La ciudad amaneció en silencio. Una imagen que remitía a la cuarentena más estricta de 2020. No había kioscos ni panaderías ni almacenes abiertos. Nadie circulaba por las calles. Hasta que salieron los censistas con sus chalecos blancos, sus bolsas y los formularios en mano.
Súperabrigados, unos 25.000 encuestadores se dispusieron a recorrer las calles tucumanas para el operativo del censo 2022, coordinado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec). Esta despejada mañana de otoño, los hizo padecer temperaturas de menos de 6 grados.
Cada uno de ellos tenía que visitar, en promedio, entre 12 y 27 viviendas. Pero la realidad que les tocó fue muy distinta. Algunos corrieron con más suerte que otros. En el centro, por ejemplo, hubo muchas personas que hicieron un trámite exprés: contestaron dos preguntas (género y cantidad de personas que habitan el hogar), mostraron el código del censo digital, y listo. En los edificios, a Federico Arroyo le tocó censar muchos hogares unipersonales. O familias con un solo hijo.
En la periferia la realidad fue totalmente distinta. Los censistas iban en su mayoría de a dos por una cuestión de seguridad, y custodiados por policías. En muy pocos hogares habían realizado el censo digital, así que las entrevistas se extendían por más de media hora en cada caso.
En la Costanera, Giuliana Amayola golpeó varias puertas sin suerte. Hasta las 9.30 un solo vecino le había contestado. “Están todos durmiendo y algunos me piden que vuelva más tarde”, cuenta la joven. Es la primera vez que le toca ser censista y le asignaron recorrer uno de los barrios más poblados de la capital. También uno de los más complejos. El entramado de pasillos y casas superpuestas hace que la tarea no sea nada fácil. Además, en una sola vivienda hay hasta cinco o seis hogares.
Para el Indec, “viviendas” son las construcciones que albergan a las personas y “hogares” alude a las familias o grupos familiares. Como dentro de los terrenos hay varias soluciones habitacionales o piezas por separado, Victoria, una de las jefas de radio de la Costanera, remarca que si “comparten la olla” es un solo hogar. Según sus cálculos, unas 6.500 personas en este barrio vulnerable ubicado al este de la capital. Este censo les permitirá saber con exactitud cuántos son y cómo viven.
La falta de trabajo y el hacinamiento son dos de las realidades más preocupantes, coinciden la mayoría de los censistas que consultamos, estremecidos por las respuestas que recibieron. “No tienen empleo. Cuando les pregunté si en las últimas cuatro semanas habían buscado un trabajo, contestaron que no. No tienen cobertura de salud. Hay madres con seis o más hijos. Los que deberían estar en la secundaria, en varios casos abandonaron. La gente me habla preocupada por las adicciones; hay muchos casos”, cuenta Eliana Coletti, de 33 años. Arrancó a trabajar a las 9, con muchos nervios y temor. “Ahora estoy más tranquila. Por suerte todas las familias me atendieron bien”, explica, mientras golpea las manos y la invitan a pasar a una vivienda, justo enfrente a la avenida que rodea al río Salí.
Apenas pone un pie la reciben los ladridos de 16 perros. En el patio hay también caballos, gallinas y pollitos. La cocina está bajo una estructura armada con palos y techo de plástico. Hay un módulo habitacional y dos piezas más hechas de material. El baño está afuera de la casa, como en la mayoría de las viviendas de la zona. El agua es de red, pero las cañerías no entran a las construcciones.
“Se ven grandes necesidades”, resalta Coletti. Coinciden con ella otros censistas. Como Martina Albornoz, de 20 años, y Benjamín Altamiranda, de 22, conmovidos por la realidad de muchos hogares. Ellos llenan formularios en un lote que habitan seis familias.
Al igual que muchos vecinos del barrio, los Gerez son cartoneros. En las casas no hay gas natural, los pisos son de tierra o carpetas de cemento, los techos de chapa y hay habitaciones a medio construir. No tienen computadoras ni internet. Sí hay celulares. Raúl Gerez destaca que en los últimos años hubo algunos avances en el barrio: ahora tienen pavimento e iluminación. Igualmente todavía padecen innumerables hechos de inseguridad.
Salvo algunas situaciones excepcionales, en casi todos los hogares viven “amontonados”. Cristina del Valle Coronel, de 45 años, cuenta que en su terreno habitan siete familias. “En la pieza del fondo hay solo dos camas y ahí duermen mi papá y cuatro sobrinos”, describe. Después de una hora y media que duró la entrevista, las censistas colocan el sticker en la puerta. Por suerte, en esa vivienda pudieron pasar y sentarse un rato. No fue el caso de la mayoría de los encuestadores, a quienes los atendieron en la vereda.
“Muchas situaciones me llamaron la atención: la falta de conectividad, el escaso acceso a la educación después de la primaria y que demasiadas personas viven en un espacio reducido. Lo que más me dolió: muchas madres que no tienen a todos sus hijos vivos”, finalizó Marina, otra de las jóvenes que recorrió la Costanera.