Cuando los hijos deben atender a sus padres
La pérdida de autonomía impacta en los adultos mayores y en su familia. Surgen muchos conflictos. Cómo enfrentar esa nueva realidad, en la que uno se convierte en cuidador y otro, en cuidado. Los especialistas recomiendan buscar ayuda profesional y piden que haya un Estado presente, que asista a quienes asumen el rol de acompañar a sus seres queridos enfermos.
Es tal vez el momento más impensado. Uno de los más difíciles y dolorosos. Cuando llega, desata un remolino de emociones y de conflictos. Sucede cuando se cambian los roles y las personas se convierten en padres de sus propios padres.
Le ocurrió a Sandra. Tiene 54 años y es docente de inglés. Su mamá, que es viuda, sufre demencia desde hace dos años, cuando cumplió los 82. Además, por una caída se quebró la cadera y ahora está en silla de ruedas. “Me tuve que mudar a su casa para cuidarla. Me ayuda una enfermera de noche y, cuando yo trabajo o necesito hacer un trámite, viene uno de mis hermanos a cuidarla. Mis otras dos hermanas se borraron literalmente; una porque está lejos y la otra porque está en crisis y no puede ver así a su mamá. ¡Cómo si para mí fuera fácil!”, exclama, enojada y triste.
Mientras aumenta la expectativa de vida, esta es una realidad cada vez más frecuente en las familias. La pérdida de autonomía impacta tanto en los adultos mayores como en quienes tienen que cuidarlos. Toda la cotidianeidad y los planes cambian. Y, como si fuera poco, muchas veces va acompañado de problemas de salud físico y mental, lo cual es un golpe muy doloroso, describe la doctora Aurora Rueda, especialista en gerontología.
En shock
“Es un proceso desgastante y de mucha pérdida, en el cual el adulto mayor reconoce que está dejando de ser él o ella y sufre por eso, al igual que el familiar que lo acompaña”, apunta. “Ambas partes se descubren en un lugar nuevo. El adulto mayor, en un lugar de creciente dependencia y el familiar, en su nuevo rol de cuidador. Es esperable que haya una crisis, sentimientos de negación, frustración, enojo y miedo. Es un shock: el padre, ese que en otros tiempos todo lo podía, de repente pasa a ser un niño indefenso que necesita que lo cuiden. Duele aceptar esa fragilidad, y angustia no saber cuánto durará la situación”, especifica.
En el medio, los hijos muchas veces se enfrentan con esta realidad: no todos están dispuestos a ayudar de la misma manera. “Las mujeres siguen siendo las que más se hacen cargo del cuidado de los adultos mayores. Y en muchos casos sufren un gran estrés porque por un lado deben cuidar a sus hijos y nietos, y, por otro, a sus padres”, describe. Las cifras lo confirman: nueve de cada 10 mujeres en Argentina realizan el Trabajo Doméstico y de Cuidados No Remunerado (TDCNR), lo cual deriva en un promedio de 6,4 horas diarias. Ellas dedican tres veces más tiempo que los varones.
Primero hay solidaridad, ¿y después?
Al principio, cuando un padre se enferma o va perdiendo independencia, suele despertar la solidaridad de todos en la familia. Como en el caso del papá de Cristina, que es docente jubilada y tiene 66 años. Su padre tuvo un ACV en 2018 y quedó postrado. Entonces, entre los tres hijos intentaron ocuparse de todo: ella hacía los trámites de la obra social, otra se dedicaba a las compras y el tercero abarcó todo lo relativo a los médicos. A su vez, comenzaron a turnarse con los días de visitas. Pero desde hace tres años, Cristina es la única que lo cuida mientras sus hermanos son espectadores, cuenta mientras llora.
“Primero todos quieren ayudar. Pero cuando acaba la sorpresa, solo quedan los hijos dispuestos a hacerse responsables. Esta situación suele generar conflictos”, cuenta Rueda, que lo ve todo el tiempo en su consultorio.
