La IX Cumbre de las Américas comenzó ayer con un nivel de incertidumbre alto acerca de si su anfitrión, el presidente estadounidense Joe Biden, logrará algún mensaje de alineamiento regional que lo fortalezca en su enfrentamiento con Rusia, China y sus aliados. Las discrepancias registradas en la preparación del encuentro de máxima jerarquía hemisférica anticipan un resultado magro para la Casa Blanca, que pretendía un nuevo entendimiento respecto de la inmigración. Esa posibilidad luce tan remota como un pronunciamiento firme en contra de las autocracias, prioridad para Estados Unidos en la coyuntura de la guerra en Ucrania.
La reconfiguración del orden mundial encuentra a los líderes del continente americano divididos respecto de cómo relacionarse con los países no democráticos. Por ejemplo, en abril la Organización de los Estados Americanos (OEA) retiró la calidad de Estado observador a Rusia con el voto en contra de la Argentina; Bolivia; Brasil; México; Honduras; San Cristóbal y Nieves; San Vincente y las Granadinas, y El Salvador (Nicaragua se ausentó de la votación). La decisión evidenció la carencia de posiciones pétreas.
Ocurre que dos semanas antes, Honduras y la Argentina habían propiciado la expulsión del país de Putin del Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) mientras que los otros seis habían preferido no votar o habían rechazado el castigo. La mutación de Venezuela fue la más llamativa: se ausentó al momento de sufraga en las Naciones Unidas, pero en la OEA no dudó en asestar un golpe diplomático al Kremlin.
Los vaivenes de la política exterior, en especial la de los grandes actores latinoamericanos (México, Brasil y Argentina), contrastan con la línea que trazó la Casa Blanca al excluir de la Cumbre de Los Ángeles (California) a Nicaragua, Venezuela y Cuba por considerar que carecen de las credenciales democráticas que requiere la participación en el acontecimiento.
La decisión de la administración de Biden de hacer uso del derecho de admisión establecido en la III Cumbre desencadenó un movimiento de boicot encabezado por el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador, que desprestigió al acontecimiento; aplastó las expectativas y ratificó un rasgo característico de la región: todo está supeditado al gobernante de turno. Sucede que en la VIII Cumbre celebrada en Perú, México había promovido el desaire al régimen del venezolano Nicolás Maduro.
La controversia estiró al máximo las confirmaciones de asistencia. Después de encolumnarse con López Obrador, y exigir la presencia de Maduro, del cubano Miguel Díaz-Canel y del nicaragüense Daniel Ortega, la semana pasada el presidente argentino Alberto Fernández comunicó a Biden que viajará a Los Ángeles. Fernández explicó de este modo su cambio de tesitura: refirió que había acordado con López Obrador llevar a la Cumbre la voz de la Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), organismo que preside.
¿En qué consiste ese punto de vista? El canciller Santiago Cafiero explicó que la Argentina advertirá sobre las consecuencias negativas de la guerra en Ucrania así como sobre la necesidad de descartar la política del aislamiento respecto de los países cuestionados por sus violaciones de derechos humanos y buscar el diálogo.
“Deseo injusto”
Fernández y su par brasileño, Jair Bolsonaro, visitaron a Putin en Moscú días antes de que este lanzara lo que denomina una “operación especial” para desnazificar y desmilitarizar a Ucrania. En el Kremlin, el jefe de Estado argentino ofreció a su país “como puerta de entrada” de Rusia en América Latina al tiempo que objetó a Estados Unidos y al Fondo Monetario Internacional.
Poco tiempo después, la Casa Rosada dio un giro: condenó la invasión rusa y votó con el bloque estadounidense en la ONU -aunque no en la OEA-. Aliado incondicional del republicano Donald Trump, rival doméstico de Biden y de su Partido Demócrata, Bolsonaro se abstuvo de enfadar a Putin, con quien comparte el grupo de las economías emergentes BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica). Al igual que Fernández, el presidente brasileño recibió al asesor estadounidense Christopher Dodd y confirmó a último momento su asistencia a la Cumbre de las Américas, donde tendrá su primera reunión bilateral con Biden.
Los esfuerzos de Dodd para salvar la cita no lograron persuadir a la hondureña Xiomara Castro, quien será representada en Los Ángeles por el ministro de Asuntos Exteriores, Eduardo Reina. López Obrador optó por la misma solución. El mandatario mexicano expresó ayer que no podía convalidar la marginación de Nicaragua, Venezuela y Cuba, y que su lugar iba a ser ocupado por el ministro Marcelo Ebrard.
En su conferencia de prensa matutina, López Obrador afirmó que las políticas de aislamiento impuestas “durante siglos” debían cambiar y criticó “el deseo injusto de dominación”. Acto seguido, anunció su intención de viajar a Washington el mes próximo para conversar con Biden.
El boliviano Luis Arce tampoco viajará a California, y hasta ayer seguía en duda la presencia de Nayib Bukele (El Salvador); de Alejandro Giammattei (Guatemala) y de otras naciones caribeñas. Las ausencias mencionadas, en particular la del jefe de Estado de México, principal puerta de entrada de extranjeros a los Estados Unidos hasta el punto de que existe un muro en la frontera binacional, recortan la proyección de la Cumbre, cuyos líderes políticos se encontrarán el jueves y el viernes para tratar de generar un documento común.
Los términos de esa eventual declaración serán leídos en función de la injerencia económica creciente de Pekín y de los intereses rusos, así como de la capacidad de adhesión y de negociación de Biden. Se trata de una perspectiva muy alejada del lema originalmente propuesto para esta novena edición de la Cumbre, que vuelve a la acción después de cuatro años: “construyamos un futuro sustentable, resiliente y equitativo”.