Hojeando el diario: varios heridos por la caída de un tanque de agua

Hojeando el diario: varios heridos por la caída de un tanque de agua

 NOTICIA Y DOLOR. Nuestro diario presentó los hechos que alteraron las actividades en el paseo y en la ciudad por el ir y venir de ambulancias. NOTICIA Y DOLOR. Nuestro diario presentó los hechos que alteraron las actividades en el paseo y en la ciudad por el ir y venir de ambulancias.

La caída de un tanque de agua elevado, a más de 25 metros de altura, sobre los trabajadores que lo elevaban fue una tragedia que revolucionó la jornada del 23 de junio de 1927 y que se vio reflejada en una extensa nota de LA GACETA al día siguiente. Las primera noticias llegaron a la redacción como a las 10 y fueron por rumores de la calle que señalaba: “hubo una catástrofe en la granja del parque 9 de Julio” y a los pocos minutos un “muchacho a caballo llegó a la Comisaría Central (ubicada a pocas cuadras del diario), con voz entrecortada manifestó que se había desplomado el tanque de agua de la granja” y que “había muertos y heridos”. La crónica permite reconstruir la jornada. De esa tragedia resultó la muerte de un obrero y los seis restantes, heridos.

El relato informa de los esfuerzos médicos para atender a los heridos; de ellos se brinda detalles sobre Daniel Villa, un calderero español de 29 años, que fue entrevistado apenas llegado al hospital Padilla: “… el más sereno. Luego de recibir los primeros auxilios habló con nosotros. Luego de contarnos quién era… dijo que solo tuvo la sensación de la catástrofe cuando el tanque se precipitó al suelo y se desmayó. La conversación fue interrumpida por dos camilleros que llevaron al herido, que iba a ser traslado a la sala (de operaciones). El administrador del nosocomio Francisco Sotelo nos manifestó que tenía astillados los huesos de la pierna izquierda y que era inminente su amputación”. La crónica continúa: “en la sala de operaciones los médicos tenían todo preparado para la operación. Tendido en la mesa y listo el instrumental, el doctor Carreras le preguntó si sabía contar, y como contestara afirmativamente le ordenó que contara hasta cuarenta. Con voz segura y fuerte Villa empezó a contar. Al llegar al valor pedido se le cubrió el rostro con la careta, proporcionando el doctor Carrera la dosis de cloroformo necesaria. El doctor Olmos y sus ayudantes habían descubierto la pierna izquierda, la que se encontraba casi tumefacta y se disponía a empezar la operación.

Minutos antes el facultativo nos explicó que esa operación era de suma urgencia, puesto que si no empezaría la gangrena y se perdería la vida de este hombre laborioso y de tan entera voluntad ante el dolor. No pudimos por cierto soportar la presencia de la operación y nos retiramos de la sala”.

El obrero que murió, Ramón Bono, llegó al hospital sin conocimiento y no pudo ser identificado hasta tiempo después. La nota decía que “su estado era casi comatoso y no articulaba palabras existiendo en aquellos momento la sensación de que su deceso era cuestión de minutos” y agrega que “presentaba fractura de la base del cráneo y no podía articular palabra”.

“Ramón Bono falleció a las dos de la madrugada”, dice en la cuarta línea de títulos de la noticia. El resto de los heridos, que no superaban los 30 años, no revestía gravedad. El administrador de la finca, Julio Peña, manifestó que estaba a pocos metros del lugar de la catástrofe y que a las 9.55 oyó un crujido de maderas; cuando fue hacia allí, vio caer el tanque desde gran altura sobre los obreros que lo elevaban. “Imposible describir el espantoso cuadro–indicó Peña-. De todas partes partían lamentaciones y gritos de dolor. Todos los accidentados pedían que se les sacara de entre los restos de las cabría y de las cadenas que los aprisionaba”. El relato hace hincapié en Villa: “el que mayor entereza de carácter mostró, una de las pesadas roldanas y una viga de madera le habían desecho por completo la pierna izquierda y le había seccionado un dedo de la mano derecha” y agrega que el herido le dijo “sin perder la serenidad: Sáqueme de aquí pero no se ocupe de la pierna izquierda porque ya está perdida”.

La historia también señala que hubo críticas a la empresa encargada de los trabajos ya que se quiso levantar armado un tanque de casi 40 toneladas cuando lo más seguro era armarlo ya en altura e ir izando las piezas que lo conformaban. Desde la firma se indicó que la estructura había sido probada para ver si resistía el peso del elemento que iba a colocarse en el lugar.

Herido por matar ratones

Un vecino de Juan Bautista Alberdi, allá por 1936, quería matar ratones a garrotazos, y terminó recibiendo un disparo en la zona de la tetilla izquierda. No fueron los roedores defendiéndose de la agresión. La historia comenzó cuando Servando Valdez regresó a su casa en busca de semillas para su pequeño campo y vio varios “animalitos” ingresando en la vivienda por un pequeño agujero en la pared. Tomó un garrote, golpeó la pared para ahuyentar y así poder matar a los roedores “sin recordar que de ella pendía una caja con un revólver cargado dentro. Un golpe hizo caer la caja y se escapó un disparo que hirió a Valdez”. La herida fue de cierta consideración y debió ser internado en el hospital de Concepción.

Lesionado por una canción

Tres amigos estaban bebiendo en la casa de uno de ellos en Yonopongo. Corría septiembre de 1936. La alegría fue creciendo, el alcohol nublaba los sentidos y los bordoneos de la guitarra acompañaban al grupo. Uno de ellos entonó las estrofas de una vidala, no dejó a los otros que lo acompañen y no prestó el instrumento. Esto ofuscó a uno de los presentes que quería probarse en el arte del canto folclórico y no pudo. Para dirimir la disputa desenvainó un cuchillo cañero, atacó al guitarrista y lo hirió en el brazo derecho. Fue una herida leve que al agresor le costó la cárcel.

Cliente agresivo

Don Raimundo tenía calor y sed, corría enero de 1921 los termómetros marcaban temperaturas difíciles de aguantar, entonces decidió llegarse hasta el despacho de Alberto Julio Yapú. Pidió una cerveza siendo atendido con prontitud y esmero. Después de beberse el rubio y espumoso líquido, Raimundo chasqueó la lengua, se limpió la boca con la blusa, escupió y pegó la media vuelta con intención de retirarse. Ni pago ni propina amagó a realizar el hombre. El comerciante llamó discretamente al consumidor, le hizo notar el olvido en que había caído y en forma amable solicitó el pago de la cerveza servida. El hombre como es natural no se negó a tal exigencia y mientras el árabe mantenía la mano derecha tendida esperando los níqueles, sacó una navaja de fígaro y le afeitó indelicadamente la extremidad a su peticionante.

El caso se resolvió con cana para uno y hospital Padilla para el otro.

El accidente se produjo en el parque 9 de Julio. Se estaban realizando trabajos en el lugar. Un muerto

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