La vacuna Sputnik no es inmune a la guerra
El caballo de batalla de Rusia contra la covid-19 sufre los coletazos de la decisión de Putin de bombardear Ucrania. Las sanciones económicas podrían llevar a que la exportación de las inyecciones se concentre en los países aliados a Moscú. Aunque la Argentina se distanció del Kremlin, Laboratorios Richmond aún garantiza la provisión local
El 3 de febrero, el presidente Alberto Fernández se sentó ante el autócrata ruso Vladimir Putin y le agradeció que la Argentina haya sido uno de los primeros países en recibir la vacuna anti-covid-19 Sputnik elaborada por el Centro Nacional de Epidemiología y Microbiología Gamaleya. “Ustedes (los rusos) estuvieron cuando el resto del mundo no nos auxiliaba”, admitió el jefe de Estado en el Kremlin. Putin por su parte subrayó que la Argentina había sido pionera en la registración de la Sputnik en América Latina y que el fármaco ya estaba fabricándose allá. Tres semanas más tarde, Rusia invadió Ucrania y el orden planetario dio un vuelco con repercusiones inclusive en el plano de la vacunación contra el coronavirus.
La batalla científica por el acceso a la inmunización contra la covid-19 y la invasión rusa transitan ahora por los mismos andariveles. La evaluación internacional de la Sputnik enfrenta los escollos derivados de las sanciones económicas y su proyección luce condicionada por el aislamiento internacional del país de Putin. A la inestabilidad del escenario bélico se agrega la de la pandemia en momentos donde nuevos brotes ponen en duda la vigencia de la tregua registrada en los últimos meses. En la Argentina, el giro de la administración de Fernández hacia una posición crítica del Kremlin genera interrogantes acerca de la gran apuesta por la Sputnik, cuyo suministro local está garantizado por los Laboratorios Richmond.
La vacuna del Centro Gamaleya apareció en 2020 y colocó a Rusia adelante en la carrera para desarrollar medicamentos de prevención de la covid-19. El lanzamiento temprano de la vacuna desató una ola de versiones acerca de su efectividad debido a la ausencia de una revisión externa exhaustiva. En abril de 2021, un artículo en la prestigiosa revista técnica The Lancet avaló la Sputnik y despejó el camino para su exportación, aunque aún estaban pendientes los procedimientos de revisión en instituciones multilaterales como la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Agencia Europea de Medicamentos (EMA por sus siglas en inglés). Estas evaluaciones seguían en marcha cuando empezó la guerra y no hay certeza sobre la posibilidad de concluirlas.
“No tenemos novedades y no sabemos cuándo las tendremos”, informaron a mediados de marzo en la EMA, agencia de cuyo veredicto depende la autorización para comercializar la Sputnik en la Unión Europea, según Reuters. La OMS suspendió por su parte una inspección programada a comienzos de marzo en el Centro Gamaleya debido a las dificultades para viajar a Moscú como consecuencia de la conflagración. Este paso mantiene en pausa la aprobación de la vacuna para su uso de emergencia. Si bien alrededor de 60 naciones -entre ellas la Argentina- aplican y admiten la Sputnik, la carencia de los vistos buenos de la OMS y de la EMA anticipan dificultades para expandir su utilización, y el mantenimiento de la exclusión como prueba de inmunización para el ingreso a ciertos países. A eso se suma que los Estados Unidos y otros socios incluyeron en la lista de sanciones a la empresa estatal que financió la vacuna, el Fondo Ruso de Inversión Directa (RDIF por sus siglas en inglés), y a su máximo ejecutivo y aliado de Putin, Kirill Dmitriev, penalidades económicas que afectan también a quienes hagan negocios con ellos.
El suministro de la Sputnik había sido controversial aún antes de la guerra. Las demoras del RDIF pusieron en apuros a la Casa Rosada, en especial luego de que trascendiera la carta que la funcionaria Cecilia Nicolini remitiera en junio de 2021 a Anatoly Braverman, mano derecha de Dmitriev, con copia a la ministra de Salud de la Nación, Carla Vizzotti. La misiva describe la crisis que había generado el incumplimiento del envío del segundo componente de la vacuna, y recuerda a la compañía rusa que habían hecho todo para apoyarla a ella y a Laboratorios Richmond, la empresa argentina que adquirió los derechos de fabricación y que invirtió en este proyecto alrededor de U$S 60 millones. Nicolini incluso advierte la posibilidad de empezar a comprar y a recibir las donaciones de alternativas procedentes de Estados Unidos, que hasta ese momento no entraban al país.
Al final la Argentina terminó aplicando un combo amplio de vacunas e incluso fue uno de los primeros países que ensayó la combinación de la dosis inicial de Sputnik V con la complementaria de AstraZeneca. Hasta hace un mes, el país había recibido casi 15 millones de dosis de la Sputnik V importadas desde Rusia así como 6 millones producidas por Laboratorios Richmond, según un informe de Chequeado de hace un mes. En ese momento se calculaba que faltaban 9 millones de dosis del acuerdo firmado a fines de 2020 con RDIF. Pero Marcelo Figueiras, presidente de Richmond, manifestó que su firma disponía de stock y de capacidad suficientes para satisfacer la demanda, y que la guerra no había alterado los términos del convenio con la contraparte rusa.
El acuerdo con Putin y RDIF pertenece a otra época de la relación bilateral. En los últimos días, la agencia de propaganda oficial Sputnik publicó un artículo de opinión en el que cuestionó “la traición” y “la hipocresía” de los gobernantes argentinos. Esa columna recuerda las palabras de gratitud que Fernández había pronunciado en el Kremlin y las contrasta con las condenas a Rusia que el Presidente hizo durante su reciente gira europea. El artículo plantea que “la necesidad tiene cara de hereje” y que ahora que la pandemia había pasado a un segundo plano, la Argentina se había vuelto contra quienes, en un momento de desesperación, le habían abierto la puerta de las vacunas. Es un llamado de atención puesto que ya otras veces el aparato de comunicación oficial usó el recurso de deslizar primero una queja general para que, luego, Putin disponga de un clima que justifique y hasta haga imperioso las represalias concretas.