La realidad debe inquietar a toda la dirigencia

La realidad debe inquietar a toda la dirigencia

17 Marzo 2022

Suba de precios, incremento de la inflación, aumento de la pobreza. La ecuación es producto de políticas desacertadas de la clase dirigente que tuvo responsabilidades de conducción en el país en lo que va del siglo. No es un fenómeno nuevo ni repentino, es la consecuencia de acciones equivocadas de los sucesivos gobiernos, cuyos efectos los padece la ciudadanía, unos más que otros. Nadie puede hacerse el distraído por los efectos sociales negativos, porque las culpas son compartidas, en mayor o en menor medida. Se revela que la mitad de la sociedad argentina está en niveles de pobreza, o sea que aproximadamente el 50% de la comunidad no llega a los $ 70.000 de la canasta básica para una familia tipo. Esa cifra que estremece también refleja una característica de quienes tienen la oportunidad de conducir los destinos del país: que hay una clase política pobre de ideas, que no está en un nivel de preparación y de conocimiento que la ciudadanía exige para cambiarle, precisamente, la vida. El bienestar general está lejos de ser una realidad hoy por hoy. Los datos fríos refieren centralmente que no hay aciertos a la hora de implementar programas económicos, o bien que se carece de planes efectivos para mejorar la situación económica del país. Un 8,8% de inflación acumulada en el primer bimestre del año, una pobreza situada casi en el 50% (los datos precisos serán publicados el 30 de este mes por el Indec) y la suba de precios de alimentos populares y de los combustibles, entre otros ítems, anticipan mayores dificultades para los argentinos y un gran desafío para toda la clase dirigente, en especial para la que gobierna. No basta con declararle la guerra a la inflación a partir de mañana; hay que explicar cómo se va a hacer para obtener una victoria, cuáles las estrategias a desarrollar; porque los números si bien pintan una realidad a su vez también advierten sobre un creciente malestar social, especialmente de las capas sociales vulneradas, a las que se les sumaron franjas de la clase media. El empobrecimiento se va generalizando y no se encuentra el freno o la salida. Cabe mirar con gran preocupación las consecuencias de no encontrar el rumbo económico. Sin embargo, las alarmantes cifras deben inquietar a toda la dirigencia política con responsabilidades institucionales, porque no basta con los señalamientos y el reparto de culpas por el fracaso; a esta altura del siglo todos los que están en los primeros planos políticos han pasado por el oficialismo y por la oposición; han estado en ambos lados del mostrador, gobernando y controlando como consecuencia del voto popular. El pueblo eligió para que le den soluciones, para que se mejore su condición de vida, no para establecer privilegios o facilitar impunidades. En cambio, la realidad muestra, en sus índices sociales, que la clase política no ha hecho bien sus deberes, tanto desde el oficialismo como desde la oposición, de cada uno cuando les tocó una u otra misión. Hay un fracaso colectivo de los referentes políticos si es que se observa el estado en el que se encuentra el país. Echarse culpas puede ser un buen argumento político para fines estrictamente electorales, es el camino fácil; el verdadero desafío será actuar mancomunadamente con responsabilidad social, vocación de servicio, generosidad y desprendimiento.

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