No hay sorpresas, sólo hay sorprendidos

No hay sorpresas, sólo hay sorprendidos

Tándem: Bicicleta para dos personas, que se sientan una tras otra, provista de pedales para ambas. (Diccionario de la Real Academia Española)

A barajar y dar de nuevo. La “cumbre” que celebraron Germán Alfaro y Ricardo Bussi a mediados de esta semana fue una patada a los castillos de naipes que se venían levantando en el oficialismo y en la oposición. Las cartas están en el aire. Hasta el miércoles a las 10 de la mañana, todos tenían su estrategia y la pregonaban como revelaciones políticas. Hoy sólo hay evangelios de la incertidumbre.

Una manera de dimensionar la importancia del encuentro siempre está dada por las repercusiones. Siempre son posteriores y hay que evaluar cuán inmediatas han sido. Esta vez fueron, lisa y llanamente, paralelas. El mismo miércoles en que LA GACETA dio la primicia del encuentro entre el líder de Fuerza Republicana y el del Partido de la Justicia Social, se reunieron el gobernador Osvaldo Jaldo (PJ) y el intendente yerbabuenense Mariano Campero (UCR), en nombre de que la situación socioeconómica de la provincia obliga a aplazar las batallas y priorizar los entendimientos. Fue una reunión institucionalmente sana, pero políticamente no del todo oportuna. En el oficialismo y en la oposición son legión los que leyeron en esa audiencia una especie de reacción a destiempo, que iba detrás del cimbronazo que estaban por materializar el intendente de la capital y el legislador y líder de FR.

Los adelantados

En rigor, de tardías reacciones radicales está hecho buena parte del mapa político que llevó a la reunión de Alfaro y de Bussi. Para el caso, el camino del acercamiento a Fuerza Republicana por parte de un sector de la dirigencia de Juntos para el Cambio (hoy, el PJS) es una ruta descubierta por Campero y por Sánchez. Ellos se encargaron de mostrarle a toda la dirigencia que, en términos de políticas electorales, Bussi no era “la grieta” opositora. Los tres comenzaron a recorrer juntos la provincia a finales de 2020. En el sendero encontraron muchos más apoyos que resistencias; y en 2021 celebraron actos multitudinarios en el interior.

Cuando Bussi dijo a la prensa el miércoles que a él y a su partido “Sánchez y Campero nos soltaron la mano”, se refería, justamente, al abrupto final que tuvo ese periplo.

El entusiasmo que había generado la sinergia entre los intendentes radicales del oeste (entonces Sánchez era jefe municipal de Concepción) y el referente excluyente del bussismo era tal que uno de los “correligionarios” hizo un compromiso: o en Juntos por el Cambio aceptaban a Bussi o el radical rompía con JXC y se iba con FR. Es más: ya tenía listo un partido propio para celebrar una alianza, abundó. Finalmente, la intervención de la UCR se opuso a la incorporación de FR al frente opositor. Pero ni Sánchez ni Campero dejaron el espacio. Y en Fuerza Republicana, donde planeaban una estrategia frentista, debieron armar lista propia, una vez más.

Según se consulten analistas radicales, peronistas, bussistas o alfaristas, todo quedó en nada porque pesó demasiado para los intendentes el costo de dejar la UCR; o porque no tuvieron decisión política para generar una alternativa por fuera de las estructuras tradicionales; o porque escaseó inteligencia para concretar lo proyectado; o porque faltó coraje para hacer lo necesario.

Los aprendizajes

De esa fallida experiencia ajena, el alfarismo parece haber comprendido que un acercamiento con FR era una posibilidad a estudiar. A la vez, el bussismo aprendió que, si le interesa integrarse a JXC (ayer, en el programa de LA GACETA Play, Bussi propició conformar “un gran frente opositor”), el ingreso no puede ser por vía provincial, sino nacional: son las autoridades centrales las que deben suscribir y oficializar la incorporación. Y el lazo político urdido entre Alfaro y el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, es una ruta factible.

Precisamente, la interna nacional de Juntos por el Cambio es otra superficie sobre la que reverbera el acercamiento entre el Partido de la Justicia Social y Fuerza Republicana. Tucumán es el sexto distrito en materia de población. De modo que, en el escenario actual en que el PRO y la UCR tienen sus propios presidenciables (Rodríguez Larreta y el gobernador jujeño Gerardo Morales) ya lanzados al ruedo para 2023, anotar como “aliados” al PJS y a FR sería, para el PRO, todo un activo.

También habrá coletazos en la interna para normalizar el distrito Tucumán de la UCR. Hasta esta semana, Sánchez y Campero ostentaban dos grandes activos: su buena performance en las PASO y la “única llave” para dialogar con FR. Esta última “acción” se desplomó hace 72 horas. El miércoles a la siesta ya había una avalancha de pedidos de copias actualizadas de la carta orgánica del centenario partido para elucidar si los diputados nacionales pueden ser presidentes de la junta de gobierno. No menos fueron los que empezaron a consultar si no estaban vencidos los plazos de la intervención cuando se llamó a internas para el 24 de abril.

