El populismo
Este es un fragmento de la conferencia brindada por el vicepresidente de la Corte Suprema de Justicia, la semana pasada, en la Universidad de Chile. “En las proclamas populistas –afirma- hay siempre un olvido sistemático de que detrás de cada derecho hay un costo”. Por Carlos Rosenkrantz.
Es difícil caracterizar al populismo pero a mi criterio, centralmente, es una posición acerca de cómo debe concebirse la acción política. Por eso hay populismos de izquierda y derecha, lo que los define como populismos no es lo que debe hacerse políticamente hablando, sino cómo debe hacérselo. El populismo es un tema que se discute con pasión cada vez más. Ello es así porque hay muchas dudas de si el particular modo de hacer y de concebir a la política por parte de los movimientos que se caracterizan como populistas, es compatible con los arreglos institucionales que caracterizan a la democracia liberal. Los que critican al populismo lo suelen asociar con el nacionalismo, la demagogia o el autoritarismo. Para quienes lo aprecian y no tienen reparos en hacer público ese aprecio, el populismo es otra cosa, es sinónimo de cambio, de anti-elitismo y de recuperación del auténtico valor y sentido de la democracia. El primer problema es que lo único que parece claro acerca del populismo es que, como dije, concibe a la acción política de un modo diferente, un modo idiosincráticamente diferente. Pero todos los otros rasgos complementarios de este rasgo central son difíciles de identificar. Por ello el primer desafío de cualquier reflexión acerca del populismo es ver qué es lo que comparten los populismos, y por qué más allá de si son de izquierda o de derecha nos parecen asimilables entre sí.
El primer rasgo y, a mi criterio, el más obvio y saliente, es filosófico; y es el hecho de que el populismo presupone la existencia de una entidad colectiva supraindividual, que es autónoma e irreducible a nosotros los individuos. El segundo rasgo del populismo, es que no solo cambia el cómo sino también pretende cambiar el quién de la acción política; esto es, pretende cambiar el sujeto y el destinatario de la política. En ese sentido, más allá de muchas diferencias relevantes, en todas las narrativas populistas el pueblo es el validante por antonomasia...
El populismo, a diferencia del comunitarismo, es mucho más un programa político que filosófico. Pero además el populismo es mucho más ambicioso que el comunitarismo. Y esto es así no solo porque pretende cambiar nuestro modo de hacer política, es más ambicioso porque a diferencia del comunitarismo el populismo es maximalista. En las democracias constitucionales, el progreso se concibe siempre como un objetivo incremental. Esto es así porque las democracias constitucionales son en esencia arreglos institucionales que hacen imposible que mayorías transitorias cambien radicalmente la fisionomía de una sociedad. El cambio en una democracia constitucional requiere consensos muy extendidos en el tiempo. No hay posibilidad de saltos revolucionarios.
Eso es así porque el cambio requiere cambios legales y a veces cambios constitucionales y el cambio legal y constitucional es siempre dificultoso y lento. El populismo es maximalista porque pregona la necesidad de un cambio instantáneo y radical. Se caracteriza por demonizar a nuestro modo de hacer política, a la política tradicional, a la que reprocha centralmente su carácter retardatario. Concibe a la política tradicional como la promotora y la reproductora del statu quo. Como la mascarada perfecta de la continuidad. Por eso todo populismo pregona el cambio ya. El populismo no ve ninguna virtud en la resistencia al cambio. No entiende que si nuestros regímenes cambiasen con la velocidad con la que cambian las mayorías, nada de lo que hacemos sería sustentable en el tiempo, y no comparte la idea de que, sin sustentabilidad en el tiempo, no hay progreso verdadero. Por otro lado, y esto creo yo que es otro rasgo característico, el populismo es relativamente insensible a la cuestión del costo que involucran las reformas que proponen.
Esto es así porque la urgencia del cambio es solo posible cuando los costos del cambio no se hacen explícitos o no se identifica con precisión quiénes son los que pagarán dichos costos. La insensibilidad al costo se sintetiza de modo patente, por ejemplo, en una afirmación muy insistente en mi país que yo veo como un síntoma innegable de fe populista, según la cual detrás de cada necesidad siempre debe haber un derecho. Obviamente un mundo en el que las necesidades son satisfechas es deseado por todos. Pero ese mundo no existe. Si existiera, no tendría ningún sentido la discusión política y moral. Discutimos política y moralmente justamente porque nos encontramos, como decía Rawls, en situación de escasez. No puede haber un derecho detrás de cada necesidad sencillamente porque no hay suficientes recursos para satisfacer todas las necesidades. A menos claro, que restrinjamos qué entendemos por necesidad o entendamos por derecho aspiraciones que no son jurídicamente ejecutables.
En las proclamas populistas hay siempre un olvido sistemático de que detrás de cada derecho hay un costo. Se olvida que, si hay un derecho, otros -individual o colectivamente- tienen obligaciones, y que honrar obligaciones es siempre costoso en términos de recursos. Y que no tenemos suficientes recursos para satisfacer todas las necesidades que podemos desarrollar y sería deseable satisfacer. Obviamente todos los derechos tienen un costo.