“En un programa de TV, Aleksandr Zaldostanov, líder de los Lobos Nocturnos, un club de motociclistas con tendencias homófobas y nacionalistas surgido en los últimos años de la Unión Soviética, recordó una charla que había tenido con Vladímir Putin tiempo atrás y citó una frase que este último supuestamente le había dicho. No era una cita textual, pero él la recordaba así: ‘quien no quiere la unificación con Ucrania no tiene corazón, pero quien la quiere perdió la razón’. Entonces, le preguntó al primer ministro si estaba de acuerdo con la idea de que el corazón podía reemplazar en ocasiones a la mente, pero que la mente jamás podría reemplazar al corazón. Putin no entendió muy bien de qué se trataba la pregunta, pero recordó enseguida la conversación. Y lo corrigió: ‘recuerdo lo que dije. Estaba hablando sobre la disolución de la Unión Soviética. Y dije que quien no lamenta la disolución de la Unión Soviética no tiene corazón, pero quien quiere restaurarla en su forma anterior no tiene cabeza. Dejemos esto entre corchetes. Es cosa del pasado’. Y enseguida cambió de tema. La frase de Putin se hizo mundialmente famosa y, en su versión en castellano, se la conoció con una leve variación, en forma de sentencia: ‘quien no extraña a la Unión Soviética no tiene corazón, quien quiere restaurarla no tiene cerebro’. Como sea, el sentido de esa reflexión sintetiza muy bien un aspecto central de la Rusia contemporánea: su problemática y aún no resuelta relación con el pasado soviético”.
Con esa anécdota y frase comienza el libro del historiador Martín Baña, autor de “Quien no extraña al comunismo no tiene corazón. De la disolución de la Unión Soviética a la Rusia de Putin (Sello Crítica, Editorial Planeta)”. El autor responde en su libro innumerables interrogantes sobre la Rusia del presente y plantea que es necesario dirigirnos a su pasado reciente y, particularmente, a un hecho inesperado para ese país, pero trascendental para el orden mundial: la disolución de la Unión Soviética ocurrida en diciembre de 1991. “Las causas más importantes de su disolución, aunque no las únicas, hay que buscarlas en el agotamiento del sistema y la decisión política de una élite que, temerosa de perder sus privilegios, aprovechó las reformas para operar su reemplazo por una economía de mercado. El grueso de la población acompañó el proceso y lo justificó así: ‘el capitalismo no puede ser peor que lo que nos tocó vivir’”, escribe Baña.
- En la imagen que tienen los argentinos sobre Rusia, ¿el comunismo sigue presente?
- Depende. Creo que todos entendimos que en 1991 Rusia ingresaba al sistema capitalista y a un ordenamiento democrático que no era muy diferente al que podían tener otros países europeos o americanos. Rusia es un país capitalista desde hace 30 años y está totalmente integrado al sistema mundial por más que ahora aparezcan sanciones económicas. En realidad, esas sanciones hablan del grado de integración que hay. Lo cierto es que algunos creen que su presidente es un líder comunista. Eso demuestra desconocimiento o malicia. Se asocia al país con el comunismo para desprestigiarlo porque tenemos una visión negativa de ese modelo.
- ¿Y cuál comienza a ser hoy la situación e imagen de Rusia a nivel mundial, como potencia económica, con las empresas internacionales que anunciaron que se van y con Estados Unidos que no comprará su petróleo?
- Creo que el Gobierno estaba preparado para este tipo de sanciones porque ya las había sufrido durante la Crisis de Crimea en 2014, es decir, con la adhesión de la península de Crimea a Rusia. En ese momento ya hubo sanciones económicas y diplomáticas. Los ciudadanos comunes sufrirán las mayores consecuencias de los castigos impuestos en el presente porque el cierre de empresas implica desempleo e inflación. El impacto real de la guerra se sentirá próximamente y los rusos deberán buscar socios en otros lugares. Uno de ellos podría ser China.
- ¿Cómo quedó el ciudadano ruso luego de la disolución de la Unión Soviética?
- En 30 años Rusia se transformó en una potencia. La Unión Soviética, sobre todo en sus últimas décadas de existencia, fue teniendo una conexión cada vez más significativa con Europa y el mundo, especialmente cuando, a finales de los años 1960, se descubrieron pozos petroleros y reservas de gas. Ahí vemos cómo Rusia va a integrarse nuevamente al sistema mundial desde un lugar más periférico como es la exportación de materia prima. Hay gasoductos que atraviesan toda la región para llevar gas, uno de ellos está en Ucrania. En los años 1980 Rusia comienza a unirse al mundo paulatinamente. Pero, claro, en el contexto de la Guerra Fría y con el discurso dominante de países como los Estados Unidos, era el enemigo a combatir. Ese discurso se termina en 1991. Pero ni Europa ni los Estados Unidos tratan a Rusia como un par. Lo colocan en un lugar de subordinando, no lo invitan integrarse a los organismos multilaterales.
