Tiempos difíciles. Ese pareciera ser el estado permanente de la Argentina a lo largo de su historia. Con muchas idas y vueltas, luego de dos años de arduas negociaciones, el Gobierno nacional llegó a comienzos de marzo pasado a un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para refinanciar la deuda de más de 40.000 millones de dólares, contraída por la administración anterior. El convenio fue puesto a consideración del Congreso de la Nación para su aprobación. Las controversias antes de la firma y durante su tratamiento legislativo dividieron las aguas. La opción de no acordar con el organismo internacional significaba entrar en cesación de pagos, situación de zozobra que ya vivió nuestro país hace dos décadas.
Mientras la oposición, que fue responsable de la deuda durante su administración, y pese a sus reservas y críticas hacia el gobierno, votó a favor del entendimiento, el oficialismo se dividió y la facción que representa a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner hizo evidente su disidencia.
Los chisporroteos entre los dirigentes del Frente gobernante se fueron ahondando y el ministro de Economía, Martín Guzmán, fue una vez más el blanco de las críticas no sólo de la oposición sino también del cristinismo. Ayer el camporista Andrés Larroque, actual ministro de Desarrollo de la Comunidad de la provincia de Buenos Aires, echó más leña al fuego y atacó al presidente Alberto Fernández señalándole que “el gobierno es nuestro”. El funcionario acusó al Presidente de romper el contrato electoral que le permitió ganar las elecciones y llegar a la Casa Rosada. “Nosotros constituimos esta fuerza política, lo convocamos a Alberto y ganamos las elecciones…”; la gente votó a “Alberto y a Cristina, sobre la base de una intención de voto que, naturalmente, era mayoritariamente hacia Cristina”, agregó.
El jefe de Estado le respondió: “no soy el dueño del gobierno, nadie es dueño del gobierno. El gobierno es del pueblo y nosotros solo representamos a ese pueblo. Y estoy seguro de que ese pueblo quiere que trabajemos juntos y cumplamos con las palabras empeñadas”.
El país sigue con los mismos problemas de siempre: una inflación que hasta ahora nadie ha podido doblegar, la especulación constante del dólar, el desempleo, la falta de oportunidades, la inseguridad, el avance de la delincuencia, la marginalidad y la droga. Los desafíos son conocidos: achicar el gasto público, no gastar más de lo que ingresa, generar empleo, dignificar el trabajo. A ello se suman los coletazos económicos de la guerra entre Rusia y Ucrania. “Argentina es un país calesita, siempre damos vuelta sobre lo mismo. No vemos la forma de cortar ese círculo vicioso. Hay que cambiar tanto las estructuras de Argentina… Se necesitaría que mucha gente estuviera convencida de esa necesidad y de quiénes podrían llevar adelante ese proceso. El problema es que ese cambio debe venir de sectores nuevos ya que los que están ahora están teñidos por el fracaso. Los que gobiernan vienen de fracaso tras fracaso. Hay que armar una unión nueva que no cargue con fracasos, y al mismo tiempo tenemos que conseguir confiar en eso ya que todos los cambios que necesitamos van a costar sacrificios…”, le dijo a LA GACETA el periodista y escritor Martín Caparrós.
Hasta ahora, una buena parte de la dirigencia opositora y del mismo oficialismo, al parecer más preocupada en ganar espacios de poder y sumar adhesiones que en el sufrimiento de miles de argentinos, viene apostando al fracaso de este gobierno. Nos parece que es necesario deponer los actos de mezquindad y sentarse a pensar entre todos cómo se puede salir adelante sin apelar a las eternas recetas que ya han fracasado repetidamente y que profundizan las frustraciones. Deberíamos entender que nadie se salva solo.