En la batalla del Monte Harriet, en el antepenúltimo día de la guerra, el oficial de inteligencia Jorge Echeverría fue derribado a balazos mientras oponía resistencia con sus hombres a la avanzada británica. Salvado por el correntino Roberto Baruzzo, Echeverría pasó en ese lugar, ya prisionero, las últimas horas de la contienda: desde pensar que se moría hasta el deseo de hacer más para contener el avance inglés, Echeverría pasó por todas las emociones. Y hasta le quedó una imagen de los ingleses que lo custodiaron. “Yo quedo herido, listo; me salvó el cabo Baruzzo, el cuchillero correntino. Hasta el 13 de junio vi toda la operación de ataque como si fuese en un gráfico en una mesa de arena”.
En 1982, Echeverría era oficial de inteligencia con experiencia como paracaidista, esquiador, buzo, capacitado en operaciones especiales. Había estado con los boinas verdes y los comandos Ranger y tuvo experiencia en el monte en Tucumán y en las tensiones con Chile a mediados de los 70. En 1982 estaba haciendo un curso con 30 oficiales y lo destinaron a Monte Caseros, Corrientes. Desde allí lo enviaron con el Regimiento 4 a inspeccionar la Patagonia. En Comodoro Rivadavia encontraron a cinco prisioneros ingleses, enviados allí de los 90 marines que habían sido detenidos tras el desembarco.
Echeverría participó desde el 16 de abril en la entrega de pertrechos a las islas. “Teníamos que llevar todo, el abrigo, la comida, las cargas pesadas. El regimiento 4 fue la última unidad que llegó a Malvinas. Estuvimos en el aeropuerto organizando nuestra estiba. Lluvia torrencial, viento de frente. Tuvimos que marchar 25 km”. Se instalaron en los montes que rodeaban Puerto Argentino: Tumbledown, Sapper Hill y William.
A partir del 1 de mayo recibían bombardeo nutrido. “Un día un depósito de munición, otro día uno de combustible, otro de helicópteros. No teníamos combustible, comida. Había días que te daban una papa, aceite, sal para que comas. No teníamos azúcar ni pan. La pasábamos mal”.
El veterano reniega por la diferente actuación de las fuerzas. “La primera vez que vimos un avión argentino fue el 8 de junio. La Marina no salió nunca. Y después están los disparates que dijo Carlos Robacio (quien comandó el Batallón de Marina –BIM 5- y dijo que fueron el último bastión contra los ingleses, incluso después del alto el fuego). “Nosotros estuvimos siempre en primera línea, no el BIM 5. Nos mataron los primeros soldados, nos degollaron los primeros soldados. De 20 oficiales de primera línea tuvimos las 10 bajas. La munición nuestra alcanzaba a 10 km y la de los ingleses a 17, así que todos los días ellos nos hacían pelota a nosotros. Pero nosotros impedíamos que hagan pelota Puerto Argentino. El 6 de junio se empieza a ver la otra guerra invisible. El radar aparece engañado. En la radio ponían música en inglés. De pronto empiezan a aparecer con tiros de artillería terrestre”.
El 12 de junio arreció el ataque inglés. Echeverría estaba a cargo del cerro Harriet. “Había un gran campo minado, unos 4 km por 12. Abrieron a cañonazos el campo minado; por ahí pasaron, dieron vuelta y nos agarraron de atrás. Nosotros empezamos el contraataque, cuesta arriba. Yo subí a una piedra. Justo aparece Baruzzo con un visor de un inglés. Le dije: ‘Baruzzo vos no vas a disparar, te vas a subir a esa piedra de 7 m de alto y nos vas a marcar los blancos’. De pronto los ingleses paran el fuego, creían que estaba parlamentando; pero yo estaba dando órdenes. Los paramos cinco horas”.
Fue una noche de idas y vueltas: “mandé un contraataque con 12 hombres; en una los desalojamos a los ingleses; después, toda la noche con bengalas, tiraron con misiles. Y cuando ellos abrían fuego de artillería yo me pegaba a ellos, no más de 50 m con los ingleses. Y en varias ocasiones a tres metros, a trompadas. Los ingleses tenían equipos para hacer la guerra de noche, 14 horas. Nosotros, sólo de día, siete horas, porque después no veíamos nada”.
De pronto, dice, “15 ingleses venían con todo, armados. Yo tenía un soldado muy mal, con un balazo muy feo en la pierna. Tenía ingleses al frente, detrás y en el puesto de comando. Le toco la pierna al cabo y entonces ¡pum! me mete un balazo un francotirador. Me dolió; agarré el FAL, le digo a Baruzzo apóyeme que voy a sacar la granada. Le saco el seguro y en ese momento otro inglés me abrió fuego. Ahí me pegó los dos balazos en los brazos y dos balazos en el casco. El golpe fue terrible, me hizo dar vuelta carnero. Vi que me iban a rematar a mí. Ahí traté de saltar. Y cuando hago dos pasos sentí un impacto eléctrico en la espalda. Quedé paralizado. Le digo a Baruzzo: no salgo de esta; estoy bien, estoy con Dios. Pensé que tendría honrosa muerte. En ese momento lo vi a Baruzzo al lado, había empezado a tirar. Yo lo apoyo, yo lo apoyo, decía”. El cabo usó alambre y cables para hacerle torniquetes. “Después en un momento pido agua y me da whisky”.
Ahí terminó la resistencia. Baruzzo intentó enfrentar a los ingleses con un cuchillo pero estos lo desarmaron con la bayoneta y le dijeron que el combate había terminado. “Cuando me despierto, había alguien hablando en inglés”. Eran los soldados ingleses que había conocido dos meses antes. Lo curaron, le pusieron morfina, creyó que se había muerto, pasó después mucho tiempo entre operaciones.
Cuando lo piensa, a Echeverría se le amontonan cada uno de los instantes de ese tiempo que fue el más intenso de su vida, hace 40 años. Y no lo quiere comparar con el presente, cuando se le pide una reflexión sobre el significado de la gesta. “En este momento -sentencia- Argentina está totalmente aislada, en todo sentido”.