Cielo de los valles Calchaquíes: una ventana al pasado para contemplar los inicios del universo

Cielo de los valles Calchaquíes: una ventana al pasado para contemplar los inicios del universo

Cielo de los valles Calchaquíes: una ventana al pasado para contemplar los inicios del universo

La expedición parte desde San Miguel de Tucumán hasta la estación astronómica de Ampimpa. Un lugar estratégico para la observación del firmamento.

Álvaro Medina
Por Álvaro Medina 19 Junio 2022

Una expedición tras las huellas del origen conduce inevitablemente a explorar los inicios del universo, esa inmensidad que se expande nítida sobre los diáfanos cielos nocturnos que rodean al Observatorio Astronómico de Ampimpa. Los viajeros contemplan encantados.

Antes, Alberto Mansilla, el director de la estación astronómica, les había explicado lo extraordinario: ese universo inconmensurable que observan, hace 13.800 millones de años atrás estaba encerrado en un punto infinitamente pequeño cuyas leyes obedecían a una física desconocida. Luego, ocurrió la “Gran Explosión” y fue liberado. Tras ese estallido comenzó a transcurrir el tiempo, a desplegarse el espacio, a formarse la materia y a generarse la energía. El cosmos se había originado.

Los cielos de los Valles Calchaquíes sobre el Observatorio de Ampimpa Los cielos de los Valles Calchaquíes sobre el Observatorio de Ampimpa Carlos Di Nallo/Observatorio Astronómico de Ampimpa

Con estos conceptos, Alberto hacía referencia a la teoría del Big Bang, la explicación sobre el origen del universo más aceptada en la actualidad. Parte del grupo de viajeros mira al cielo y se sobrecoge por lo inimaginable de la idea, pero el origen del universo desafía la lógica cotidiana y no tiene por qué ajustarse al sentido común de los humanos. 

Y el Big Bang es, por ahora -quién sabe-, el más lejano de nuestros orígenes: somos la expansión de una entidad que fue infinitamente pequeña.

Somos parte del cosmos

A la “Gran Explosión” le siguió la penumbra total. Una época sin luz ni espectro magnético que duró unos 400 millones de años: la edad oscura. Luego se encendieron las estrellas, donde se cocinaron los elementos químicos más livianos de la tabla periódica, como el helio o el carbono. Más tarde, algunas de esas estrellas explotaron, las estrellas llamadas supernovas. Con la energía de esas explosiones se formaron los elementos más pesados que el hierro, como el cobre, el oro o el uranio. Todo lo que nos rodea está formado por los elementos químicos generados durante la vida o la muerte de una estrella, incluso nuestro cuerpo.

Entender nuestro origen también es conocer que venimos de las estrellas.

Con una mirada pedagógica, Alberto Mansilla continúa y se extiende sobre la transformación del cosmos hasta la constitución de nuestro planeta. Explica cómo miles de millones de años después de aquella tierra originaria y luego de complejos procesos evolutivos, apareció la humanidad, la inteligencia, las civilizaciones tecnológicas.

“En este punto me aparto de la astronomía para pensar un poco filosóficamente”, anticipa. “Nosotros, los seres humanos, somos parte del universo. No somos otra cosa, no estamos ‘introducidos’ en él. Somos producto de su propia evolución. Si esto es así, entonces, tal vez, la inteligencia de la humanidad sea la estrategia del universo para conocerse a sí mismo”, reflexiona.

Explorar el origen nos interpela, probablemente, sobre nuestra misión en el mundo.

Y conocer el cosmos fue la misión que eligieron los distintos científicos que hicieron posible la teoría del Big Bang. Esta conclusión surge no de una sino de muchas observaciones astronómicas realizadas a lo largo del siglo XX. Fue clave la postulación de la Teoría de la Relatividad de Einstein, pero el primero en proponer la idea del universo comprimido en un pequeño punto fue el sacerdote católico y astrónomo belga, George Lamaître, en 1927. 

Recién en 1965 se realizaron las observaciones que corroboraron la veracidad de la suposición. Big Bang, era la denominación despectiva con la que los detractores de la teoría se referían a ella, sin imaginarse que estaban dando nombre a una de las teorías científicas más potentes de la humanidad.

Explorando el pasado

A 150 km de la capital tucumana, la ubicación del Observatorio de Ampimpa constituye un gran balcón natural situado a 2.500 metros de altura. Desde allí se contempla toda la extensión del valle de Santa María.

