En Buenos Aires, Cristina Fernández de Kirchner abandonaba el Senado en silencio con la votación aún abierta por el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI). A la misma hora, en Tucumán, Alberto Fernández esperaba que aterrizara Sergio Massa para comer los primeros cortes del asado criollo que les había ofrecido Juan Manzur en su casona de Yerba Buena. Recluidos, de un lado y de otro. Ensimismados, aunque compartan la conducción del país; y cursando vidas paralelas.
Quizás esa secuencia de situaciones ocurridas en la noche del jueves sintetice la realidad del oficialismo nacional. Al menos, la que le tocará vivir a partir de hoy. El resultado de la votación en el Congreso es una tomografía precisa sobre el desparramo del poder en la Argentina. Un espacio minoritario como el kirchnerismo, fiel y con un piso casi infranqueable de adhesión; sectores opositores fluctuantes, que actúan pocas veces juntos y muchas otras no; y otro espacio peronista que carece de liderazgos y que es extremadamente débil.
La autorización para que el Presidente refinancie la deuda con el FMI expuso ese desorden y, en particular, el peligro que encierra. ¿Cómo hará Alberto Fernández para liderar la coalición de gobierno con una dura oposición interna? ¿Cómo hará el kirchnerismo para acompañar la gestión cuando rechaza decisiones centrales que se deberán tomar, como en materia de política tarifaria sobre los servicios públicos? ¿Cómo hará Juntos por el Cambio para mantener la unidad de criterios y, luego, actuar como punto de equilibrio frente a los desequilibrios internos del oficialismo?
Seguramente conscientes de esta fragmentación y de sus consecuencias, los rostros de los comensales presentes en Yerba Buena no transmitían la algarabía que podría desatar en cualquier otra ocasión un triunfo contundente en el Senado. De hecho, el secretario general de la Presidencia, Julio Fernando Vitobello fue uno de los pocos que siguió por teléfono celular la sesión. Cuando le avisaron al Presidente que ya se había votado todos esbozaron sonrisas, levantaron las copas con vino (la de él con varietal blanco) e hicieron un brindis.
Para esa hora, cerca de las 23, ya había llegado el titular de la Cámara de Diputados quien se sumó de imprevisto a la comitiva nacional. Alberto Fernández, Aníbal Fernández y Manzur sí tenían argumentos institucionales para justificar su visita al gobernador interino Osvaldo Jaldo. Massa, en cambio, dejó en evidencia que los crujidos del oficialismo ameritaban un mitin casi de emergencia, sin importar distancias ni horarios. Como señal de cortesía, de la cena participaron también diputados peronistas tucumanos que votaron a favor del acuerdo (Carlos Cisneros, Rossana Chahla y Agustín Fernández) y la línea sucesoria de la provincia: el presidente Subrogante Sergio Mansilla y el vicepresidente primero, Regino Amado, además del legislador Gerónimo Vargas Aignasse.
Lo jugoso de la charla llegó junto con el tigrense, a quien incluso aguardaron para servir la comida y examinar el estado de ebullición política. Aunque con diferentes modos y tonos para hablar, sobre la mesa se hizo un intercambio sobre el futuro de los kirchneristas que tienen cargos en el Ejecutivo nacional y de los funcionarios que criticaron el acuerdo con el FMI. También se barajaron hipótesis –y sus implicancias- respecto de cómo afrontar la nueva relación con el espacio de Cristina Fernández de Kirchner y hasta se analizó el rol de Máximo Kirchner e incluso su potencial electoral (hubo coincidencias poco felices acerca del hijo del matrimonio presidencial).
Massa, según coincidieron varios de los presentes, fue uno de los más verborrágicos y quien más insistió en la necesidad de no romper con La Cámpora debido a que el Gobierno necesitará consensuar leyes en los próximos meses. Indudablemente, después de haber acertado en la estrategia, conseguido el apoyo opositor y destrabado el “caso FMI” en el Congreso, Massa entendió que sus chances de futuro en 2023 dependen de que pueda sostener su versión componedora, sin importar con quién.
Manzur es otro de los albertistas que puede respirar aliviado tras estas dos semanas. El inicio del año para él había sido poco alentador, con fuertes cuestionamientos internos, un enfriamiento en su relación con el Presidente y rumores de regreso a la provincia. Sin embargo, febrero ya había servido de repunte a partir del portazo de Máximo a la jefatura del bloque oficialista en Diputados. Luego, al haberse instalado el debate sobre la deuda en la Cámara Alta, recuperó el rol de negociador con gobernadores y senadores. Que el Presidente, Massa y Aníbal Fernández hayan venido a Tucumán y particularmente a cenar en su casa es una confirmación del buen momento que vive el gobernador en licencia.
Alberto Fernández, según relataron varios de los invitados, fue medido en sus palabras a lo largo de toda la noche yerbabuenense, que se extendió hasta pasada la una de la madrugada. Escuchó cada opinión y hasta asintió cuando hubo críticas hacia la actitud de sus aliados kirchneristas en la votación que provocó el cisma interno. Sin embargo, todos finalmente coincidieron en que no sería prudente victimizar al cristinismo con una réplica institucional desde el Gobierno. Al menos, en lo inmediato.
Por eso en público optó por la cautela que no tuvo su vocera, Gabriela Cerruti. Desde Tucumán, ya en la lluviosa mañana del viernes, instó a la unidad de todos los sectores para superar la crisis del país. “Debemos inaugurar el tiempo de trabajar juntos”, dijo. “Ya tuvimos demasiados años para distanciarnos, pelearnos y marcar diferencias”, arengó desde la plaza Independencia. Un rato antes, y un día después de haber dicho que Cristina no le respondía los mensajes al Presidente, Cerruti había sido aún más irónica: “¿La relación política está en el mejor momento? Bueno, vimos cómo se votó anoche”, expuso.
Además de haber lanzado ayer la guerra contra la inflación y de haber inaugurado la etapa del trabajo en conjunto, Alberto Fernández también puso en juego sus últimas chances de buscar la reelección. Y, a juzgar por sus palabras, ha asumido que para tener posibilidades reales debe mantener la sociedad con su vicepresidenta. En rigor, el Presidente consiguió el apoyo de los gobernadores y el acompañamiento de Juntos por el Cambio, pero no logró torcer al kirchnerismo y su tercio inquebrantable es clave para cualquier aspiración electoral dentro del peronismo. De ahora en más, si pretende llegar a 2023 con mejor semblante del que mostró antes de aterrizar en Tucumán, no sólo deberá ganar la batalla contra el alza de precios y la convulsión social. Sobre todo, tendrá que salir victorioso de la guerra de nervios que le impondrán desde el Instituto Patria.