- ¿Y ahí qué sucede?
- Rusia comienza a pensar que tiene que volver a posicionarse y a colocarse como una potencia modelo o como un actor a ser tenido en cuenta a la hora de tomar decisiones a nivel mundial, y ahí reaparecen prejuicios y preconceptos respecto de Rusia que se pusieron de manifiesto casualmente hace unos días con la invasión a Ucrania, donde hemos visto cómo en Europa cancelaron a distintos artistas rusos, deportistas e incluso académicos compelidos a manifestarse a favor o en contra de la decisión de la dirigencia de su país y sin tener en cuenta que ellos no decidieron la guerra, sino que esta fue decidida por la dirigencia política. Por eso digo que cada tanto aparece, y ahora más, esta “rusofobia”, ese temor o miedo por Rusia que todavía tiene gran parte de Europa y el resto del mundo.
- A ustedes, los académicos y especialistas sobre esta zona del mundo, ¿les sorprendió la decisión de Rusia de invadir Ucrania?
- Uno nunca espera lo peor, la conducta de Putin fue bastante ambigua y errática en los últimos meses. Por un lado parecía resolver diplomáticamente el conflicto con reuniones con Emmanuel Macron (presidente de Francia), pero, al mismo tiempo, reconocía la independencia de estas dos repúblicas separatistas o justificaba la invasión en Ucrania. Ahora mismo genera mensajes de negociaciones con Ucrania, pero sigue bombardeando ese territorio. Por otro lado están los Estados Unidos y otros países europeos, que no han intervenido directamente en la guerra y, ya en el terreno de la conjetura, hay una posibilidad de que así como Rusia tomó la decisión sobre Ucrania, el conflicto escale y tenga consecuencia mayores.
- ¿Qué debe suceder para denominar a este conflicto como la Tercera Guerra Mundial?
- Las guerras mundiales, la primera y la segunda, se denominaron así luego de la intervención de las grandes potencias mundiales. Para que eso suceda ahora deberían implicarse una o varias potencias. Son países que poseen armas nucleares y que hacen que el conflicto pueda tener consecuencias nefastas.
- ¿Cómo describirías la figura de Putin y de Volodimir Zelenski, presidente de Ucrania?
- Putin es un dirigente político pragmático que no se deja agarrar por ninguna ideología en particular, sino que va tomando elementos de distintas ideologías y las coloca en favor de sus objetivos que básicamente son dos: reforzar el rol del Estado dentro del propio territorio ruso y reposicionar a Rusia a nivel internacional, que su país sea tenido en cuenta como un actor importante a la hora de tomar decisiones. Las acciones de Putin en los últimos 12 años apuntan a eso y lo que sucede en Ucrania sigue esa lógica. Mientras que Volodimir Zelenski, el presidente de Ucrania, viene de afuera de la política: era abogado y, después, fue actor por lo que Putin siente que no se puede sentar a conversar con él porque no estaría a su altura. En cambio, sí se puede sentar a conversar con Joe Biden y Macron porque siente que estos son, como él, representantes de potencias.
- ¿El origen del conflicto es el pedido de Ucrania para ingreso a la OTAN?
- Definitivamente eso no ayudó a que el conflicto disminuyera. La OTAN ya hace varias décadas que se está expandiendo sobre el territorio que formó parte del bloque soviético en países como Polonia, Hungría o los países bálticos. Esto Rusia lo ve como una amenaza a la seguridad y Ucrania aparece como el último bastión sobre el cual puede avanzar la OTAN. Al mismo tiempo, hay una responsabilidad de Putin que justifica su invasión con el argumento de que Ucrania es un invento de los bolcheviques y de Lenin durante la Revolución Rusa, que eso fue un error y que hay que repararlo.
- ¿Qué representa Ucrania para Rusia en lo económico?
- Es la segunda república más poblada de las que conformaba la Unión Soviética. Por allí pasan los gasoductos que llevan el gas a Europa y hay otros elementos simbólicos que, según Putin, prueban que existe una unidad histórica entre rusos y ucranianos. En la lógica de Putin se juegan una serie de razones históricas e ideológicas que convierten a Ucrania en un territorio que tendría que estar unido inevitablemente a Rusia.
- ¿Cómo cree que puede seguir el conflicto?
- Este es el terreno de la conjetura, pero sí creo que hay un elemento que, en la medida que no se cumpla, el conflicto va a seguir escalando. Esto es que garanticen por escrito que Ucrania no va a formar parte de la OTAN y que, si no se va a convertir en territorio ruso, al menos sea un territorio neutral, y no cooptado por la Unión Europea o la OTAN. En todo conflicto siempre alguien tiene que ceder y acá, hasta el momento, ninguno lo ha hecho, por eso creo que esa situación continuará.