En el país que perdió el “¿por qué?”

En el país que perdió el “¿por qué?”

“¿Quién no preferiría ser necio…?”

(Erasmo de Rotterdam, en una obra publicada en 1511)

¿Continuar?

Renunció Martín Guzmán por el fracaso incontrastable de su gestión (algo que por cierto hace mucho que no era novedad) y por la progresiva falta de apoyo político que fue acumulando. En su lugar llega Silvina Batakis, cuyo primer compromiso fue la “continuidad económica” de la gestión. Si la ministra hará lo mismo que su predecesor, ¿por qué dejaron de respaldar a Guzmán? Si lo que vienen haciendo ha puesto a la Argentina al borde de colapso económico y financiero, ¿por qué continuidad en lugar de cambio? Y, lo que no es menor, si nunca presentaron un programa económico y lo más parecido a un plan fueron las metas acordadas con el FMI en enero, que en marzo ya estaban incumplidas, ¿por qué hablan de “continuar”?

¿Salario?

Las variables económicas y financieras son legítimamente infartantes. Ya se calcula que la inflación de julio puede alcanzar los dos dígitos. El dólar informal se disparó y alcanzó los $ 280 por unidad (más que “blue” parecía “Bolt”). El riesgo país está por encima de los 2.600 puntos básicos. El Banco Central no para de imprimir pesos: sólo durante el lunes emitió 280.000 millones. Con lo cual, en menos de un mes, lanzó al mercado 1 billón (un millón de millones) de pesos. ¿Por qué, justo en el contexto de semejante desmadre, el kirchnerismo propone que el Gobierno establezca un “Salario Mínimo Universal” para 7 millones de argentinos, cuya implementación demandaría 800.000 millones de pesos? ¿Por qué cuando economistas de centro, de izquierda y derecha coinciden en que es ineludible bajar el gasto público para que el país no caiga al abismo, en el oficialismo proponen subir el gasto público por el equivalente de 2 puntos del Producto Bruto Interno? ¿Y por qué le llaman “salario” si no va a ser la remuneración de un servicio brindado, ya que en ningún caso hablan de una contraprestación?

¿Ganancia?

Ya hay consultoras proyectando una inflación anual que rondará el 85%. Con ello, los gremios que hace un par de meses, nomás, exhibían orgullosamente acuerdos en paritarias por subas salariales del 60% ya están quedando a la intemperie. Como gobierna el peronismo, no hay represalias contra el desmanejo del Gobierno (Saúl Ubaldini le hizo paros generales a Raúl Alfonsín por motivos que desmayarían de la risa a la actual CGT), sino que trasladan la presión a las empresas, que ya están doblemente asfixiadas por el desplome de la actividad económica, que es directamente proporcional a la escalada de la presión fiscal. Por caso, crearon un impuesto a la “ganancia extraordinaria” casi en términos irónicos: en el sector privado, cualquier ganancia es hoy una cuestión extraordinaria. ¿Por qué, en lugar de inventar un “salario universal”, no hacen algo por dejar de arruinar los salarios privados de los trabajadores argentinos, que tanto vienen corroyendo con la inflación desembozada que pusieron a galopar, usando el gasto público irresponsable como rebenque?

¿Colisión?

¿Por qué no considera el Gobierno que todo este cúmulo de acciones resulta atentatorio contra el fomento a la inversión privada, y de la consecuente creación de empleo, que genera riqueza genuina desde que en 1853 la Constitución Nacional, inspirada por el comprovinciano Juan Bautista Alberdi, abolió la esclavitud? Según la ministra Batakis, entrevistada en “A dos voces” (TN), hay desempleo porque los argentinos viajan. Lo cual comprueba la existencia de los universos paralelos: hasta el momento, en ninguno de los escenarios posibles que pudieran imaginarse, dentro de ninguno de los mundos alternativos que pudieran calcularse en el contexto de la realidad, el derecho al libre tránsito era conculcatorio del derecho a trabajar. “El derecho a viajar colisiona con la generación de puestos de trabajo”, afirmó la funcionaria. Luego: el supermercado que le queda más cerca de su casa a un tucumano para hacer sus compras, ¿colisiona con el derecho a vender mercadería del supermercado que le queda más lejos? Si resulta que la nueva dicotomía en materia de garantías básicas es “viajar vs. dar empleo”, ¿por qué no proponen eliminar las vacaciones de la Ley de Contrato de Trabajo? Hay que reconocerle al peronismo su capacidad para reinventarse y buscar votos en sectores ideológicos no afines: ni el neoliberalismo se atrevió a tanto. De paso: julio es para conmemorar la muerte de Juan Domingo Perón, compañeros. No para festejarla…

¿Representantes?