En la Argentina, el sistema es familista, lo que supone que la familia se hará cargo del familiar dependiente. Pero no es fácil asumir el cuidado de madres y padres mayores frente a la indiferencia de los hermanos. Es en esos momentos, cuando salen a flote viejos rencores y facturas vencidas, revanchas de lo no hablado y otras cuestiones no resueltas, señala. Por eso, aconseja siempre pedir ayuda de profesionales.
“El familiar es el cuidador informal y se recurre a él por cuestiones económicas. Es una tarea no remunerada que produce un gran desgaste y cansancio físico y emocional. A veces es más común que se enferme el cuidador, o que incluso muera antes que la persona a la que está cuidando. Los que tienen dinero lo pueden resolver contratando un servicio que es de altísimo costo. En España, por ejemplo, es el Gobierno el que ayuda en estos casos”, remarca la especialista.
Estado ausente
Para el gerontólogo Luis Presti, que los hijos asuman el rol de cuidadores de sus padres es algo cada vez más común en un mundo que, a su vez, envejece cada vez más. “El tema es que aquella persona que llega a los 90 años probablemente sea cuidado por un hijo de 70. Ambos son personas mayores y en riesgo. Es un problema de difícil resolución, sobre todo en nuestra sociedad con viejos pobres y muchas veces hijos mudados a la casa de los progenitores por cuestiones económicas o de disolución familiar. Y un Estado que es absolutamente indiferente; que no le importa nada”, apunta.
Presti, que atiende a los pacientes en sus domicilios, es testigo directo de la gran cantidad de trastornos familiares que conlleva atender a un adulto que ha perdido su autonomía. “Pienso que el gran desafío está en coordinar esfuerzos públicos y privados para atender esta realidad. Hay funcionarios que se enorgullecen cuando entregan sillas de ruedas; pero no advierten que por cada paciente inmovilizado hay dos o tres personas que se tienen que hacer cargo. Muchas familias colapsan ante esta situación extrema. Algunos se borran, otros no pueden hacerlo porque deben seguir trabajando”, ejemplifica.
Falta formación de cuidadores especialistas y los recursos son escasos, señala. No hay un programa de acompañamiento a las familias. “Hay un desprecio hacia esta etapa de la vida por parte de las instituciones. Es una especie de eutanasia encubierta. Algo que se debe revertir cuanto antes porque mientras siga aumentando la expectativa de vida, ya se pronostica que en 2030 los mayores de 60 años serán más que los menores de esa edad. Y no falta tanto; menos de ocho años”, apunta.
Diagnósticos tardíos
Por otro lado, el experto recalca que muchas veces los problemas de salud no se detectan a tiempo. “Con buenos y mejores diagnósticos no llegaríamos a la vejez con largas enfermedades descuidadas, no diagnosticadas oportunamente ni tratadas como corresponde. Todo se agudiza en la vejez porque las patologías arrastran mucho tiempo, y por un sistema y un Estado que los ignora. El hombre llegó a edades avanzadas gracias a la ciencia. Sin embargo, para la política los adultos mayores son un número en el presupuesto porque incrementa el déficit”, apunta.
El futuro es más que preocupante, sostienen los gerontólogos. “La demencia, por ejemplo, es una enfermedad muy discapacitante y demandante. Y es una patología cada vez más común. Después de los 90 años hasta el 50% de las personas pueden padecerla”, apunta Rueda. Por ello, urge que haya una política de Estado. “Tucumán tiene una ley específica, pero nunca se implementó. Ante cada caso, lo ideal sería que haya una intervención interdisciplinaria, que empiece con el diagnóstico, que los profesionales guíen a la familia por dónde seguir, cómo administrar los recursos y las capacidades de cada uno de los integrantes, así como sumarle personal especializado. Mi consejo siempre es buscar ayuda; es la única forma de sobrellevar un drama humano con una gran carga emocional, física y económica”, concluyó la experta, pero no sin antes remarcar que “la demencia pega en el cerebro de una persona, y destruye el corazón de una familia”.