Santiago Kovadloff: “Argentina es un país donde la fragmentación ha perdurado desde siempre”

Santiago Kovadloff: “Argentina es un país donde la fragmentación ha perdurado desde siempre”

El filósofo habla sobre los ensayos que publicó bajo el título “La aventura de pensar”. La importancia de hacerse preguntas y las claves para analizar la crisis que vivimos.

Santiago Kovadloff. Santiago Kovadloff.

Santiago Kovadloff es uno de los referentes intelectuales de nuestro país. Su presencia en los medios de comunicación como divulgador se da siempre naturalmente y, cuando se lo consulta sobre algún tema de actualidad, sus respuestas generan más inquietudes y preguntas. Su voz cálida y segura, como de un locutor de radio, suena desde el otro lado de la línea cuando comienza a responder las preguntas de LA GACETA sobre “La aventura de pensar” (Sello Emecé. Editorial Planeta). Se trata de su último libro de ensayos, en el que reúne los trabajos más emblemáticos, publicados entre 1980 y 2018. En esas páginas propone un recorrido fascinante por su universo intelectual y por los temas que lo ocupan.

Kovadloff es un prolífico escritor y difusor de la filosofía. Sus libros “El silencio primordial” (1993), “Lo irremediable” (1996), “Sentido y riesgo de la vida cotidiana” (1998), “La nueva ignorancia” (2001), “La extinción de la diáspora judía” (2013) y “Locos de Dios” (2018) son permanentemente reeditados.

En una primera parte de este nuevo volumen aparece el ensayo “Una cultura de catacumbas”. Allí describe lo sucedido cuando, a fines de 1975, debió renunciar a la cátedra universitaria. “En mi casa abrí un centro de estudios privados donde la relativa precariedad de recursos de infraestructura se veía compensada por una considerable libertad expositiva. Consuelo que no es pequeño para quienes en la Argentina hemos decidido seguir enseñando fuera del ámbito universitario”, escribió sobre los programas que desarrolló junto a escritores. “Un año bastó para que me viera convertido, como tantos otros intelectuales -entre los que se encuentran psicólogos, antropólogos, historiadores, psicoanalistas y sociólogos- en un portavoz más de lo que propongo llamar ‘cultura de catacumbas’. Designo así al trabajo creador que no tiene marco institucional: florece (y muchas veces se marchita) fuera de las universidades, lejos de los poderosos medios de comunicación masiva; desconoce los atributos del debate abierto y toda clase de apoyo académico o aliento oficial. Inversamente, se nutre del contacto en pequeños grupos, de la polémica a media voz, de la pasión por la verdad y la discusión entre cuatro paredes”, escribió.

“Para mí fue una experiencia dramática. Yo fui echado de la Facultad durante la dictadura militar. En aquel se momento la censura sobre el pensamiento libre era muy intensa y estuve a merced de un erudito proveniente de algunas de las ramas del Ejército que sostenía que mi enseñanza sobre Sócrates era la de León Trotski. Eso fue notable, muy siniestro. Me expulsaron como a tantos otros profesores y tuve que seguir con mi trabajo docente en forma privada. Esto entrañaba dos características: primero el afán de perseguir una tarea de transmisión y discusión y, por otro lado, el clima de tensión que generaba el hecho de que no era sencillo reunirse. La presencia de más de tres o cuatro personas en una casa en un momento en que la vigilancia era verdaderamente extenuante y había mucho control sobre la opinión pública generaba desafíos que requerían templanza. Y no fue una, sino en varias oportunidades que alumnos míos no solo dejaron de venir, sino que desaparecieron”, dijo en diálogo con LA GACETA desde Buenos Aires.

- Recurrimos a los filósofos por respuestas y, sin embargo, la filosofía es, principalmente, hacerse preguntas…

- Creo que el comienzo de una respuesta provechosa demandada a un pensador es invitar al que formula esa demanda a entender qué significa que esa demanda provenga de un estado interrogativo. Porque el que tiene un dilema que necesita aclarar empieza por estar en estado de interrogación y es muy importante valorar la pregunta, no como lo que precede a una respuesta de todo, sino como lo que implica la ausencia de una respuesta. Yo creo que preguntar no es meramente interrogar por algo que uno no sabe, si no por algo que uno no sabe y es de una índole tal que nadie puede responder por uno. Por ejemplo sobre el conflicto entre Ucrania y Rusia, yo tengo uno opinión y hay otras incluso infinitamente más hondas y valiosas que la mía. Pero, en el sentido filosófico pleno, preguntar significa hacerse cargo de aquello que nadie, sino nosotros mismos, puede responder. Uno mismo debe buscar las respuestas a preguntas fundamentales como las que planteaba Immanuel Kant cuando se preguntaba “¿por qué debo morir, qué es el tiempo, qué significa mi identidad?” Esas son preguntas que no pueden ser delegadas en otro porque no supone la preexistencia de una respuesta ya constituida, uno debe aventurarse a buscar esa respuesta en forma personal y a conjugar en la primera persona del singular las distintas hipótesis.

