El patriarcado no son los varones y el feminismo no se trata de varones versus mujeres. “El patriarcado es un sistema de organización que promueve la dominación de varones sobre mujeres e identidades de género”, dice la definición más básica y difundida en redes sociales. La antropóloga feminista Rita Segato dice: “nuestros enemigos no son los hombres, sino el orden político patriarcal”.
Así como mencionamos las exigencias para con las mujeres -como describe el poema de Alfonsina Storni “Tú me quieres blanca”- a los varones también el patriarcado le exige ser y existir con ciertas características para ocupar ese lugar de poder. Las presiones por ingresar a ese mundo y sostenerse en él son muchas: el varón debe ser fuerte física y emocionalmente; inteligente; audaz; heterosexual; ser “el” proveedor del hogar; entre otros atributos del estereotipo de varón.
“Todo esto tiene consecuencias en la construcción de la masculinidad. Porque deben ocupar esos lugares o quedan fuera de la hegemonía. Si quedan por fuera se hace presente la discriminación desde lo social con apodos como el “maricón”, “afeminado”; como así también el impacto a nivel psicológico por la imposibilidad de mostrar sus sentimientos, presiones por ocupar lugares de poder, invisibilizar su identidad de género. Es necesario cuestionar, desarmar y romper con los estereotipos de género para que las masculinidades puedan construirse y vivir de otra manera. No hay una única manera de ser varón. Hay que romper con la hegemonía de la masculinidad e ir hacia nuevas masculinidades”, reflexionan en el Instagram de @cuestionartearg.
El patriarcado estructuró nuestras sociedades de manera que el varón tiene la supremacía por el simple hecho de serlo. Y relegó, de ese modo, a la mujer, a lo femenino, al “sexo débil”, a un segundo plano.
En un cuadernillo Cuadernillo para Reflexionar sobre la Construcción de las Masculinidades publicado en 2020 por el Ministerio Público Fiscal de la nación se analizan los mandatos de masculinidad y cómo la imagen del hombre ha estado fuertemente asociada a la del patriarca, en tanto figura que detenta un poder en oposición al hombre que es dependiente y dominado por otros. “Este símbolo de poder se reafirma en el machismo con el ejercicio de la virilidad y de control sobre cualquier otra identidad, en general y sobre las mujeres, en particular”. Según explican allí, los mandatos de la masculinidad induce a los hombres a exponerse a sí mismos y a otros a conductas violentas; tener mayor independencia económica; ser agresivos y competitivos y a separarse de lo doméstico, como forma de distanciarse de lo femenino.
Estos mandatos se enseñan y aprenden en la casa, en la escuela y se construyen y fortalecen a través de los medios de comunicación. Se internalizan en juegos en donde prevalece la violencia; juguetes que se les ofrecen y los que se les niegan, se incentiva el desarrollo de algunas actitudes y se reprimen otras. Ser criado en contextos donde la provisión del hogar está en manos exclusivamente de varones; aprender que para ser un “hombre de verdad” es necesario tener actitudes hostiles y reprimir las emociones; demostrar constantemente la virilidad hacia el interior de grupos de pertenencia; también forman parte de ese aprendizaje. “Las agresiones se justifican como reacción común o inevitable ante una amenaza, como una conducta aceptable e incontrolable. Sin embargo, no se les enseña a expresar libremente emociones tales como el amor, el erotismo, la tristeza, la pena, la impotencia, el miedo y la culpa, i a contar con herramientas para resolver conflictos de manera pacífica”, explican.
Esta socialización y aprendizaje de los masculino, no podría ser posible sin la complicidad masculina. “Los varones reafirman su pertenencia a la masculinidad hegemónica a través de la reproducción de los mandatos bajo la forma de actos, actitudes, creencias, etc., todas acciones dirigidas a ese varón imaginario que se le enseñó que debe representar”, indica el Cuadernillo.
Estas reflexiones son difíciles de encarar para el hombre que toma algunas de estas posturas: los machistas orgullosos responden indignados a los cuestionamientos de las mujeres que buscan la igualdad. Este tipo de varón es incapaz de comprender el patriarcado y sus privilegios. Luego está el varón “avergonzado” que se siente confundido, sumido en una contradicción permanente. No sabe cuáles son los límites, quiere pertenecer a su grupo de varones pero entiende que con sus chistes puede herir y contribuir a la desigualdad. Entonces se pregunta “¿qué hago?, ¿está bien decir / hacer esto?”. Y por último están los varones que ya entendieron y aportan diariamente su granito de arena para que en casa, en el trabajo y en la educación de las infancias, haya mayor igualdad.
Para trabajar los estereotipos de género, el Cuadernillo mencionado finaliza proponiendo una serie de ejercicios para generar debate y reflexión. A continuación compartimos uno de ellos para que el querido lector de esta columna responda, de ser posible, en los comentarios: “Un padre y un hijo viajan en coche. Tienen un accidente grave, el padre muere y al hijo se lo llevan al hospital porque necesita una compleja operación de emergencia. Llaman a una eminencia médica, pero cuando llega y ve al paciente, dice: «No puedo operarlo, es mi hijo»”. ¿Cómo se explica esto?