Cuando se asume la decisión de emigrar se sabe que muchas cosas quedarán atrás. Cosas materiales, olvidadas en la mudanza. Y cosas imposibles de embalar, como el tiempo que se comparte con la familia y con los amigos. Pero algo viaja con la persona, de manera insoslayable: su idiosincracia. Con este bagaje intangible Edmundo Javier Mijalchik (2/5/1949) llegó a Brasil, país que lo adoptó como hijo desde hace 45 años.
Desde chico, en Tucumán había practicado rugby; y este deporte bullía en su sangre. Debido a ello, a poco de haber llegado allá empezó a sentir la abstinencia, que pronto se encargó de saciar. “Mi primer domicilio fue en Salvador en Bahía; pero a principios del 78 me trasladé a Río de Janeiro. Había oído que había rugby, y salí a buscarlo; encontré un equipo llamado Guanabara”, cuenta Mijalchik a LG Deportiva. “Jugué algunos partidos; e integré la selección carioca contra un equipo de Francia -y me eligieron el mejor jugador del partido-”, añade.
Fue su primer contacto con el rugby de Brasil. Pero en la competencia conoció Niterói Rugby, club de la ciudad homónima que colinda con Río de Janeiro. “Por cuestiones laborales (es ingeniero) me fui a vivir al Amazonas, pero a fines del 79 se me da la oportunidad de volver a Río. Tenía tres grandes incentivos para elegir Niterói como sitio para vivir: la obra que debía hacer se iba a desarrollar en esa ciudad; allí podría practicar windsurf -deporte en el cual me había enganchado- y, por supuesto, el mayor incentivo, un buen equipo de rugby”, señala.
Convencido de que satisfaría sus ganas de jugar al deporte de sus amores, Mijalchik no fue consciente de lo mucho que su ADN tucumano aportaría al desarrollo del rugby de la ciudad, de la región y del país. “Llegué a Niterói a fines del 79; busqué dónde vivir, y salí a buscar a esta gente. Ya sabía que había buenos jugadores de rugby; los encontré a inicios del 80, entrenándose en la playa, porque no había un campo donde hacerlo; un montón de locos corriendo por la playa de San Francisco”, recuerda Mijalchik, y agrega que los jugadores mostraban muchas condiciones físicas: “el brasilero, y más el que vive junto a la playa, tiene una habilidad física impresionante, pero todo era bastante rudimentario. Yo tenía mucha experiencia de cuando entrenaba chicos en Tucumán, y noté que debía empezar a enseñarles desde lo básico. Empecé a jugar con ellos, y se dieron cuenta de que yo tenía otro nivel de juego; y además de jugar quedé como entrenador”.
A poco andar, Mijalchik advierte un buen potencial, y empieza con el entrenamiento básico. “Cómo pasar la pelota, como cruzarse, como hacer esto y lo otro. Y les empiezo a inculcar que el rugby no era una pelea, pese a ser de mucho contacto; porque ellos se preocupaban más por pelear que por jugar. Y cuando consigo hacerme entender y empiezan a poner energía en un rugby más organizado el equipo empieza a crecer; y creció bastante”, puntualiza.
La azarosa geografía de Niterói colaboró al crecimiento. “La mayoría de los equipos que venían a jugar a la Argentina paraban en Río de Janeiro. Entonces teníamos unos ocho a nueve partidos internacionales al año para foguearnos. Lo aprovechamos muy bien”, precisa. Enumera que jugaron contra equipos de altísimo nivel de Botsuana -“en realidad, la selección de Sudáfrica, solo que como estaba proscripta no podía presentarse como tal”-, de Nueva Zelandia y contra Penguins -equipo de las Islas Británicas, conformado por ex y por futuros jugadores de selección-. “Al principio nos ganaban; pero de a poco nos fuimos imponiendo, y ya para ganarnos debían ser muy buenos”, dice.
Transcurría 1984, y promediaba lo que, con el tiempo, terminó conociéndose como la década dorada de Niterói Rugby. Pero faltaba que el grupo experimentara una vivencia digna del guión de un docudrama deportivo (Ver más abajo, "¿Lloraremos...?").
Niterói era un club respetado en el ámbito nacional. Disputaban el campeonato brasilero con equipos de San Pablo. Pero en 1983 se sumó Colorados, un club de Curitiba. “Para jugar contra ellos debíamos hacer más de 800 kilómetros. La primera vez que viajamos nos fueron a recibir; cuando bajé del ómnibus vi que allí estaba Eduardo Lagarrigue; otro tucumano que estaba trabajando en forma similar con el rugby en Brasil. Cuando yo era capitán en Cardenales, él lo era en Lawn Tennis; y llegamos a jugar un partido juntos en la selección ‘Naranja’”, dice Mijalchik.
Precisa que “Lalo” había llegado a Brasil antes que él, y que se había encontrado con un grupo de argentinos que ya jugaba al rugby. Y da cuenta del crecimiento de Colorados por entonces: “en los 80 nosotros estamos volando y cada vez crecíamos más; cuando empezamos a enfrentarlos eran presa fácil. Pero a los años ya no era así; crecieron mucho y nos nivelaron”.
En el 86 a Niterói Rugby se sumó Ricardo Mijalchik, hermano de Edmundo. “Él me ayudó mucho en el desarrollo del equipo. Cuando llega me doy cuenta de que no conseguía que los jugadores hicieran lo que les pedía. Entrenar a un equipo de rugby es difícil: necesitás un especialista en forwards, en medios, en tres cuartos; y alguien que coordine todo; y Ricardo me ayudó muchísimo en todo eso”, afirma Edmundo.
Hacia fines de esa década Mijalchik dejó Niterói Rugby. El club comenzó un declive, tras los años dorados. Pero la impronta del tucumano quedará registrada en el libro que se está escribiendo por los 50 años del club. El capítulo dedicado a la época de mayor cosecha de títulos y de mayor prestigio nacional tiene a Mijalchik como protagonista: su llegada al club, y su aporte del ADN “Cardenal”.
¿Lloraremos como viudas o vamos a ser campeones?
La década de 1980 fue la década de oro de Niterói Rugby, el equipo de la ciudad homónima, de Brasil. Cuando promediaba ese lapso, el equipo, que se encontraba en la cima, sufre un duro golpe. “Había dos jugadores, los más importantes; jugaban en las selecciones de Brasil de rugby y de handball. Un apertura de 1,70 m de altura, Pedro Cardoso; un infierno cómo jugaba. Y un inside de 1,90 m, con unas piernas inmensas; imposible de taclear; Colin Turnbull. Cardoso fue el único brasileño convocado al Sudamérica XV, donde fue suplente de Hugo Porta”, dice Edmundo Mijalchik, un tucumano que había jugado en Cardenales, que entrenaba y jugaba en el equipo.
Entre fines del 85 y principios del 86 ambos murieron trágicamente. Las noticias calan hondo en el ánimo del equipo, que pierde el primer partido del torneo nacional. “Tras el tercer tiempo les dije a los chicos que entendía la situación, pero que qué íbamos a hacer, ¿vamos a llorar como viudas o vamos a ser campeones? Todos se levantaron y gritaron que íbamos a ser campeones”, dice Mijalchik.
Ganaron los siguientes partidos y llegaron a la definición cabeza a cabeza con un equipo de San Pablo. Mijalchik cuenta que el último partido iba empatado en cero, hasta los 20’ del complemento. “Allí sucedió algo que hizo que metamos cuatro tries, con los cuales ganamos 16 a 0. Fue increíble”, recuerda el tucumano.