El hombre está sobre avenida Sarmiento, a metros de la Plazoleta Mitre. Usa una vieja musculosa de básquet y bermudas. Camina entre los autos, apoyado en dos muletas. Todavía usa un viejo barbijo, de los quirúrgicos. Le falta la mitad de la pierna izquierda, de la rodilla para abajo. El pedido es siempre el mismo: “Mi rey, ¿me puede ayudar con algo?” Uno de cada 10 le da una moneda o un billete chico. Cuatro de cada 10 le hace el gesto negativo con el dedo, antes de que diga algo. Cinco de cada 10 ni lo mira ni le contesta. En nueve de cada 10 veces el hombre dispara una frase que desarma: “con una sonrisa me conformo”. Ese hombre hace equilibrio todos los días entre los miles de autos que pasan por esa zona. Es parte de los 25 millones de argentinos que están debajo de la línea de la pobreza en el país. Ese hombre que ante la indiferencia pide al menos una sonrisa, es un resiliente.
Argentina vive sumida en un caos, en un espiral dramático permanente, con hechos y noticias que nos indignan a diario. Desde hace dos años respiramos con la espada de Damocles en la cabeza ante un virus al que ahora conocemos mejor, y contra el que por suerte ya tenemos vacunas, pero que nos tuvo a maltraer con la sensación de que salir de nuestra casa era una sentencia de muerte. Pero desde hace décadas, otro espiral, mezcla de política y economía, pone en jaque a los argentinos que vemos cómo tenemos todo para crecer, pero no lo hacemos. Involucionamos. Pero seguimos empujando. Nos cuesta un Perú llegar a fin de mes. Pero no bajamos los brazos. Tenemos un doctora en resiliencia. Pero, ¿qué significa ser un resiliente? La Real Academia nos da dos definiciones, siempre basados en la palabra latina resiliens, “salta hacia atrás, o “replegarse”. Advierte la RAE que es 1- La capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos y 2- La capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido. ¿Habrá ejemplos más acabados de resiliencia de lo que vivimos a diario los argentinos?
Desde hace dos años, y medio de esta situación tan novedosa como inquietante, el Gobierno contribuyó y mucho a que el humor sea como mínimo irritante. Si sanitariamente se cometieron errores, la imagen de la fiesta de cumpleaños de la Primera Dama Fabiola Yáñez en Olivos mientras el 90% de los argentinos estaba obligado a recluirse en sus casas fue indignante. Ni qué decir de los amigos del poder que se saltearon la fila a la hora de comenzar a vacunarse, o del viaje internacional de la titular del PAMI, Luana Volnovich cuando el mismo presidente Alberto Fernández había pedido que los funcionarios estén en sus lugares de trabajo para afrontar las consecuencias de dos años perdidos.
El lunes los argentinos nos desayunamos con que teníamos una nueva dependencia en el Gobierno nacional, creada y apoyada por el gobernador tucumano en uso de licencia y Jefe de Gabinete, Juan Manzur. Se llamaba “Unidad Especial Temporaria Resiliencia Argentina”. En los considerandos publicados en el Boletín Oficial se indicaba: “...Que como Anexo a la citada resolución se establecieron los lineamientos del mentado Programa, y se señaló el impacto globalmente catastrófico y subjetivamente traumático que la pandemia del covid-19 tiene, agravando todos los indicadores de la crisis económica, social, sanitaria y educativa que afectaba previamente a nuestro país y a amplios sectores de la población. Que, en este contexto, diversos organismos internacionales señalan la oportunidad y pertinencia de incorporar el enfoque de la Resiliencia con el fin de fortalecer las iniciativas estatales y mejorar sus resultados, junto a los distintos grupos poblacionales y sociales afectados y sus organizaciones”. Y explicaba: “Que, la implementación de las acciones en el marco mencionado enriquecerá al Estado Nacional y a las organizaciones de la sociedad civil, produciendo un impacto altamente positivo, mediante la promoción de capacidades resilientes en instituciones, grupos, familias y personas a través de la incorporación de la resiliencia comunitaria como enfoque transversal en la interacción de las diversas áreas de la Administración Pública Nacional, así como también de las provincias, los municipios y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires”. En síntesis, el Gobierno creaba una dependencia para enseñarnos y fomentar la resiliencia a los argentinos.
Hace dos años, un grupo de psicólogos porteños realizó una encuesta que arrojó resultados concretos. Advirtieron, luego de entrevistar a 6.000 personas en nuestro país, que comparativamente con Latinoamérica, Argentina ocupaba el cuarto lugar en cuanto a resiliencia, superado por Chile (66.11%); Colombia (65.29%) y México (65.01%). En quinto lugar estaba Brasil con un 64.45% de resiliencia. Tampoco estábamos tan lejos de los europeos. Españoles (65.17%), italianos (63.66%) y franceses (62.15%) demostraron altos niveles de resiliencia frente a las dificultades y situaciones extremas de la vida cotidiana.
Tras la publicación en el Boletín Oficial de la creación del nuevo organismo, el escándalo, sobre todo mediático, fue mayúsculo. Tanto que la Unidad Ejecutora Nacional que iba a estar a cargo de Fernando Melillo duró menos de 24 horas y Manzur desistió de ese proyecto. El pedido del hombre en el semáforo entonces vuelve a sonar fuerte: “una sonrisa al menos, por favor”. Paradójico. Se creó un organismo que impulsaba la resiliencia. Y no duró ni un día.