"¿Qué te pasa amor? ¿Por qué salís con esa cara?", le pregunta Claudia a su hijo de cuatro años. "Nada mamá, Felipe me gritó todo el día. Avisé y la seño lo retó. Pero siguió molestándome". La historia de Mateo es una de las tantas que ocurren a diario en los establecimientos educativos y que en líneas generales se enmarcan en lo que se denomina bullying, acoso u hostigamiento.
Tras la pandemia, a los niños y jóvenes les cuesta más establecer vínculos saludables, coinciden los especialistas. "Tengo la sensación de que los colegios tienen un umbral de tolerancia alto. Es como si ciertas conductas estuvieran naturalizadas. Se permite casi todo, hasta que la violencia se hace explícita", reflexiona Claudia, cuyo nombre y los de ambos niños son ficticios.
"Desde el colegio nos dijeron que es importante preguntarnos porqué el agresor molesta siempre al mismo chico y porqué este chico (mi hijo) no puede detener la situación. Al oir eso, pensé: ¿acaso las instituciones son espectadoras? ¿quién pone los límites? ¿no se debería ajustar ese umbral de tolerancia?", se pregunta.
Además y desde su mirada, se ha instalado en las comunidades educativas la noción de que hay que defenderse y de que los niños deben saber hacerlo. "Se ha llegado a esta instancia porque las maestras o autoridades, como referentes de las normas, no las aplican. Cuando los chicos avisan que les está pasando tal cosa, y no obtienen respuesta, terminan resolviendo ellos el problema. Algunos se defienden. Otros, como el mío, padecen el hostigamiento. En una escala más pequeña, es lo mismo que ocurre en nuestra sociedad", reflexiona.
También la psicóloga especializada en crianza Maritchu Seitún mira hacia la sociedad cuando le toca hablar de bullying. "Se ha perdido el respeto y la valoración por las diferencias e individualidades", razona, durante una charla telefónica con este diario.
En segundo término, la influencer y autora de numerosos libros de orientación para padres expresa que los compañeros suelen alinearse con el hostigador, aliviados de no ser ellos el blanco de su maltrato. "Les cuesta ponerse en el lugar del molestado. Todos pasan a maltratar; a hacer burla; a despreciar y a rechazar. Se fortalecen en esa actitud, especialmente cuando no aparecen pares con criterio propio que se animen a estar en desacuerdo, a decirlo y a defender al molestado", enseña.
Por ello, en este contexto es muy valioso el papel de aquellos que no se dejan llevar por el grupo. Estos chicos pueden ser parte del desbaratamiento de este mecanismo e incluso ayudar al líder a volcarse hacia un liderazgo positivo, añade. "Nuestra conciencia moral puede disolverse en un grupo. Por ello, debemos preguntarles a nuestros hijos si harían o dirían lo mismo estando solos o solas", indica.
María es otra mamá que padeció el bullying hacia su hijo. Pablo tiene hoy 13 años. Se ha cambiado de curso y desde entonces nadie lo molesta. Pero durante la primaria, tuvo que aprender a pegar piñas. "El gran problema para las familias víctimas del acoso escolar, porque se trata de un sufrimiento familiar, es la falta de protocolos en los establecimientos educativos", expresa esta abogada de 55 años.
Según su experiencia, en la mayoría de los casos las denuncias quedan en la nada, debido justamente a la liviandad de esos formulismos, a la falta de compromiso institucional y al temor a que el planteo pueda judicializarse. "Generalmente, a la víctima se le ofrece contención con el gabinete pedagógico. Pero no hay ningún tipo de sanción para el agresor o los agresores", cuenta.
Al respecto, el ministro de Educación de Tucumán, Juan Pablo Lichtmajer, dice a LA GACETA que a través del Programa de Aprendizaje Social (PAS) se pretende prevenir la violencia escolar de manera articulada y sistemática.
No obstante, reconoce que ha habido un agravamiento: "la pandemia influyó de una forma muy significativa en niñas, niños y adolescentes. La presencia de los espacios digitales, que venía cambiando progresivamente los vínculos, se ha consolidado durante estos aislamientos. Eso nos ha llevado a nuevas situaciones problemáticas".
