Cuán difícil ha sido siempre separar, en un deporte como el fútbol, la necesidad de conseguir resultados positivos de los trabajos a largo plazo que la dirigencia puede plantearse a sí misma, de las exigencias impuestas a los cuerpos técnicos de los equipos que se van formando. Un club como Atlético, que hizo gala en los últimos tiempos de sus apuestas por procesos duraderos, sufre por estos días esta dicotomía impiadosa. Esa que pone en jaque doctrinas, que lastima la convivencia interna, que enerva a los fanáticos y que generalmente obliga a tomar decisiones que no siempre son las mejores.
El fútbol es esa pasión que roza lo irracional, algo de lo cual es difícil sustraerse. Si sucede en la victoria, cómo no habría de cobrar cuerpo en la derrota. Sólo que, de un estado a otro, hay tanta distancia como imperceptible es la frontera que separa a los estados de ánimo que se generan ante el resultado de un partido.
Lo usual es que, en el triunfo, la gloria aflore eterna, expansible, una emoción que no tiene igual y que permite sentir a nivel piel un sentido de pertenencia inquebrantable a los colores de una camiseta.
Lo habitual es que, en la derrota, importe recuperarse aquí y ahora. Desaparecen el optimismo, las risas, el aire de suficiencia que a cualquier simpatizante invade. Y afloran los fantasmas.
Hay quienes sostienen que los llamados hinchas del éxito son una franja nociva que nada aporta a la calma institucional de un club. Se afirma que son aquellos a los que no les importa tener una entidad que cumpla con sus obligaciones; que mantenga las finanzas ordenadas; que no se endeude (por ejemplo contratando jugadores con sueldos de fantasía); que no hipoteque el futuro; que haga continuas inversiones en las instalaciones con que se cuentan.
Se han visto casos así en la actual crisis deportiva “decana”. Gente que hizo propio el mal criollo de la memoria corta. Que se ubica en un lugar de confrontación irreductible, lacerante, fundamentalista.
Lo que le está pasando a Atlético en lo deportivo puede tener diversos motivos. No es esto lo que aquí se dilucida, sino la necesidad de aunar energías para superar el mal momento. Como se vio en el partido ante Racing, como sucedió en el juego ante Central Córdoba. La mayoría de los espectadores brindó su aliento, empujó al equipo para que revierta la situación. Y aunque no hubo efecto inmediato, ese parecía ser el camino a seguir. Así como también es de gran valor acercar posiciones, escuchar ideas, proponer soluciones, mantener un flujo de trabajo serio y responsable.
No es la primera ni será la última vez que un club centenario modelo transite por un difícil momento deportivo. Les ha pasado a muchos. Lo importante es encontrar la manera, sin llegar al límite de tomar decisiones apresuradas que pueden traer problemas mayores.
Es en los peores momentos cuando más fuertes hay que estar, para tratar de superar las dificultades. Atlético ya demostró en otras oportunidades que puede y sabe cómo hacerlo. Y lo que es incluso más valioso: con ello alcanzó a convertirse en ejemplo para el interior del país en años recientes, pese a las adversidades y las circunstancias.