Por Daniel Dessein
PARA LA GACETA - BUENOS AIRES
Hay que prestar atención a lo que dice Garry Kasparov, el ex campeón mundial de ajedrez, ex candidato a presidente de Rusia y adversario político de Vladimir Putin. Participé de un almuerzo, en 2008 en Suecia, que lo tenía como orador. Después de su exposición me quedé conversando con él junto a un puñado de periodistas. “Putin es como Stalin; jamás aceptará abandonar el poder”, vaticinaba sobre quien en ese momento alternaba la presidencia con su delfín Dimitri Medvedev. Explicó cómo había montado sobre los restos del régimen comunista soviético un sistema de poder plutocrático, una antítesis del proyecto marxista: “Los 20 rusos más ricos superan los 300.000 millones de dólares en conjunto; 19 son íntimos amigos de Putin”, dijo.
En 2015, poco después de la anexión de Crimea, adelantó en su libro Winter is coming que en el futuro Putin iría por toda Ucrania. ¿Qué cree hoy Kasparov que debería hacer Occidente para debilitar a Putin?: “apoyar al ejército ucraniano; llevar a la quiebra a la ‘máquina bélica’ rusa; congelar los activos de Putin y sus ‘secuaces’; sancionar el aparato propagandístico del Kremlin; exponer a quienes defienden al jefe de estado ruso; reemplazar el petróleo y el gas proveniente de aquel país”.
Muchos encuentran puntos de contacto entre la actitud de Occidente frente a la invasión a Ucrania con la tolerancia del primer ministro inglés Neville Chamberlain a la ocupación nazi de los Sudetes en 1938, que terminó dándole tiempo a Alemania para armarse y ampliar la expansión territorial que desató la Segunda Guerra un año después. La gran diferencia con la comparación es que Putin cuenta con un arsenal atómico del que Hitler carecía. La gran pregunta de hoy es cuál es la línea roja que una vez cruzada nos llevará a un conflicto bélico global y eventualmente a una catástrofe nuclear.
La respuesta está dentro de la cabeza de Vladimir Putin, hombre enigmático, aparentemente insondable. Así como la psicología de Hitler es imprescindible para entender el siglo XX, la de Putin quizás está convirtiéndose en la clave ineludible para comprender el XXI. Claro que no se tratan de claves interpretativas excluyentes. El historiador norteamericano Robert Gellately publicó en 2001 un libro de título sugerente -No solo Hitler- en el que muestra el consenso popular sobre el que se asentó el régimen nazi. Putin, de modo análogo, opera sobre la herida narcisista de un pueblo derrotado y humillado para proponer la reconstitución de la “Gran Rusia”. Claro que del lado ruso hay grandes dosis de manipulación, desinformación y coacción sobre los ciudadanos críticos que corren en paralelo con la estimulación de un espíritu nacionalista que nutre el plan del presidente ruso. Y también argumentos, como el que postula que la seguridad rusa requiere que un país como Ucrania no se incorpore a la OTAN y que en países vecinos no se instalen misiles nucleares que podrían devastar Rusia en pocos minutos, sin darle tiempo para reaccionar. Fue una circunstancia similar -los misiles nucleares instalados en Cuba en 1962- lo que llevó al mundo al mayor riesgo de una conflagración atómica en toda su historia. Hasta hoy.
¿Cuáles serán los próximos movimientos de Putin? “Si no se le impide destruir Ucrania, habrá una próxima vez y será en la OTAN, con una amenaza nuclear sin precedentes”, arriesga Kasparov en lo que configura el gran dilema actual. Si no se detiene a Putin, pronto estaremos al borde del desastre. Si se lo acorrala antes, quizás también lo estemos.
Putin y la OTAN juegan partidas simultáneas. Un tablero es el mapa de Ucrania, otro el de Rusia y el tercero el del mundo, en el que se despliegan sanciones, alianzas y amenazas. Los únicos que pueden detener a Putin, afirma Kasparov, son los propios rusos. Otros piensan que ese papel solo puede jugarlo China, quien no debería permanecer pasiva frente a la destrucción de la estabilidad global que requiere la inercia que la convertirá en unos años en la primera potencia.
Los habitantes del planeta contemplamos azorados este ajedrez temerario en el que se define el destino de todos. No sabemos adónde nos llevará esta crisis pero sí sabemos adónde no volveremos. Thomas Friedman, el célebre columnista de The New York Times, usó una frase que advierte que nunca debería ser usada en el periodismo, a excepción de contextos como el actual: “El mundo no volverá a ser el mismo”.
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