Bien lo sabe Sofía, médica y mamá de tres niñas. En el grado de una de sus hijas, la de 11 años, las nenas se ponen cosas horribles en los estados de WhatsApp y en las redes sociales, describe. Calificativos como puta, negra, gorda y trola son algunos de los que se pueden reproducir.
Para peor, a los epítetos se suceden el desprecio y la indiferencia cuando están en el colegio, prosigue. "Mi hija tiene cuatro amigas de un grupo de 15 niñas. Con el resto, prácticamente no comparte momentos. Es muy triste", refiere.
Recientemente, el Ministerio de Educación de la Nación puso a disposición una línea telefónica gratuita "Convivencia Escolar" (0800-222-1197), para orientar a padres, docentes o cualquier persona que detecte un caso de bullying en el ámbito académico.
Florencia, bioquímica y mamá de una niña de 15 años, cuenta que su hija tuvo que pasar a otro colegio debido a las agresiones del resto de sus compañeras, luego de que se pusiera de novia con un niño que le gustaba a la líder del grupo. "Le colgaban cosas en Instagram. Le dejaban mensajes en el banco. No la invitaban a los cumpleaños o reuniones. No querían ni sentarse cerca de ella. Varias veces tuve que retirarla porque era un mar de lágrimas", recuerda.
"Lo que más me horrorizaba era la mecánica de grupo. Todas, las ocho mujeres del curso, eran manejadas por la líder. Parecía que ninguna tenía pensamiento propio", dice.
Al respecto, el licenciado en gestión educativa y especialista en pedagogía sistémica Pablo Pera refuerza lo planteado por esta mamá y explicado por Seitún. "La pertenencia a un sistema -ya sea familiar, vincular o escolar, ejemplifica- constituye un factor clave para todos los seres humanos, especialmente durante la niñez. Pertenecer significa tener nuestro lugar. Esto no implica, necesariamente, que se trate del mejor puesto; basta con ser parte", enseña.
"Entonces, aparecen los roles de víctima, de victimario y de testigo. Cuando se desencadena un conflicto, es necesario indagar en el sentido profundo de los puestos que ocupan los protagonistas. Y preguntarles qué les impide detener la agresión o salirse de ese lugar", instruye este especialista bonaerense durante una entrevista con el diario.
Como dice Bárbara Coloroso, una autora y oradora reconocida internacionalmente por sus libros sobre crianza y disciplina escolar, el bullying tiene que ver con un fuerte sentimiento de desdén hacia alguien. "Es arrogancia en acción", define esta pensadora estadounidense. Desde su mirada, los hostigadores no toleran las diferencias; creen que tienen derecho a molestar, excluir, ridiculizar o humillar. Incluso, el agresor induce al agredido a que tenga miedo a hablar.
Ante esta realidad, ¿cómo se ayuda a los chicos a que cuenten lo que les pasa? Si bien no podemos obligar ni forzar a nuestros hijos a confiar en nosotros, sí podemos ofrecerles un ambiente propicio, entiende Ximena del Huerto Espeche Bronzetti, especialista en coaching ontológico. "Lo único que posibilita que un niño se sienta seguro para confesar que está atravesando situaciones de conflicto con sus pares es un contexto de confianza; no de juicios de valor. Los padres debemos intentar revisar y rediseñar esos espacios", explica.
Finalmente, Viky Ibáñez -actriz, profesora de teatro y directora de la compañía infantil Tole Tole- entiende que los chicos están expresando hoy en las escuelas y colegios todo lo que debieron soportar durante los momentos críticos de la pandemia. "Ellos estuvieron solos en sus casas. Aprendieron a hablarle a una pantalla y establecieron vínculos de ese modo. Es difícil reconstruir la sociabilización", razona.
Cuando se le pregunta si la violencia escolar ha aumentado en los últimos años, contesta que es probable. La pandemia -prosigue- ha exacerbado la fustración. "Los padres no estábamos capacitados para lidiar ni con las cuarentenas ni con los miedos ni con las muertes. Los chicos son grandes esponjas: absorbieron todo; lo bueno y lo malo de esos momentos. Y ahora lo están exteriorizando", concluye.