Desde que existen los teléfonos con cámara y las redes sociales, el destino de cuanto contenido de alto impacto haya sido grabado es la viralización. Y lo que el sábado habían visto algunas personas en cancha de Cardenales, tres días después ya lo habían visto miles en través de un video de 44 segundos esparcido por Whatsapp: una gresca producida al final del partido de Primera entre los “Purpurados” y Jockey Club, que afortunadamente no duró mucho ni tuvo mayores consecuencias, pero que fue suficiente para traer -una vez más- a la mesa de debate la cuestión sobre la violencia en el rugby.
Que la violencia no es ni de lejos exclusiva del rugby está más que claro: incidentes como este se producen con lamentable frecuencia en canchas de fútbol y de otros deportes, solo que no quedan registrados. Y si quedan, no levantan tanta polvareda como el rugby, estigmatizado por su alto grado de contacto físico y por recurrentes episodios de violencia ocurridos en los últimos años que involucraron a personas que lo practican.
A pesar de la exposición que ha tenido en los medios, el rugby no se toma mucha pausa a la hora de seguir dando letra con esta clase de hechos. Uno de los más recientes involucró a juveniles de Los Tarcos y Lince en una batalla campal de tal magnitud que fue hasta reproducida en noticieros de otras provincias. La URT suspendió a los jugadores por espacio de 80 días y ambos clubes tomaron medidas disciplinarias con ellos y con los responsables. Más positivo aún fue las medidas no se limitaron a sancionar, sino también a concientizar: se brindaron charlas sobre violencia y se zanjó el conflicto con una cena de la que participaron ambos planteles y que transcurrió en un clima de armonía.
Hay que tener algo en claro: las personas no se vuelven violentas por jugar al rugby o a un deporte de contacto. Esa es una mirada simplista y prejuiciosa, que se niega a ver que la violencia está enquistada en la sociedad misma, la vemos a diario en la calle, y que los deportes son una de las mejores herramientas que tenemos para combatirla. De hecho, en el caso del rugby, las asperezas propias del juego están contenidas dentro de un reglamento. Todo lo que las exceda, como en el caso de la gresca en Cardenales, es contrario al espíritu del rugby.
Sin embargo, tampoco debe el rugby adoptar la postura de victimizarse por la exposición en los medios ni de mirar hacia el costado, aferrándose a la idea de que solo son episodios aislados que no lo representan. Debe hacerse cargo. Este tipo de incidentes son un llamado de atención para todos. Primero, para los jugadores: no puede ser que la primera reacción de algunos sea irse a las piñas en lugar de tratar de calmar los ánimos. Más tratándose de jugadores de plantel superior, que sirven de referencia para los más jóvenes. No se enseña con las palabras, se enseña con el ejemplo. Lo mismo vale para entrenadores y padres: muchas de esas malas reacciones nacen de una enseñanza que muchas veces pone al resultado por encima de la diversión y el aprendizaje. Jamás, y mucho menos en la etapa formativa, se debe perder de vista que el rugby es un juego y que ganar no es lo más importante ni justifica cualquier medio.
Y también es un llamado de atención para los espectadores: es inaceptable que desde la tribuna se busque foguear aún más el conflicto con cánticos provocadores. El respeto por los rivales y por el árbitro siempre ha sido uno de los mandamientos más importantes y distintivos del rugby. Por eso, es importante que los clubes se preocupen por concientizar a su público (y llegado el caso, sancionarlo como corresponde) para evitar que el ambiente se siga futbolizando.
Solo así será posible que el rugby deje de aparecer con tanta frecuencia en portales de noticias y viralizándose por Whatsapp.