La zona del Mar Báltico se perfila como uno de los puntos más sensibles a los remezones de la guerra en Ucrania. A la decisión de Finlandia y Suecia de solicitar la membresía de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) se suma el bloqueo del tránsito terrestre de bienes rusos hacia Kaliningrado impuesto por Lituania a partir de las sanciones que la Unión Europea (UE) aplica al régimen del autócrata Vladimir Putin. El Kremlin exigió ayer el levantamiento inmediato de las restricciones al transporte de mercancías destinadas a la región que la Unión Soviética se anexionó en 1945 y anunció represalias contra el país que preside el lituano Gitanas Nausëda.
Kaliningrado ocupa un área de 215 kilómetros cuadrados a la orilla del Báltico. Esta zona portuaria carece de una conexión por tierra con Rusia: está ubicada en el medio de dos socios de la Unión Europea (UE), Lituania y Polonia -esta última nación, además, integra la OTAN-. Una distancia similar que la que existe entre Tucumán y Buenos Aires (alrededor de 1.200 kilómetros) separa a Moscú de Kaliningrado. El tren que une a la capital rusa con su enclave occidental atraviesa Bielorrusia, país aliado al Kremlin, y pasa por Vilna, donde está la sede del Gobierno de Nausëda. Esta geografía tan atípica explica la importancia de Lituania para el aprovisionamiento de los casi 500.000 kaliningradenses que viven en la zona. El viernes pasado, el gobernador de la región, Anton Alikhanov, denunció la instalación de un cepo para las mercaderías rusas transportadas por los trenes cargueros y llamó a mantener la calma ante la perspectiva del desabastecimiento.
Como dos días después del inicio de la invasión rusa, el 24 de febrero, Lituania se unió a Latvia y a Estonia, y cerró su espacio aéreo para los vuelos rusos -luego implementaron esa restricción todos los países de la UE-, la alternativa que queda a Kaliningrado es una ruta marítima con San Petersburgo. Alikhanov afirmó que el corte afectaba a entre el 40 y el 50% de los bienes importados que consume la población, entre ellos carbón, cemento, y productos tecnológicos y derivados de metales. Según la agencia Reuters, las autoridades lituanas confirmaron que la prohibición de tránsito había entrado en vigor este sábado debido a los castigos que la UE impone a Rusia por lo que Putin denomina “operación especial para desmilitarizar y desnazificar” a Ucrania.
“Indicamos a la representación diplomática de Lituania que consideramos que estas medidas son una provocación y una violación de las obligaciones jurídicas internacionales asumidas por su parte, principalmente de la Declaración Conjunta de la Federación Rusa y de la Unión Europea de 2002 sobre el tránsito entre la región de Kaliningrado y el resto del territorio ruso”, expresó este lunes el Ministerio de Asuntos Exteriores de Putin que encabeza Serguéi Lavrov. El comunicado de prensa advirtió que el Kremlin no aceptará “este acto abiertamente hostil”. “Rusia se reserva el derecho a tomar medidas para proteger sus intereses si en un futuro próximo el tránsito de carga no se restablece por completo”, agregó la cartera de Lavrov.
“Rusia no tiene derecho a amenazar a Lituania”, contestó a continuación el canciller ucraniano Dmytro Kuleba. “Moscú tiene la culpa de las consecuencias de su invasión no provocada e injustificada hacia Ucrania. Elogiamos la postura de principios de Lituania y apoyamos firmemente a nuestros amigos lituanos”, manifestó Kuleba este 20 de junio en su cuenta de Twitter.
Otra “Hong Kong”
Kaliningrado -nombre que homenajea a Mijaíl Ivánovich Kalinin, un lugarteniente de Iósif Stalin- sobrevivió al desmembramiento de la Unión Soviética acaecido tras la caída del Muro de Berlín en 1989. Este puerto se erigió en una especie de símbolo del imperialismo ruso luego de que el Ejército Rojo se lo arrebatara a la Alemania del líder totalitario Adolf Hitler. Previamente, Kaliningrado había formado parte de Prusia: con la denominación de Königsberg, funcionó allí la capital oriental del gran Estado surgido durante la Edad Media. Tras pasar al dominio de Stalin, la zona mantuvo una impronta militar acorde a la influencia que Rusia ejerció en el Báltico en la época de la Guerra Fría. En el presente, la región aloja una parte de la flota de las fuerzas armadas rusas y es una rampa de lanzamiento de los misiles con capacidad nuclear Iskander.
Pese a que continuó bajo el paraguas del Kremlin, la distancia con Moscú favoreció en las últimas tres décadas la relación de Kaliningrado con el resto de Europa y llevó a acuñar el proyecto de constituir allí una suerte de “Hong Kong del Báltico”. Pero todos los intentos de revisión del estatus de esta franja de tierra acabaron en la fortificación de las fronteras, y en una intensificación de las defensas de la OTAN y de Moscú, como acredita la presencia de los Iskander.
La amenaza latente de Kaliningrado permite dimensionar el compromiso de Lituania con Ucrania, un alineamiento que convierte a ese pequeño país en uno de los aliados más fieles del presidente Volodimir Zelenski. Una postura similar es sostenida por Estonia, otro actor del Báltico y gran donante de la resistencia de Kiev. Nausëda tuiteó la semana pasada que estaba totalmente del lado de los ucranianos. “La guerra a gran escala de Rusia contra Ucrania cambió nuestra realidad. Lituania no callará cuando otros estén sufriendo. El éxito del mundo democrático depende de nuestra determinación y unidad”, manifestó el presidente lituano.
Nausëda añadió que el agresor había demostrado su voluntad no solo de destruir a Ucrania, sino también de desestabilizar sin ningún escrúpulo al continente: “vemos el impacto tóxico de Rusia en Europa del Este, su ataque híbrido con inmigrantes ilegales y el impulso a la planta de energía nuclear insegura de Ostrovets (Bielorrusia). Para frenar la agresión rusa debemos actuar unidos, y ser rápidos y decisivos”.