Faltaban dos semanas para el inicio de la pandemia. Caminando por la porteña avenida Corrientes, me topo con un amigo y a mi desafío de cenar contrapuso ir a ver la última obra de Enrique Pinti en el Multiteatro; le sobraba una invitación y allí fuimos.
Una veintena de personas en la platea, él sentado los 60 minutos ante una mesa con un café y un vaso de agua (ya no podía estar de pie por sus problemas circulatorios en las piernas) y un monólogo que sonaba repetido a otros escuchados tiempo atrás. Todos los que estábamos allí (con mi colega éramos los mas jóvenes, sin ya serlo desde hace muchísimo tiempo) habíamos ocupado sillas en espectáculos suyos anteriores; ya lo conocíamos y estabamos entregados a su verborragia y a su energía.
Imposible comparar estéticamente “Al fondo a la derecha” con “Salsa criolla”, por ejemplo: su última soledad en escena era la antípoda del actor montado en bicicleta a máxima velocidad y rodeado de bailarinas, con múltiples cambios de vestuario. Sin embargo, el contenido conceptual era el mismo; la sustancia estaba atravesada por su necesidad visceral de reclamar un país diferente a partir de describir carnalmente el actual, a partir de quejarse de todo y de todos (incluyéndose), a partir de su catarata de insultos y malas palabras que se le aplaudían como a ningún otro.
Por eso, esos textos ya oídos hablaban de la tragedia nacional: que una crítica siga vigente por cerca de medio siglo es indicación de que las cosas no cambian, pese a los cambios de gobierno. Inclasificable como oficialista u opositor de cada momento, su mirada trascendió la coyuntura describiéndola, y estaba puesta en un futuro que sabía inalcanzable pero al que se obligaba a exigir. Para lograrlo, debían pasar tantas cosas que solo imaginarlas era agotador.
Pinti era incómodo, desplegaba en cada frase todo aquello que desnudaba al argentino en su ridiculez, su soberbia y su prepotencia. Y a sus mandatarios en su inoperancia, su falta de preparación y su ausencia de ideas superadoras, esas con visión de Estado y miras a 20 años.
Un artista desbordado, inconmensurable, entregado, que en cada frase volcaba su doliente amor por la Argentina. Fue el inventor y dueño de un estilo sin precedentes ni sucesores. Precursor del café concert y del stand up cuando aún no se lo llamaba así en el pais, su muerte cierra un ciclo de la escena vernácula, justo en el día internacional del teatro.
Generoso al punto de regalar monólogos y vestuarios (como recordó en la redes Pepo Sanzano, de Los Prepu, el recordado trío tandilense de los 90), comprometido, desafiante, haber dejado el teatro por el confinamiento durante el coronavirus implicó empezar un camino de deterioro de su salud (fisica y emocional) que derivó en su muerte ayer a la madrugada, sobre la hora en que solía regresar a su departamento tras una función o una cena entre afectos en el restaurante Edelweiss, en su mesa reservada. Hasta en eso fue coherente: una despedida con el sabor de hasta luego.
Pidió expresamente que no le manden flores al velatorio. Fue la instrucción que le dio a su representante; en cambio, que la plata que se hubiese gastado en ellas se la done a la Casa del Teatro, donde viven artistas que no tienen techo propio. Definitivamente, un mejor destino.
Las crónicas evocarán sus grandes éxitos y las temporadas interminables de “Salsa criolla”, “Candombe nacional” o “Pinti canta las 40”, entre muchas más; sus micros en radio; sus apariciones en televisión; su frustrado estudio de la abogacía; su amplio conocimiento de las letras que desplegó como guionista; o su pasión por el cine (su personaje borracho en “Esperando la carroza” es memorable). En 2014 pasó por última vez por Tucumán con el musical “Vale todo” a sala llena en el Mercedes Sosa, con un personaje secundario.
Pero Pinti era más que los aplausos. Al mostrarnos un espejo de lo que somos, intentó hacernos pensar otra Argentina, misión suprema de un creador artístico, y por eso se le estará en deuda.
Últimos momentos: la muerte del capocómico y su funeral
Un día después de sufrir una descompensación, el 5 de mayo Enrique Pinti debió ser internado de urgencia en el sanatorio Otamendi (Buenos Aires). Durante su estadía, el artista mostró un cuadro crítico y requirió de cuidados intensivos y de asistencia respiratoria mecánica. Por el resto, su estado de salud se mantuvo con total hermetismo (algo que también marcó su vida privada a lo largo de las décadas).
Cabe recordar que el dramaturgo tenía diabetes (enfermedad que le diagnosticaron en 2015) y era insulino dependiente. A mediados de mes, las expectativas sobre su pronta dada de alta aumentaron pero, el sábado, una nueva complicación trastocó los planes. En la madrugada del domingo, la noticia sacudió al mundo del espectáculo: el comediante había fallecido, a los 82 años, a causa de un paro cardíaco.
Sus restos serán velados hoy -de 10 a 14- en el Multiteatro Comafi (Avenida Corrientes 1283); sala en la cual iba a ofrecer un nuevo espectáculo llamado “Protocolo Pinti”. La marquesina aún quedará con un “muy pronto” marcado.