Juan María Segura
Experto en Educación
Estamos atravesados por un estado de ánimo bastante coincidente respeto de la educación de nuestro país. Sentimos mucha frustración e impotencia, como mínimo. Y nos hace mucho ruido aceptar que este fracaso colectivo esté ocurriendo en nuestras narices, sin que nada cambie.
Sabemos que los aprendizajes escolares nunca fueron tan bajos, tan pobres, tan decepcionantes. La pandemia hizo su parte, es cierto, pero el problema venía de antes. Al menos así lo indican todas las mediciones locales e internacionales de calidad de los aprendizajes realizadas hasta 2019.
Intuimos que el sistema posee fallas estructurales de diseño. Aún cuando no podamos precisar qué cambiaríamos y qué pondríamos en reemplazo, nos suena que este diseño de ladrillos, currículas y normativas nacidas en el siglo 19 no está a la altura ni de la época, ni de nuestra situación particular.
Todos suponemos que es la política quien debe dar cuenta de este entuerto, de este desatino sistémico que nos alcanza a todos. En definitiva, son el Estado y sus administradores quienes diseñan, organizan, regulan y cogestionan eso que llamamos sistema educativo.
La pregunta, entonces, sería ¿qué hacemos mientras tanto? ¿Esperamos y ya? ¿Solo nos toca encender una vela y ser pacientes? ¿De verdad? ¿Acaso no hay nada que podamos hacer mientras la política resuelve este desarreglo? Claro que algo podemos hacer, estoy convencido de ello. Cada uno de nosotros puede ayudar a nuestros niños y niñas a desarrollar entusiasmo con el aprendizaje en una época fascinante. ¿Cómo? Ayudándolos a desarrollar hábitos básicos de estudio. Algo tan simple, pero tan poderoso.
Los hábitos no son una condición innata del ser humano. Nacemos con instintos, y el entorno nos ayuda a desarrollar hábitos. Estos se adquieren, no suceden sin ser ocasionados por algo o alguien, y nos ayudan a domesticar nuestros apetitos, a afianzar algunos valores y creencias por sobre otras, y a direccionar nuestro accionar. Los hábitos nos empoderan.
Los hábitos de estudio son al aprendizaje lo que un entrenamiento es a la práctica de cualquier deporte. Son la manifestación práctica y la evidencia empírica de nuestro deseo de que el resultado del proceso sea menos azaroso y más intencionado. Porque lo deseamos (aprender o jugar el deporte x) es que establecemos una secuencia y repitencia de acciones que nos favorezcan ese destino y disfrute.
Este sería, a juicio mío, un buen plan para comenzar a conversar con nuestros hijos e hijas para ayudarlos a que desarrollen hábitos de estudio:
Primero, hablando de la importancia de fijar metas. Aun cuando estas no sean del todo precisas al inicio, es clave que se pueda hablar de una dirección en particular. Fijar metas enfoca, clarifica, ordena la acción, inaugura un espacio de trabajo intencionado, aun cuando hablamos de aprendizajes. Es útil que visualicen en dónde desean estar al final del proceso. Ya sea para jugar la final de la Champions, debutar en la primera de River o armar un equipo para el torneo de verano, todas las metas son válidas, pues lo que realmente importa es el ejercicio de establecer un punto en el horizonte. Para el caso del estudio, conocer más sobre el espacio, el océano o la fotosíntesis, entender cómo Ibai Llanos se preparó para ser influencer, o sumergirse en la cultura del trap, todo sirve, todo es válido si lo que se busca, al final del proceso, es el desarrollo de un hábito empoderador que aún no existe.
Luego, se debe animar a nuestros niños a planificar. Idealmente, con lápiz y papel. Si ya existen un lugar de partida (hoy, aquí, con lo que cada uno tiene y es) y una meta, más o menos precisa, más o menos ambiciosa, entonces hay que llenar el espacio que uniría a ambas puntas. Ahora se debe trazar una ruta, un recorrido, balizar una trayectoria que conduzca con claridad y realismo al logro de esas metas. Nadie define participar en un campeonato de lo que sea sin entrenar antes, sin prepararse con tiempo, sin planificar. La planificación supone la identificar acciones, bloques de tiempo, recurrencias. Planificar es pensar antes de actuar o, también, actuar de acuerdo con lo pensado previamente.
Con metas y planes definidos, ahora toca acondicionar un lugar. Los cuadros emergen de un atelier, los vehículos, celulares y relojes se trabajan en talleres y fábricas, los bailarines surgen de academias, ¿por qué motivo un aprendiz no debería tener un lugar acondicionado para favorecer su práctica e intención? Para que ejercite la acción de estudiar cada vez con más entusiasmo, hay que acondicionar el entorno: asientos confortables, buena iluminación, suficiente asilamiento sonoro. Es muy difícil entusiasmar a alguien con el fútbol si solo tenemos para ofrecerle una cancha hecha un barrial, una pelota vieja y desinflada y muchos mosquitos. ¿Por qué debería ser diferente con el estudio? El entorno se diseña y elije, tanto como se pueda.
Con estos tres consejos y conceptos sencillos, es posible comenzar un diálogo renovado con los niños para ayudarlos de desarrollar el hábito del estudio. Claro que además es necesario seleccionar las herramientas adecuadas, identificar una comunidad en donde esos aprendizajes sean estimulados y promovidos, buscar asistencia de referentes disciplinares que obren de guías, validar progresos intermedios, recalibrar si es necesario, transitar el proceso hasta concluir y luego evaluar lo actuado con el objetivo de reiniciar incluyendo todos los descubrimientos y mejoras que sean oportunas. Es verdad que todo ello también es necesario. Pero aquí solo propongo que inauguremos una conversación como padres, madres y adultos responsables. Una conversación que abra nuevos horizontes para nuestros niños, que ilumine un camino novedoso y posible. Propongo que dejemos de escudarnos detrás de la inoperancia o desidia de la política o del funcionario de turno, y que pongamos manos a la obra en lo que está a nuestro alcance.
Es importante recordar que las experiencias significativas definen los hábitos de cada persona ¿Deseamos que el aprendizaje sea una de esas experiencias significativas definitorias para nuestros alumnos y jóvenes? Entonces ayudémoslos a crear el hábito del estudio, intencionado y direccionado por sus propios intereses, haciéndolos arquitectos del proyecto y beneficiarios directos de sus resultados. Recuerde que los hábitos se crean, no se obtienen por herencia. Ahora, una vez creados, repetidos e internalizados, se pueden volver imprescindibles.