, y todos aprendimos la importancia de cuidar nuestra mente. Y es que, por la covid-19 y por el aislamiento, se exacerbaron padecimientos que afectan al bienestar emocional de la población. Y que perduran a pesar de que ya se superó la situación de pandemia y se acabó el aislamiento.
Dos años de pandemia hicieron que personas empezaran a sufrir diferentes trastornos, y que algunos de aquellos que ya los padecían, vieran empeorados sus cuadros. “Los trastornos de ansiedad son los que más se vieron, acompañados de muchas preocupaciones, de pensamientos catastróficos, de ideas de que algo malo iba a pasar”, resumió a LA GACETA Federico Luis Abril, presidente de la Sociedad de Psiquiatría de Tucumán y destacó: “también se vieron muchos casos de depresión. Aproximadamente, vimos un 30 % más de casos de depresión y ansiedad -resaltó-; una depresión asociada al no ver salida, al haber perdido cosas o a un duelo”
Y eso no es todo, indicó María Fabiana Lávaque, presidenta del Colegio de Psicólogos de Tucumán. “Hay dos ejes que hay que considerar, en primer lugar: la forma vertiginosa en la que ha cambiado nuestra cotidianidad, y las pérdidas que gran parte de la población ha sufrido -enumeró-; y lo que hay hoy es una nueva configuración de nuestra manera de vivir, que desencadena situaciones de tristeza, de depresión leve y de angustia ante la incertidumbre. Me parece que hay muchas personas afectadas por una sensación de desajuste, que no pueden ponerse a tono con estos cambios en la vida cotidiana”.
Pero también hay cosas positivas. “No sólo han aparecido maneras de sufrir, sino buenas maneras de enfrentar esos sufrimientos -destacó-; buena parte de nuestra población también ha desarrollado la capacidad de crear y de relacionarse de otra manera, de vivir de manera menos alienada”.
¿Vuelta a la normalidad?
La pandemia ya ha terminado, pero sus consecuencias todavía se sienten ya que no todo ha vuelto a la vieja normalidad. Con respecto a las cuestiones de salud mental, sucede esto. “El hecho de que las cosas hayan empezado a normalizarse ha hecho que algunos cuadros hayan descendido; están bajando los casos de trastornos de ansiedad y de depresión”, aseguró Abril y resaltó que, por la pandemia, “se ha visto un aumento impresionante de los trastornos del sueño, de violencia doméstica y de otras enfermedades”.
Todos estos cuadros -subrayó el experto- son reversibles con un buen diagnóstico y un buen tratamiento, aunque sí aseguró que revertir algunos casos es más difícil que otros. En esto también coincidió Lávaque. “Sí, hay una disminución de cuadros de angustia y de cuadros depresivos, en la medida en que el mundo se empieza a organizar bajo ciertas coordenadas más certeras -resaltó-. No hay nada que sea incurable; la posibilidad de revertir la ansiedad, por ejemplo, tiene que ver con la posibilidad de revertir las condiciones de vida de quién está patológicamente ansioso. Y así sucede con los demás cuadros”.
Por supuesto, hay diagnósticos más complicados que otros. “La situación de reclusión, de soledad, hizo pasar a algunos de un consumo ocasional a uno intensificado, incluso personas que ya tenían un consumo intenso, con el ASPO se han vuelto más adictos. Y esas situaciones clínicas son más difíciles de revertir -indicó Lávaque-; durante el aislamiento los psicólogos hemos trabajado con un importante incremento de situaciones de adicción y violencia, y de eso se va saliendo, paulatinamente”.
Los más perjudicados
Según algunos datos de Unicef en Latinoamérica, en pandemia, uno de cada dos adolescentes no tenía las mismas ganas de realizar actividades. Y ellos han sido los más perjudicados. “El adolescente, más que el adulto, es una persona que depende mucho de los vínculos y de las relaciones con los pares -reflexionó Abril-; y el hecho de estar aislados y no poder conectarse en forma presencial, todo eso impactó. Hubo muchos trastornos depresivos, más que ansiedad, y hubo preocupaciones económicas en los países como el nuestro... Los adultos jóvenes ya venían con sus primeros empleos, y de repente quedaron en la calle. Se empezó a ver el fenómeno Ezeiza”.
Lávaque explicó que en la población adolescente es en la que más se ha visto la consolidación de conductas adictivas. “Los adolescentes, encerrados y privados del lazo social son los que más han sufrido la caída en el consumo, mientras que a los adultos los afectan más las pérdidas -comentó-; además, para el adolescente la relación con los pares es muy central y en muchos casos se vio interrumpido eso, quedando recluidos al mundo familiar, que se vuelve muy opresivo y que no les ofrece mucha salida. Eso sí ha producido la acentuación del consumo, de la adicción a los videojuegos y a las pantallas, una situación de aislamiento y de pérdida de sentido a la vida”.