Rodolfo Arizaga y la necesidad de escribir una música sencilla

Rodolfo Arizaga y la necesidad de escribir una música sencilla

El compositor argentino que murió a los 58 años en 1985, escribió más de un centenar de obras. Afectos en Tucumán.

LA NOCTURNIDAD. “Me gusta el aire libre, pero el de la noche”, afirmaba Rodolfo Arizaga, el destacado compositor musical, escritor y periodista. dibujo russo LA NOCTURNIDAD. “Me gusta el aire libre, pero el de la noche”, afirmaba Rodolfo Arizaga, el destacado compositor musical, escritor y periodista. dibujo russo

1926, julio 11. El frío acorrala ese domingo de Chivilcoy. Un padre, médico de niños, festeja la llegada de su benjamín, pero su alegría durará poco porque a los ocho o 10 años, su muerte dejará sin brújula al changuito. La música es una victoria sobre la pena, afirma don Ata. Alberto Williams lo tiene de alumno en su Conservatorio Nacional. “Primero fue la intuición la que me guió en la confección de casi doscientos disparates musicales. Luego vino un período neoclásico, pero en mi formación como compositor le debo mucho a Luis Gianneo. Con él me encaminé más en el aspecto humano que en la teoría musical”, dice.

Los 20 años lo sorprenden estudiando derecho. Las vinculaciones familiares con el director del naciente diario Clarín de Buenos Aires, lo sientan tras la máquina de escribir para ejercer la crítica musical. “El periódico carecía de esa especialidad. Allí permanecí hasta que escribí un comentario con el título ‘Zapatero a tus zapatos’. Se refería al estreno de una obra de Pablo Casals, dirigida por él mismo en 1964. La mesa de redacción juzgó que era una irreverencia hacia el venerable violonchelista y adiós a Clarín. Pocos días después ingresé al semanario Primera Plana. Mi trabajo, más bien, era de cronista musical. El buen crítico tiene el deber de informarse. La crítica es un estilo literario, una opinión más, que a diferencia de las otras se publica, por eso nunca es constructiva o destructiva”, explica.

Las obras comienzan a brotar. Disparates musicales, les llama. La juvenil “Passacaglia para orquesta” Op. 14 ya le ha abierto una puerta. El teatro lo seduce y así surge la música de “Jacquinot”, luego el poema dramático “Prometeo 45”. Viaja a Europa a sentarse en los pupitres de Nadia Boulanger y Olivier Messiaen y luego con Ginette Martenot aprende los secretos de las Ondas Martenot, un instrumento electrónico que introducirá en la Argentina en los 60. Nuevas obras aparecen en el horizonte. Su música provoca adhesiones y rechazos.

El sonido por sí mismo

“No debe preocuparnos que el público masivo no responda. Intuyo para un futuro no lejano una mayor sensibilidad social, un período en el que se impondrá la tranquilidad en el ser humano. Y ese hombre del futuro, cuando haya asegurado ciertas cosas elementales y vitales, será el que busque la música actual. Y no hablo del público, que no me interesa, sino del hombre, del individuo. Por eso niego la existencia de una crisis. En mi caso, creo que persigo el sonido por el sonido mismo”, afirma.

Rumores pampeanos transitan por sus ojos. La mirada se detiene ahora en los leones que entretienen su aburrimiento en las jaulas del Zoológico de Buenos Aires. Sus pensamientos se sientan en el alféizar de la ventana. Las palabras de Antonin Artaud rebotan en el silencio: “Hay un mal contra el cual el opio es soberano: la angustia. La angustia que engendra los locos, la angustia que engendra los suicidas, la angustia que engendra los réprobos, la angustia que la medicina desconoce, la angustia que vuestro doctor no comprende...”. Ahora, enciende la vida en un cigarrillo y comienza a soñar pentagramas. Los textos de Artaud bucean en “El ombligo de los limbos, una momia y una encuesta (ensayos para un espejismo)”, una partitura “vital, un espectáculo cromofónico”.

Espejismo en un tiempo

1971. Dos de sus afectos escancian la vida en Tucumán. En el hogar de la catamarqueña Carlota Acuña, abogada, y del rionegrino Gerardus van Mameren, letrado y poeta, se hornea “Paralaxi, espejismo en un tiempo”, “una búsqueda compartida donde el espectador debe procurar el argumento y donde el tema único es el amor”.

“La Enciclopedia de la Música Argentina”; dos biografías: “Manuel de Falla” y “Juan José Castro” se escapan de su máquina de escribir. “Me gusta el aire libre, pero el de la noche. Desde muy joven fui un habitante nocturno y prefiero trabajar en esas horas de quietud: el día comienza para mí recién a la tarde. No me gusta coleccionar cosas. Me apasiona, en cambio, perseguir números de patentes de autos. Mi debilidad son los impares y los capicúas mancos”, cuenta.

El fantasma de Carlos Gardel se agita en sus ensoñaciones y planea “El inmortal”. Pero el cáncer ahora avanza a fuego lento. Algo cambia. “Siento la necesidad de escribir una música sencilla. Vivimos en una época complicada y pretendo dar lo contrario, aproximarme a un público que consuma mi producto si es que le resulta útil. Siento pasión por todo lo que se relacione con el ser humano. Me gusta vivir y quiero la vida tal cual es”. Escobar, 1985, 12 de mayo. La muerte está orejeando el final de esos 58 años, pero se estremece cuando los acordes de “El Mesías” de Hændel estallan en los párpados de Rodolfo Bernardo Arizaga.

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