Natalia Peritore
Red de Politólogas
El devenir de los acontecimientos en territorio ucraniano desde el 24 de febrero de este año constituye una muestra más de cómo una guerra que se desarrolla en teatros de operaciones limitados, puede tener consecuencias de magnitud, no sólo a nivel regional, sino también, internacional. En estos días, mucho se está hablando acerca de su impacto sobre la seguridad alimentaria global, pero: ¿todo es culpa de Rusia?
La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO, sus siglas en inglés) define a la seguridad alimentaria sobre la base de las siguientes dimensiones: disponibilidad (vinculada a la oferta local/internacional), acceso (relacionado con la efectiva adquisición de los alimentos en los hogares), utilización (definida en términos de una adecuada nutrición y diversidad de la dieta) y estabilidad (vinculada con la periodicidad de la ingesta). Dicho esto, estamos en condiciones de afirmar que los factores que podrían llegar a contribuir a la inseguridad alimentaria podrían ser de diversa naturaleza: desde inclemencias climáticas hasta conflictos bélicos (además de tantas otras causales de índole económica, social y política). Claramente, la guerra en Ucrania no es una excepción como factor desestabilizante.
Tan sólo considerar a los actores involucrados directamente en esta contienda nos ayuda a comprender, grosso modo, esta situación. Rusia y Ucrania representan alrededor del 30% de las exportaciones mundiales de trigo y el 18% de las de maíz. La salida natural de la mayor parte de estas exportaciones es el mar Negro, cuyos puertos hoy se encuentran cerrados. Y aquí aparece en escena otro actor: Turquía. Este Estado controla tanto el estrecho de los Dardanelos como el Bósforo, es decir, la conexión entre el mar Mediterráneo y el mar Negro. Según se ha informado, más de 20 millones de toneladas de trigo y maíz se encuentran “bloqueadas” en puertos ucranianos y ya habría negociaciones en marcha para despacharlas a sus correspondientes destinos (es necesario considerar que deben ser removidas las minas que se encuentran en aquellas aguas, así como también, asegurar el paso de los buques mercantes).
A comienzos de junio de 2022, la FAO informó que su índice de precios de alimentos se contrajo levemente en relación al mes de mayo. No obstante, se encuentra un 22,8% más elevado que en 2021. Más allá de este “respiro”, señaló que los obstáculos al comercio siembran aún más incertidumbre. Así, por ejemplo, según lo informado por la organización, los precios del trigo subieron tras el anuncio de la prohibición de las exportaciones indias, así como también por la reducción de las perspectivas de producción en Ucrania tras la invasión rusa. Pensemos, además, que los productos agrícolas en cuestión constituyen la base de las fuentes primarias de calorías de millones de personas en el mundo.
Pero la urdimbre de factores que se entrelazan no termina aquí. También debe considerarse la disminución de la oferta de fertilizantes (siendo Rusia un tradicional proveedor de los mismos), así como el incremento en los precios del combustible. Indudablemente, esto impacta, no sólo en los costos de cosecha y transporte, sino también, en el procesamiento de alimentos. Ahora bien, no sólo la guerra en Ucrania dificulta el comercio internacional. Las restricciones portuarias en China por motivo del covid-19 han complejizado aún más el cuadro, al haber provocado una menor oferta de contenedores y, en consecuencia, demoras en las rutas comerciales. Sumemos a esto la sequía que se ha producido (y que, en algunos casos, se continúa presentando) en China, India, EEUU, Francia y el Cuerno de África.
Sin haber agotado la cantidad de aristas que constituyen este tema, podemos observar que las cuatro dimensiones de la seguridad alimentaria se ven (y se verán) afectadas, especialmente, en países importadores netos de alimentos estructuralmente vulnerables, así como también, en aquellas regiones en las que la situación alimentaria ya era alarmante y crítica. De alguna manera, las consecuencias actualmente tangibles de la guerra en Ucrania no hacen más que profundizar una situación preexistente caracterizada por la desigualdad. Pero aquí hay un punto importante a considerar.
Dado que es imposible tapar el sol con un dedo, es preciso señalar que mucho se está diciendo sobre la seguridad alimentaria (lo cual es sumamente importante ya que resulta vital para la vida humana), pero es necesario no caer en la trampa de echarle la culpa a Rusia de todos los males que nos invaden. Tal como señala un experto en geopolítica de los alimentos, el Dr Juan José Borrell, el sistema de producción, distribución y comercialización de alimentos determina que tendrá acceso a la comida aquel que pueda pagarlo: impera la lógica de mercado. Y no sólo esto: los alimentos constituyen un elemento de poder para los Estados, así como grandes ganancias para las megacorporaciones que dominan el sistema agroalimentario a nivel internacional, las cuales se erigen como protagonistas del poder estructural agroalimentario. ¿Será posible que la guerra en Ucrania sea una suerte de chivo expiatorio para la especulación y el lucro?