Mañana vendrá el Presidente de la Nación junto con los funcionarios que también ocupan despachos en la Casa Rosada (por uso y costumbre, le siguen llamando “Gabinete”). El 9 de Julio evoca una hora genuinamente americana, en la que Tucumán fue partera de naciones. Pero a diferencia de las públicas deliberaciones de 1816, la de este año será una celebración privatizada para el funcionarado. Hasta anoche se planeaba establecer un perímetro hermético, completamente vallado y vigilado, para el jefe de Estado y sus ministros. ¿Por qué los representantes del pueblo argentino van a celebrar la fiesta mayor del pueblo argentino (es, por caso, la gran efeméride no castrense de nuestra historia) lejos del pueblo argentino? ¿Por qué en Gran Bretaña, un imperio colonial, el jubileo por los 70 años de reinado de Isabel II fue una fiesta popular que duró una semana, en febrero pasado; y en la República Argentina el día de la patria durará un ratito, con los ciudadanos completamente vedados de participar? “Nadie es la Patria, porque todos la somos”, esclareció Jorge Luis Borges, al borde de una oscura maldición. No es que ahora quieren lejos al pueblo: hace rato que han tomado distancia de él. Entonces, en lugar de celebración popular, sólo queda (como supo advertir Silvio Rodríguez) un instrumento sin mejores resplandores que lucecitas montadas para escena, con testaferros de traidores del aplauso, con servidores de pasado en copa nueva, con eternizadores de dioses del ocaso, con júbilo hervido con trapo y lentejuela.

¿Posguerra?

En la Argentina sigue la posguerra y la carestía. Unos días falta el gasoil. En otros, como esta semana en varias estaciones de servicio, hay gasoil pero falta la nafta. Otras veces escasea la harina. O el aceite. O la leche. Y para miles, pero miles de argentinos, hay días que no hay ni siquiera para comer. ¿Contra qué está en guerra el Estado argentino? Contra la razonabilidad como fuente de todo acto público. Por eso, en verdad, el mayor de los faltantes en este país es el de los “¿por qué?”. Dicho de otro modo: tiene que existir, cuanto menos, la posibilidad de una respuesta para que sea concebible la existencia de una pregunta. Pero aquí se interrogan las decisiones oficiales y no hay contestación alguna. Las cosas son porque son: las decisiones gubernamentales están sostenidas por la autoridad de la que emanan, no por una razón que las justifique.

¿República?

Esa circunstancia es toda una alarma para el sistema de Gobierno. Pero no ya por sus consecuencias (lacerantemente expuestas), sino por sus causas. En la república nada puede ser “no, porque no”. Tal vez la “sin-razón” es admisible en otros regímenes, pero no en los de naturaleza republicana. Los poderes se contrapesan unos contra otros usando las leyes como mecanismos y la razón como herramienta. Hay república para que no haya capricho de su graciosa majestad.

¿Sátira?

La calidad institucional no es una postura ideológica: es un modo de vida en sociedad. Claro que podrá argumentarse, en contraposición, un interrogante fáctico: “¿Qué Estado adoptó nunca las leyes de Platón o Aristóteles o las tesis de Sócrates?”. Esa, por cierto, es la pregunta que formuló Erasmo de Rotterdam en su obra más trascendente, a comienzos del siglo XVI. De hecho, deplora a quienes reclaman razones y valores. Y los detesta por ser acumuladores de interrogantes, argumentos y cuestionamientos. “¿No veis acaso a estos hombres severos dedicados a estudios de filosofía, o a graves y arduos asuntos, que han envejecido antes de llegar a la plena juventud, por obra de las preocupaciones y la constante y agria agitación de las ideas, que agota el espíritu y la savia vital? Por el contrario, mis necios están regordetes, lucidos, con piel brillante”, escribió en el capítulo XIV de su libro más conocido. Claro está, era una sátira. Lo llamó (probablemente para seguir riéndose 500 años después) “Elogio de la Locura”.

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