En la noche, las montañas azules iluminadas por los astros de un cielo despejado descienden como lienzos hasta le valle, donde se encuentran con las diminutas luces cálidas de los pueblos cercanos.

Arriba de todo se despliega la infinita bóveda nocturna, limpia y nutrida de estrellas y planetas . Este es el primer punto fuerte de la travesía: una ventana astronómica para comprender la dinámica del firmamento e incluso navegar a través del tiempo.

“Podemos decir que los astrónomos son los únicos científicos que ven el pasado, no lo infieren, lo ven”, explica Alberto. “Otras ciencias, como la arqueología por ejemplo, lo pueden deducir en base a la evidencia material. Los astrónomos, en cambio, recibimos la información del pasado del universo a través de la luz que nos llega de las estrellas, de las galaxias, etcétera. Por ejemplo, la estrella más cercana a la Tierra está a cuatro años luz de distancia; quiere decir que, cuando nosotros miramos esa estrella a través del telescopio, estamos viendo cómo era hace cuatro años atrás. Es por eso que cuando miramos al cielo en realidad estamos mirando el pasado”, expone.

Desde la estación astronómica se observa el extenso valle de Santa María Desde la estación astronómica se observa el extenso valle de Santa María Ezequiel Mansilla/Observatorio Astronómico de Ampimpa

Algunos de los expedicionarios colocan sus trípodes y cámaras apuntando al firmamento. Sus lentes desnudan la majestuosa traza de nuestra galaxia, la Vía Láctea: el “espinazo de la noche”. Así la nombraba el astrónomo y divulgador científico Carl Sagan, reconocido en los años 80 por su programa televisivo Cosmos y célebre entre los aficionados a la ciencia.

Otros viajeros eligen la observación a través del potente telescopio de la institución. Contemplan en detalle los cráteres y montañas de la Luna, los anillos de Saturno, los satélites de Júpiter. Luego el espacio profundo, objetos mucho más lejanos: nebulosas, cúmulos estelares y regiones de nuestra Vía Láctea.

“Mientras más potente es el telescopio, más atrás en el tiempo podemos ver”, detalla Alberto. “En ese sentido la astronomía es mucho más certera que otras ciencias ya que podemos ver, y no suponer, el momento en que se formaron las primeras galaxias. El telescopio espacial Hubble, por ejemplo, uno de los más potentes que existe en el mundo, estuvo mirando unos 11 mil millones de años atrás, muy cerca del Big Bang, que sucedió aproximadamente hace 13.800 millones de años”, revela a los fascinados oyentes.

En diciembre pasado la NASA lanzó al espacio el telescopio James Webb, que pretende superar la marca del Hubble y buscar información a 13.500 millones de años atrás. Eso es tan atrás en el tiempo, que quizás podría divisar las primeras estrellas que alumbraron el cosmos.

Un viaje tras las huellas del origen es, necesariamente, un viaje al pasado.

Foto de la Vía Láctea en el cielo sobre la cúpula del Observatorio Foto de la Vía Láctea en el cielo sobre la cúpula del Observatorio Carlos Di Nallo/Observatorio Astronómico de Ampimpa

Las huellas del origen

El Big Bang, el tiempo, el espacio, la expansión y posterior enfriamiento del universo, el origen de la materia y la energía, los cambios complejos que sufrieron hasta formar nubes de gas caliente, los átomos, la radiación, la luz, las estrellas, los asteroides, los planetas. La sucesión descomunal de alteraciones físicas y químicas que un día precipitó en las primeras formas de vida en la Tierra.

“A esos primeros instantes, casi 14 mil millones de años atrás, aún no podemos verlos con  telescopios”, aclara Alberto. “Las reconstrucciones son a través de principios matemáticos y físicos, claro que muy sustentados desde el punto de vista científico. Todo el universo que hoy conocemos, se decidió en esos primeros minutos”.

Complejos principios matemáticos y físicos, también, alimentan modelos científicos que reflexionan sobre el futuro. Hoy atravesamos la era de la luz: el tiempo de las estrellas. Pero vivimos en un cosmos cambiante y predicciones con base científica proyectan  el apagón de las estrellas y un universo poblado únicamente por agujeros negros.

“Pero estamos hablando de sucesos que se darían dentro de trillones y trillones de años”, dice Alberto, sonriendo para transmitir tranquilidad. “No hay que preocuparse por eso”.

Conocer el origen es sin dudas un viaje al pasado pero que probablemente conduce a los futuros posibles.


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