Los axiomas

La tembladera desatada por la “cumbre” entre Alfaro y Bussi permite ver una última reacción tardía de quienes fueron, en distintos momentos, los socios radicales de uno y otro. Así como Bussi declara públicamente que “le soltaron la mano”, Alfaro dice en privado, en su entorno, que a él lo maltrataron. Que después de los comicios generales de noviembre nunca más hubo diálogo. Y que por LA GACETA se enteró, en enero, que le habían cerrado la puerta, cuando leyó que la candidatura a gobernador de Sánchez había sido declarada “innegociable” por Campero. Consecuentemente, no había ningún pie de igualdad desde el cual ensayar la menor de las conversaciones.

Dicho de otro modo: en el radicalismo se sabía desde hace más de una década que la posibilidad de un acercamiento entre Bussi y Alfaro era inaudita. Frente a esa certeza, decidieron destratar, simultáneamente, a Alfaro y a Bussi. Tarde vinieron a darse cuenta de que abrir esos dos frentes, en paralelo, era (para decirlo de modo elegante) inconducente. Al final, lograron lo impensable. La “juntada” entre el intendente y el líder de FR es, visto así, casi el deseo reprimido de quienes olvidaron dos viejos axiomas del poder. En primer lugar, el enemigo de mi enemigo es mi amigo. En segunda instancia, en la política no hay sorpresas: sólo hay sorprendidos.

Los interrogantes

¿Hasta cuándo puede durar, y hasta dónde puede llegar, el entendimiento entre Bussi y Alfaro? Las preguntas pragmáticas sólo encuentran respuestas en el paradigma de la realpolitik.

La “decepción” (para usar el sustantivo pronunciado en la “cumbre”) con los socios radicales es la circunstancia que hizo posible que dos adversarios íntimos finalmente se sentaran cara a cara, pero de ninguna manera es la “razón” por la que en el Partido de la Justicia Social y en Fuerza Republicana decidieron “trazar una raya” y mirar “de aquí para adelante”. Estamos hablando de política, no de clubes de amigos. El alfarismo y el bussismo no aspiran a una indemnización por el desengaño: lo que buscan es poder.

En esa búsqueda, la herramienta por explorar es el tándem. En otros términos: el alfarismo y el bussismo, hoy, ¿valen lo mismo cada uno por separado que pedaleando juntos? Esa es, a la vez que una pregunta para los encuestadores, una inquisición indispensable para proyectar la eventual continuidad, o no, del acercamiento entre ambas fuerzas.

En política hay convergencias que dan resultados aritméticos: las partes, sin más, suman lo que cada una aporta y el resultado es lineal. Pero hay acuerdos que arrojan resultados geométricos. Es decir: el crecimiento deviene exponencial. De desentrañar cuál es este caso surgirá la factibilidad de fortalecer el vínculo entre FR y el PJS, o no. Si el “peso específico” político de uno y otro será el mismo, no hay mayores costos en disolver la vinculación. Pero si resulta que el tándem de Alfaro y de Bussi es mucho más potente que la mera suma de las partes, entonces la separación no es negocio. Porque, en la política como en el comercio, hay negocio cuando ganan las dos partes. Con una presión adicional: la opinión pública no perdona a los que sabotean experimentos políticos que se presumen con alguna chance de éxito. Si hay “química” para el electorado, el que rompa pagará severos costos políticos. A todo esto, curiosamente, no lo descubrieron Bussi ni Alfaro, sino Juan Manzur y Osvaldo Jaldo.

La borra

En el otoño de 2018, una verdad fue dicha entre el gobernador y el vicegobernador, mientras tomaban un “café a la turca”. Como si estuvieran leyendo la borra en los pocillos, concluyeron que el entonces senador José Alperovich, tres veces gobernador, podía imponerse contra uno o contra el otro; pero no podía contra ellos dos juntos. En octubre anunciaron que buscarían la reelección. Al año siguiente la consiguieron con medio millón de votos.

Por el contrario, en 2021, divorciado y a los gritos, el peronismo tucumano hizo su peor performance electoral desde que el bussismo lo derrotara en los comicios de parlamentarios nacionales de 2003. Lo cual, por cierto, desemboca en la última de las repercusiones de la “cumbre”.

Desde hace 19 años, una certeza estadística anima al peronismo gobernante: con la oposición fracturada, el triunfo está asegurado en cualquier escenario. Incluso, en el del año pasado. Con Jaldo y Manzur depreciándose con ganas, pero unidos a la fuerza por las circunstancias (uno asumió como jefe de Gabinete de la Nación y el otro como gobernador interino), y con toda la dirigencia de uno y otro sector enemistada y pasando factura por las mutuas persecuciones, terminaron ganándole por dos puntos a Juntos por el Cambio, con Fuerza Republicana compitiendo por separado.

Ese escenario de oposición dividida se tornó difuso el miércoles. Alfaro y Bussi, además, dejaron en claro que no habrá “bolilla negra” para nadie.

Los momentos

El miércoles al mediodía, todas las especulaciones políticas alimentadas desde las últimas elecciones quedaron viejas. La cumbre entre Alfaro y Bussi fue un cimbronazo que sembró de incertidumbres las certezas de radicales y de peronistas. Claro está, el acercamiento puede frustrarse en el futuro. Pero el tiempo para solidificar acuerdos, o para arruinarlos, vendrá después. Estos momentos son los de tomar la iniciativa, urdir alternativas, experimentar con alquimias partidarias, explorar los terrenos más convenientes para dar las peleas, y ocupar el casillero del medio para no terminar en las banquinas de la ruta hacia el poder.

“Borrón y cuenta nueva”, coincidieron Alfaro y Bussi. Y no podían dejar de sonreír…

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