La peligrosa obsesión que pone al país al borde de un abismo

La peligrosa obsesión que pone al país al borde de un abismo

Crece el malestar en el campo. Crece el malestar en el campo. @frigeriorogelio

Siempre hay un malo. Un enemigo que quiere engañar y perjudicar a una sociedad supuestamente indefensa. Ese ser malvado tiene la curiosa capacidad de transfigurarse según las circunstancias: en algún momento puede ser un intelectual o los periodistas; en otro, empresarios o simplemente los que se manifiesten en desacuerdo con algunos de los mandatos que bajan desde el poder (aunque sean militantes del mismo espacio político). Hoy, como tantas otras veces, ese adversario parece estar corporizado en el hombre que trabaja la tierra y en aquellos que, a través de la industria, le dan valor agregado a lo que producen los primeros.

Lo que describe el párrafo anterior es el sencillo y perverso sistema mediante el cual se ejerce el poder en Argentina al menos en las últimas dos décadas (con algunas excepciones, claro). Se podría decir que es un método “de manual”: si repasamos lo ocurrido desde 2003 hacia acá, vamos a encontrar la misma lógica aplicada a diversas situaciones. Hoy, con una inflación abrumadora y cruel que se combina con una obscena incapacidad - y por qué no también con una clara falta de voluntad- para resolver el problema, el Gobierno decide poner al país al borde de un nuevo conflicto.

En febrero, LA GACETA le preguntó a Roberto Cachanosky si creía posible que se produjera algún nuevo incremento en los impuestos. Desalentado, el mediático economista respondió: “margen no hay, pero son capaces de inventar cualquier cosa para tratar de sacarle la última gota de leche a la vaca”. Apenas un mes después, el presidente Alberto Fernández firmó un decreto que llevó los derechos de exportación de la harina y el aceite de soja del 31% al 33%.

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El Gobierno padece una obsesión peligrosa: cuando se le presenta un problema que debe resolver recurre a las mismas herramientas con las que fracasó en el pasado. Por ejemplo: controles de precios o regulaciones en los mercados. Es el caso del trigo. La guerra entre Rusia y Ucrania disparó los valores, debido a que estos dos países producen el 30% de las exportaciones mundiales. En Argentina decidieron subir las retenciones y crear el Fondo Estabilizador Temporal del Trigo Argentino que, básicamente, otorgará subsidios a los molinos para controlar los valores del producto. ¿Cuándo aparece el relato? Cuando los funcionarios le dicen a la sociedad que estas medidas no afectarán al productor, que solamente alcanzarán a la industria y que su fin es “cuidar la mesa de los argentinos”.

Vamos por partes: el productor no exporta, sino que les vende sus granos a los exportadores, que los procesan (le dan valor agregado, con todo lo que eso implica en generación de mano de obra, por ejemplo) y colocan esos derivados en mercados internacionales. Al subirles las retenciones a esas industrias, se reduce su capacidad de compra. Por lo tanto, le pagarán menos al hombre de campo por cada tonelada de soja que les entregue.

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Es interesante conocer las peripecias que implica la producción de granos. Los trabajos arrancan casi un año antes de la cosecha. Se combaten las malezas, se prepara el suelo y se hace el cultivo. Luego vienen las denominadas “labores culturales”: se controlan las plagas y las enfermedades que pueden aparecer en distintos momentos. Tras la cosecha se realiza la venta de la producción. Todo este proceso, que lleva meses, implica una inversión enorme con insumos dolarizados que el productor financia con lo que produce. Es decir, sale a pagar lo que debe recién cuando cobra. Por eso, si los rindes fueron bajos o el precio no es el mejor, se le hará difícil saldar las deudas. Y si cambian las reglas del juego justo antes de que las máquinas entren el campo, el panorama se agravará. Eso es lo que ocurrió ahora. Al riesgo climático (de hecho, golpeará con fuerza los rindes este año) y al riesgo de los mercados, en Argentina hay que sumar el riesgo político. Quizás el más peligroso de todos, porque no es fortuito (como la lluvia), sino que viene cargado con intencionalidad.

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El Gobierno dice que con el Fondo Estabilizador del Trigo intentará frenar los aumentos que impactan sobre el valor final de los productos derivados de este cereal (el pan, por ejemplo) ¿Cómo lo hará? Subsidiando a los molinos. Los ruralistas sostienen que las subas no son producidas por el campo, sino por otros integrantes de la cadena que, frente a la incertidumbre, buscan cubrirse incrementando los precios. De hecho, el trigo representa apenas un 12,9% del valor del pan, según la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de Argentina (FADA). La historia parece ser la de siempre: los mismos problemas, las mismas medidas, el mismo fracaso.

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Los dirigentes rurales están preocupados: perciben un gran enojo entre los productores a los que representan. “Puede pasar de todo”, dice uno de ellos. Mientras se multiplican las asambleas en todo el país (la Sociedad Rural de Tucumán se movilizará el miércoles a Rosario de la Frontera, ciudad agropecuaria por excelencia), ya está agendada una marcha a Buenos Aires que promete ser masiva ¿El gobernador Osvaldo Jaldo se pronunciará al respecto?, se preguntan sin muchas esperanzas en las entidades tucumanas.

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En las primera páginas de la novela “Los cuadernos de Don Rigoberto”, de Mario Vargas Llosa, el protagonista le escribe una carta a su arquitecto y le dice: “usted ha hecho un bonito diseño de mi casa y de mi biblioteca partiendo del supuesto -muy extendido, por desgracia- de que en un hogar lo importante son las personas en vez de los objetos (...). Pero mi concepción de mi futuro hogar es la opuesta. A saber: en ese pequeño espacio construido que llamaré mi mundo y que gobernarán mis caprichos, la primera prioridad la tendrán mis libros, cuadros y grabados; las personas seremos ciudadanos de segunda”. Sin demasiado esfuerzo se puede trazar un paralelismo entre los caprichos de Don Rigoberto y lo que ocurre en Argentina: sus libros y sus cuadros parecen representar los mandatos de un Gobierno anquilosado en fracasos y en viejas recetas ideologizadas a las cuales se debe adaptar la realidad, por más forzado y perjudicial que ello pueda resultar para la sociedad. Pero hay novedades para los Rigobertos que se apoltronan en el poder: tal como dice un dirigente rural tucumano, “los commodities no se manejan por las expresiones de anhelo de un presidente”.

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