- ¿Filosofía debería ser una materia obligatoria en las escuelas de nuestro país?

- Si la damos como obligatoria nos pasamos por alto una pregunta fundamental: ¿qué es filosofía? Hay programas en universidades que no enseñan a pensar, enseñan a obtener información. Enseñar a pensar es una fiesta riesgosa. Un buen profesor o profesora es aquel que es capaz de infundir problemáticas sobre lo que parece ya resuelto o lo que adolece de hondura por usos o costumbres, prejuicios o indiferencia. Siempre será aquella persona que despierte en los alumnos la experiencia del asombro o de la pérdida de familiaridad con aquello que parece al alcance del entendimiento. Es esta noción socrática de poder mostrar claridad en donde parece reinar la penumbra y estimular en los alumnos. Esto va más allá de desarrollar lecturas que son fundamentales. Un buen maestro es un desvelado que enseña a desvelarse.

- ¿Se puede enseñar a preguntar?

- El porvenir de una pregunta, es decir, su condición del recurso orientador, de brújula sobre un tema supone buscar ante todo, no lo que podríamos polarizar, si no lo que nos hace indagar por completo para entender los fenómenos. Por ejemplo, si quiero indagar sobre la política en un país como la Argentina que involucionó al punto de estar situada hoy más cerca del siglo XIX que del XXI, es preciso remontarse a la raíces de la construcción de la identidad nacional y aun antes, con los Virreinatos del Perú y del Río de la Plata. Y de allí uno empieza a encontrar las simientes de conductas sociales, que habrán de ser determinantes en la historia del país, como por ejemplo, esta: Argentina ha sido prácticamente el único país de América del Sur en el que se desarrollaron en forma simultánea la guerra de emancipación y de independencia y la guerra civil. Las desconfianzas entre nuestras provincias coexisten con la búsqueda de la declaración de nuestra independencia. Por algo entre la fecha de la Revolución del 25 de Mayo de 1810 y la Independencia del 9 de julio de 1816 han transcurrido seis años. ¿Por qué pasan seis años? Es demasiado tiempo, aún para la época. Lo que ocurre es que había mucha desconfianza entre las provincias y Buenos Aires y entre las mismas provincias entre sí. Argentina es un país donde la fragmentación ha sabido perdurar más allá de la declaración formal de la Independencia y aún después de contar con una Constitución Nacional. La fragmentación, la confrontación, siempre pudieron más que la Ley.

- Usted manifestó que nuestro país no es federal y que en Buenos Aires se centraliza todo ¿Sigue pensando lo mismo?

- Sigo pensándolo y mi convicción es cada vez más profunda. Comencemos por recordar que durante la guerra de la Independencia hubo muy pocos hombres que tuvieron una visión integrada del país, la idea de nación. Los caudillos provinciales que peleaban por la Independencia contra España tenían una visión más feudal, más provincial, es decir, más autónoma y segmentada. El ejemplo más hermoso es de Manuel Belgrano y su relación con Martín Miguel de Güemes. Sabemos perfectamente lo extraordinario que fue Güemes, quien condujo una guerra de guerrillas en el norte del país, en un momento en que no daban abasto para enfrentar a los ejércitos españoles que venían del Alto Perú. Cuando Belgrano asume la conducción del Ejército del Norte esa relación tuvo una serie de desavenencias iniciales, pero poco a poco Belgrano se va imponiendo como comandante en jefe y demuestra, pese a las derrotas, que enfrentaba la situación con una extraordinaria valentía. Bueno, Belgrano y Güemes terminan siendo como hermanos. En un momento dado, Güemes derrota a los españoles en Salta y le escribe a Belgrano: “Mi querido general y hermano don Manuel Belgrano, debo decirle con satisfacción que con la paisanada hemos derrotado a los godos aquí en Salta pero no logro que la paisanada me vaya a pelear al Tucumán porque dicen que Salta ya es libre”. Y Belgrano le contesta: “Mi querido general y hermano, Martín Miguel de Güemes, me convence a la paisanada de que Salta queda en Tucumán”. ¡Es extraordinaria esa anécdota! Belgrano tenía la visión que lo lleva a entender la interdependencia entre provincias como condición necesaria de la gestación de una república y una nación. La mayoría de los hombres de la época no tenían visión de federalismo, por su cultura, por la imposición de los virreinatos, y eso, lamentablemente, sigue vigente.

