Quien haya tenido la posibilidad de viajar a Europa, a Estados Unidos o inclusive a algunos países de la región, muy probablemente haya sentido ese desasosiego irrefrenable que invade a muchos viajeros cuando regresan. En Tucumán, esa cachetada de realidad se siente en cuanto uno abandona el aeropuerto: la pobreza profunda que está enquistada en los márgenes del río Salí, la sensación de indefensión que se vive en cada semáforo de la avenida Gobernador del Campo; el tránsito ilógico que enloquece las calles; la tensión que se percibe en los rostros y en las actitudes de transeúntes y vecinos; el aire contaminado; la basura; la informalidad en las relaciones personales, comerciales y laborales, y un largo etcétera se potencian con una realidad económica, política y social que no augura nada bueno. Esta percepción difícil de cuantificar o de medir, pero no por eso menos real, hace que muchos se pregunten: ¿cómo puede ser que vivamos tan mal? Al fin y al cabo, quien haya conocido otras realidades, tiene con qué comparar. Y en esa comparación nuestra provincia lleva las de perder.
¿Existen las buenas y las malas noticias? ¿O simplemente hay noticias? Este debate casi tan antiguo como el periodismo aún no encuentra una respuesta concluyente (y quizás nunca la tenga). De todos modos, podemos aventurar lo siguiente: en los últimos días se conoció una novedad que puede ser entendida como una buena noticia para los yerbabuenenses y, por qué no, para el resto de los tucumanos. El departamento en el que se encuentra esta ciudad del Gran San Miguel fue calificado como uno de los 10 mejores del país para vivir. Se trata de un trabajo elaborado por el Instituto de Geografía, Historia y Ciencias Sociales del Conicet en base a variables socieconómicas y ambientales como educación; vivienda; salud; presencia de espacios verdes y de recursos de agua; edificaciones de centros culturales, deportivos y de esparcimiento; cercanías de industrias contaminantes; cantidad de villas miserias, e índice delictivo, entre otras cuestiones. (Un punto para destacar es que la importancia otorgada al entorno natural ha crecido año tras año.)
A nivel nacional, Yerba Buena quedó en el puesto 7. Por detrás viene la capital, que se ubicó en el 135 seguido por Tafí del Valle en el 192. El departamento tucumano con peor posición en este ranking es La Cocha, que quedó 443.
Encerrados para ser libres
Ahora bien, en base a estos datos también es posible hacer otra lectura que podría darle a esta novedad el matiz de una mala noticia (lo cual también nos lleva a pensar que las informaciones son neutras y que somos los individuos quienes las calificamos como buenas o malas): en la ciudad en la que mejor se vive, quien puede pagarlo se encierra en un country o en un barrio cerrado para intentar escapar de los delincuentes (aunque esto no le garantice nada); en el municipio en el que hay mejor calidad de vida ir en auto desde el extremo norte al extremo sur o viceversa puede demandar más de una hora de viaje según el horario. Y si bien ahora circula el Minibus -lo cual es un alivio- la conectividad interna mediante el transporte público aún no es óptima.
A eso se le puede sumar que la provisión de servicios públicos, como el agua potable, genera problemas en algunos sectores y que la brecha entre los que más y los que menos tienen es amplísima. A pesar de estos ejemplos y de otras cuestiones (muchas de las cuales son problemas que exceden a una administración municipal), miles de personas aspiran a mudarse a Yerba Buena y abandonar otras ciudades y pueblos de la provincia que ofrecen pocos incentivos para seguir habitándolos.
Remontar un barrilete de cemento
¿Tan mal vivimos? La respuesta dependerá de muchos factores. Para empezar, el índice desarrollado por el Conicet mide lo que ocurre únicamente en Argentina, lo cual ya pone una vara bastante baja, por cierto. Pero hay más factores a tener en cuenta. El deterioro en las condiciones de vida no es algo nuevo, aunque sí es cierto que se viene agravando con fuerza en el último lustro. De todos modos, hay cuestiones que generan un lastre cada vez más pesado y con las cuales convivimos desde hace décadas: la corrupción, la pobreza estructural, el atraso en el desarrollo de infraestructura y una educación cada vez más deficiente. Remontar un territorio atravesado por estas condiciones se hace más difícil año tras año ¿Si no cómo se explica que en una provincia gobernada desde hace décadas por dirigentes que pregonan la justicia social y la lucha contra la pobreza haya más de 180 villas miseria y que sean cada vez más populosas?
Todo lo que está mal
No es necesario meterse en alguno de los tantos bolsones de pobreza que se multiplican en Tucumán para encontrar ejemplos de pésimas condiciones de vida. El Camino del Perú funciona como una metáfora de todo lo que está mal. Allí confluyen tres municipios (Yerba Buena, capital y Tafí Viejo) y una repartición provincial (Vialidad). Más allá de algunos agentes de Tránsito, de un par de semáforos y algún eventual bacheo, paradójicamente la ausencia del Estado es abrumadora. Tal como lo reflejó LA GACETA en su edición de ayer, se trata de una ruta/avenida rodeada por industrias, comercios de diversa magnitud (desde corralones a almacenes), vecindarios humildes, barrios cerrados, escuelas y fincas. Todos están unidos por una vieja cinta asfáltica de apenas dos carriles llenas de pozos y que se inunda con cualquier lluvia. Transitarlo en el horario que sea parece una macabra invitación a irse de Tucumán.
Fuera de sistema
Pablo Paolasso, geógrafo, docente universitario y director del Instituto de Investigaciones Territoriales y Tecnológicas para la Producción del Hábitat, aporta un dato interesante: en Europa, las ciudades se construyeron alrededor de los ríos. Acá les dimos la espalda. De hecho, el Salí y su entorno son un depósito de todo lo que la sociedad descarta: desde residuos urbanos e industriales hasta miles de familias que quedaron al margen del sistema ¿Es posible recuperar este espacio y reconfigurar la vida de sus habitantes? Es una de las tantas preguntas cuya respuesta debería desvelar a los políticos que nos gobiernan y a aquellos que aspiran a hacerlo.