Seis meses es el plazo que el Gobierno nacional ha estimado para que comiencen a circular los renovados billetes del peso argentino. Sin embargo, dentro de la estructura oficial hay varios funcionarios que piensan que el mejor momento para colocarlos en el mercado puede ser apenas arranque el invierno. ¿Por qué? Además de los pagos tradicionales de salarios, de haberes y de planes sociales, julio es el mes ideal para hacer circular la moneda, porque hasta entonces se liquidará la primera cuota del Sueldo Anual Complementario.
La actual gestión ha tomado la decisión política de sustituir los billetes con imágenes de animales autóctonos, pero no dejó de imprimirlos en ningún momento. En el mercado especulan que el enamoramiento de la Casa Rosada con las figuras de próceres es temporal. Puede contribuir a acelerar la velocidad del circulante y, de esa manera, disimular un mayor déficit fiscal, en términos muy por encima de lo acordado por el Gobierno con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Mientras tanto, los bancos siguen acumulando billetes de baja denominación.
“Gran parte de la sociedad no se da cuenta que los billetes de $ 50, por ejemplo, terminan en algún drugstore y que sólo sirve para comprar golosinas; nada más”, señala un economista vinculado con la política monetaria. En los peajes, la emisión de billetes de baja denominación es más palpable. El vuelto siempre es con uno de $ 20 nuevo. Quienes más padecen los efectos de los “ladrillos” (fajos de dinero) son los jubilados que, generalmente, van al cajero humano y, por costumbre, sacan el dinero de sus haberes. En gran medida, reciben los de $ 100. “Los billetes de alta denominación no fueron confeccionados para el manoseo y la manipulación diaria como la que vemos en la Argentina”, afirma, por su parte, un coleccionista de monedas. Un billete de $ 1.000, cuando parpadeaste, ya se te esfuma de la mano. Son tres gaseosas, siete litros de nafta súper, ocho cajas de leche entera o cuatro kilos de pan, en promedio. Ese billete de alta denominación ni siquiera alcanza, en la actualidad argentina con una inflación interanual del 70%, para comprar los alimentos y costearse los gastos diarios de una familia tipo. La Canasta Básica Total, que delimita los ingresos mínimos para no caer en la pobreza, promedia los $ 3.120 diarios. Si el menú de la jornada lleva carne, seguramente gastará entre la mitad y un 60% de ese monto para el almuerzo y para la cena.
Con la nueva emisión serán ya 17 versiones de billetes para seis denominaciones, lo que genera un terreno más que fértil para los falsificadores, advierten los especialistas. Por esa razón, consideran esencial reforzar las medidas de seguridad para no ser sorprendidos. “Los billetes cuentan con seis medidas de seguridad, tintas infrarrojo y medidas de reconocimiento para personas con discapacidad visual”, afirma el presidente del Banco Central, Miguel Pesce, cuando se le consulta acerca de las medidas que adoptó la autoridad monetaria para la nueva serie de los próceres.
La inundación de papeles implica un costoso proceso para los bancos. No sólo por el gasto extra que les ocasiona atesorar los billetes que van ingresando a sus tesoros y el posterior traslado a los tesoros regionales o a las sucursales, sino también por el efecto que causa en la vida útil de los cajeros automáticos. “Están intentando hacer un asado en una plancha de cocina”, ejemplifica un ejecutivo de la city tucumana.
El problema con los nuevos pesos no pasa por el diseño, sino por el valor real que pueden llegar a tener. Según el economista Nery Persichini, el billete de máxima denominación vale hoy U$S 4,74. “Es una cifra inferior a la de otras economías golpeadas por la inflación como Turquía (U$S 12,40) o
Venezuela (U$S 19,20). Si el billete hubiese sido de $ 10.000 (U$S 47,40), habría quedado por debajo de Uruguay y de México”, explica el analista del mercado.
El Gobierno nacional no quiere emitir billetes de $ 5.000 o de $ 10.000, tal como lo sugirieron desde el sector privado, como una manera de mejorar las transacciones y pese a que el costo de impresión es similar al de cualquier otra denominación más baja. El problema de fondo pasa por una cuestión psicológica. Nadie quiere ver que un trabajador reciba seis o siete billetes por su trabajo mensual. Hoy el sueldo bruto registrado promedia los $ 122.000 mensuales. Es como decir que se requieren 122 billetes de máxima denominación para abonar aquella remuneración. En este aspecto, Persichini compara que, en diciembre de 2017, un empleado recibía 27 papeles con la imagen del hornero en su anverso, recién salido del horno. .”Con la inflación esperada, hacia diciembre la cantidad de billetes por remuneración (170) sería la más alta desde junio de 206 (pre yaguareté)”, apunta el economista.
Los billetes tienen una vida útil mucho más baja que los de otros períodos. Según los banqueros, puede rondar entre un año y un año y medio, debido a la alta velocidad de circulación y a su constante manipulación. Pero ninguna nueva impresión, por más de logrado que sea el diseño, puede tapar la cuestión central argentina, que pasa por una elevada inflación que, a la vez, devalúa más rápidamente la moneda nacional. Lo primero es cosmética monetaria; lo segundo un deterioro de la situación general de la población que revela lo más profundo de un interminable estancamiento económico.