- El silencio abarcó gran parte de su obra, ¿por qué es importante?

- “El silencio primordial” es uno de mis libros y tomé varios textos de ahí para este último volumen. Mi hipótesis es que la finalidad última que persigue un escritor, independientemente del género en el que trabaje, es llegar a potenciar la expresividad posible de las palabras. Que se arrimen con esa intensidad a lo indecible, es decir, aquello que las palabras no pueden abarcar o contener. Me parece que el silencio que importa no es el que nace del acallamiento, del silenciamiento, si no es el silencio que se expande, que se extiende cuando las palabras lo han dado todo de sí y este es el silencio primordial, como yo lo llamo. Sugerir es lo decisivo, pero no solo se sugiere cuando se calla lo que puede decirse, si no primordialmente cuando se sabe hasta dónde se puede llegar con las palabras. Sobre la guerra en Ucrania, por ejemplo, creo que quienes llevan las palabras hasta ese extremo no son los politólogos o los analistas conceptuales de lo que ocurre, si no los cronistas que jugándose la vida van a dejar testimonio del infinito dolor de las personas afectadas por la guerra, muchas de ellas muertas, niños, mujeres y hombres.

- ¿Qué lugar ocupa la religión en su vida?

- El estudio de las religiones me fascina y lo llevo adelante desde mi formación universitaria. Lo trabajé mucho con el gran filósofo tucumano Víctor Massuh, quien no solo fue maestro en la universidad si no que llegamos a ser muy amigos y con él ingresé al mundo de la filosofía de las religiones. Básicamente, a pesar de que tengo una formación militante y estudio el judaísmo, cristianismo y el paganismo griego, no me considero un hombre que se inscriba en las prácticas religiosas como ritualistas. Estoy abierto a lo imponderable que encierra el enigma del origen. ¿Qué es el enigma del origen para mí? Yo creo que lo que nos diferencia de otras especies no es el hecho de que tengamos conciencia, porque todas las especies la tienen, si por conciencia se entiende la disponibilidad de recursos perceptivos que les permiten una orientación eficaz para garantizar su subsistencia. Todas las especies saben lo que tienen que hacer para poder vivir y sobrevivir, aun cuando ese saber sea profundamente personal. No hay hormigas que sepan una mejor que otra qué hacer para garantizar la subsistencia.

- ¿Y entonces?

- Lo que nos convierte a nosotros en seres misteriosamente excepcionales, es que somos los únicos que se saben conscientes. Este pasaje de la conciencia a la autoconciencia es un verdadero enigma, aunque muchos lo explican con la evolución material del cerebro y yo creo que esto no basta para comprender el enigma del origen de la autoconciencia. Es verdad que nuestro cerebro ha evolucionado relativamente más y decisivamente más que en otras especies, pero la autoconciencia no necesariamente tiene en nosotros el carácter de una facultad con asiento en la materialidad de nuestro organismo o nuestra anatomía. Lo tiene, digamos, como síntoma que se traduce en una experiencia fundamental que es el asombro, la perplejidad ante el hecho de estar vivo, la emoción profunda de ser tiempo, el saber que la muerte no es aquello que nos espera al final de nuestras vidas, sino lo que nos acompaña en el curso de la vida y deja de existir con nosotros, porque dejamos de morir precisamente en el momento en que esperamos para convertirnos en algo que ya no nos requiere ni nos caracteriza como individuos. Yo no seré nunca muerto, soy el que se está muriendo como soy a la vez el que está viviendo. Todo este repertorio de emociones y saberes nos colocan ante el enigma de lo imponderable. No digo que el origen de la vida sea la creación realizada por una entidad divina, pero el enigma del origen de la vida en nuestro planeta es un enigma con el que vale la pena convivir, más que con la idea de un Padre Creador en el cual ampararse.

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