La presencia de la pandemia ha quedado casi disuelta por un nuevo sacudón del devenir humano. Una guerra y no solo eso: la amenaza nuclear vuelve a ser titular de los diarios que creían que esas palabras habían quedado en el siglo pasado.
Pero todo vuelve. Quien crea en la versión lineal de la historia estará tan equivocado como aquel que tenga expectativas en la capacidad racional de los hombres. Esta vez no es la naturaleza azarosa la que nos sorprende en un abrir y cerrar de ojos. Es la condición humana quien ha decidido llegar a esta instancia capaz de montar un escenario que nada tiene que envidiarle a la Europa de los peores tiempos. La guerra adquirió en las últimas horas una dimensión crítica. Especialistas ya advertían que un conflicto bélico en Ucrania representaba un verdadero caldo de cultivo para desastres nucleares, ya que dicho país cuenta con nada más y nada menos que 15 reactores que suministran este tipo de energía. De hecho, la famosa planta de Chernóbil estaba apostada en el norte de Ucrania y la instalación de Europa se encuentra en la ciudad de Energodar, al sudoeste. Esta última ha sido atacada en las últimas horas por el ejército ruso y todas las miradas apuntan a los seis reactores que podrían haber sufrido grandes daños luego de los bombardeos.
“Es una situación única en la historia de la energía nuclear que tengamos una situación en la que una nación está operando 15 reactores nucleares y está en medio de una guerra a gran escala”, dijo Shaun Burnie, especialista nuclear de Greenpeace Asia Oriental a la cadena alemana Deutsche Welle. Aún así, el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) ha asegurado que no se han producido fugas de material radiactivo, pero todos advierten que el incendio producido en dicho lugar es una muestra de la estrategia de ataques indiscriminados que está desplegando Putin.
“Lo peor está por venir”. No fue exagerado entonces el presidente francés, Emmanuel Macron, al advertir que un futuro sombrío les espera a Ucrania y Europa. Más de 2.000 civiles ucranianos han muerto desde el comienzo de la invasión. Y aún peor es el número de refugiados que ya asciende a un millón y medio de personas, la mayoría mujeres y niños.
Así como el tiempo no es lineal, tampoco parece ser preciso en su andar. Los dos años de pandemia fueron los más largos para muchos, casi eternos. De hecho, la pandemia no terminó. Pero así como el tiempo parece más largo, también es capaz de acelerar el ritmo de todo lo que parecía aquietado. En menos de una semana, se encendieron las alarmas nucleares y el fantasma de un conflicto bélico internacional cada vez tiene más corporalidad. Nadie cree que esta guerra sea breve, pero seguramente marcará un antes y después en la escena geopolítica que hasta ahora parece dubitativa ante el accionar de un Putin irracional, ambicioso y envalentonado por su ego. ¿Quién detendrá su locura? ¿Ucrania será capaz de resistir la invasión? Estas preguntas corroboran que la ilusión del “fin de la historia” fue una grave falacia, como así también la pretensión de que la pandemia nos dejaría un mundo mejor.
Es tiempo de actualizar las corrientes de pensamiento pues la historia nos sigue desvelando, nos arroja nuevos cuestionamientos de dónde estamos parados y hasta dónde somos capaces. Pero en Ucrania ahora no hay tiempo para preguntas y para quienes tengan que tomar decisiones las horas corren como arena entre los dedos.