Julio, el centinela de las noches de Ampimpa
Hace 30 años atrás Julio Nieva (62) era el sereno del Observatorio de Ampimpa. Hoy es uno de los operadores más experimentados del moderno y complejo telescopio del establecimiento. En ambos trabajos a don Julio le tocó habitar la noche. Ambas labores son importantes, pero tienen sus diferencias.
En el primer caso, su función era cuidar las instalaciones de la estación astronómica en construcción, los materiales de obra, el instrumental científico: don Julio custodiaba todo en la noche, el horario en que las cosas deben ser protegidas. La noche era, en esos tiempos, una amenaza.
Hoy, como operador del telescopio, estudia el cielo nocturno en espera de las condiciones apropiadas para la observación. Luego acompaña a los viajeros que aguardaron hasta la madrugada, los más interesados en el avistaje de estrellas y planetas. Don Julio desglosa para ellos la información que ofrece el cosmos en ese horario nocturno. La noche es ahora una fuente de conocimiento.
Una misma cosa puede ser muy distinta según la tarea que nos toque.
Julio pertenece a una de las familias originarias del pequeño pueblo que dio nombre al Observatorio, Ampimpa. “Cuando era niño, en los manuales de la escuela vi un telescopio -revela-. Luego de eso siempre quise tener uno”. Un deseo comprensible para quién ha crecido bajo un firmamento nocturno privilegiado. Un deseo cumplido, considerando su trabajo actual.
Son las cuatro de la mañana, la noche inmaculada exhibe sus estrellas fugaces. En el interior de la cúpula blanca del Observatorio, Julio apunta al cielo el lente del enorme telescopio y guía a los visitantes. Las pupilas indagan en el visor una por una, en turnos.
Estremece la acción del ojo humano alcanzando el detalle de objetos a muchos años luz de distancia. Estremecen los años luz, que las distancias sean también el tiempo: estar mirando el pasado.
En el siguiente audio Alberto Mansilla habla sobre el trabajo de Julio y de la importancia de generar técnicos en la zona de Ampimpa para que la comunidad se integre al Observatorio.
Analía Casella (53), contadora y parte del contingente que viaja en la Expedición Norte, cuenta que cuando vió la imagen de Saturno a través del lente se conmovió al recordar el saturno de grafito que dibujaba en su cuaderno, durante la escuela primaria.
Una niña dibuja con detalles un planeta que nunca vió personalmente, que quizás nunca vería más que en fotos. Muchos años después es la mujer que mira a través de un potente telescopio, logra divisar a ese planeta y recuerda su dibujo, como si el universo lo hubiera copiado.
“Es emocionante, jamás me imaginé que iba a estar una madrugada, en medio de la montaña, mirando tan de cerca a los planetas”, dice Analía. “Y fue emocionante escuchar a Julio. Él tiene planetas preferidos como Saturno, justamente. Y otros no le gustan tanto, como Marte; insiste en que es difícil verlo, que es solo un puntito”, cuenta y sonríe.
Las horas pasaron y muy pronto saldrá el sol. El operador del Observatorio atravesó la madrugada sin dormir y ahora prepara el instrumental para ver el amanecer. “Todo pasa gracias a la lectura”, manifiesta Julio. “Siempre me gustó leer y así aprendí sobre traslación y rotación, cuadro de estaciones, órbita eclíptica, los movimientos de los planetas, etcétera. De a poco me fui ubicando dentro de la noche”, explica. El cielo pasó de ser estático e inanimado a contener a todo el universo dinámico y en expansión.
Una misma cosa puede ser muy distinta según el conocimiento que nos atraviese.