“No es un orgullo haber tenido cerrado el teatro durante tanto tiempo, pero la verdad es que nos vino bien para realizar los trabajos más importantes. Esos que el público no ve, pero que hacen a la estructura del edificio”, explica la arquitecta Sol Yáñez. Ella está a cargo de la remodelación del Alberdi, un proyecto que -según explica- se prolongó durante más de dos años por un doble motivo: la pandemia y, sobre todo, los replanteos en el plan de obras. Esto fue producto de las fallas que iban apareciendo en el esqueleto de la construcción. “No nos servía pintar y habilitar el teatro -enfatiza-. Había que hacer las cosas bien”.
El 12 de mayo se cumplirán 110 años de la inauguración del Alberdi, en cuya historia se alternan períodos de esplendor con otros de peligroso abandono. Es más, cuando la Universidad Nacional de Tucumán lo compró en 1961 evitó un seguro destino de demolición. Hubo distintas intervenciones para ponerlo en valor -la más sustancial a cargo de Jorge de Lassaletta-, pero, apunta Yáñez, era imprescindible ocuparse de las cuestiones de fondo. Por eso invita a una recorrida por las entrañas del edificio, esos espacios que estaban inundados, clausurados o atados con alambres. Allí se notan el trabajo y la recuperación. Justamente, lo que está oculto a la mirada del público.
Destaca Silvina Fénik, directora del Alberdi, que dos de los ejes del proyecto apuntaron a dotar de mayor seguridad y accesibilidad al teatro. No es un tema menor: las denuncias por robos fueron una constante antes del cierre. Por eso se completó la instalación de un sistema de cámaras. Además, se colocó una red sobre el foso y se reorganizaron las salidas de emergencia: son más y con puertas dotadas de barrales antipánico, para facilitar las evacuaciones.
En el caso del escenario se despejaron las salidas en las dos direcciones: hacia la calle Jujuy y hacia el patio que linda con los fondos de Edunt. También se arregló el mecanismo -estaba trabado y en desuso- del chapón cortafuego que baja automáticamente en caso de incendio, como un telón que separa el escenario de la platea y aísla ambos espacios para evitar que las llamas se propaguen.
La cuestión de la accesibilidad se mejoró notablemente. La apertura de otro ingreso al teatro -con rampa- por Crisóstomo Álvarez se completa con la habilitación en la planta baja de sanitarios equipados para discapacitados. Lo insoluble, hasta el momento, es la circulación hacia los pisos superiores, lo que no tendrá arreglo hasta que se consiga instalar un ascensor.
En detalle
Mientras sirve de sherpa en la travesía tras bambalinas, Yáñez va enumerando lo que se cambió, arregló o modificó; las grietas que se repararon y las vigas que se reforzaron; el flamante tablero eléctrico; el montacargas que conecta el escenario con el subsuelo; las nuevas parrillas para las luces; los espacios recuperados para depósito debajo de los palcos; las renovadas bombas y cañerías. El final de la recorrida es debajo de la platea, entre las columnas y los tirantes de madera originales, en una zona que podrá tener distintos usos y que quedó disponible al cabo de varias intervenciones de la SAT.
Más allá de los contratiempos de los que habla Yáñez -integrante del equipo de la Secretaría de Proyectos y Obras que encabeza Sergio Mohamed-, la pregunta que viene haciéndose la comunidad artística desde hace meses es ¿por qué llevó tanto tiempo esta remodelación?
“Es cierto, demoró más de lo pensado, pero era una obra necesaria y la pandemia también influyó -explica Marcelo Mirkin, secretario de Extensión de la UNT-. Se hizo todo para recuperar un edificio de la antigüedad del teatro. El Alberdi es un símbolo de la Universidad y en abril estará en funcionamiento. Además, forma parte de un cambio conceptual que tenemos pensado; una política cultural por parte de la Universidad”.
“Aquí no se descansó -añade Yáñez-. Apenas se levantaron las restricciones de la primera cuarentena empezamos a trabajar, el problema es que sólo podían hacerlo pequeños grupos, por los protocolos sanitarios. Después, a medida que fuimos encontrando cuestiones estructurales de fondo para resolver, hubo que tercerizar algunas tareas. Ahora estamos pintando y haciendo los últimos arreglos, como en los techos del foyer del primer piso y también en la sala Juan Tríbulo”.
Cuenta Yáñez que debieron renegar con incontables contratiempos; dolores de cabeza provocados por toda clase de imponderables. Y entre ellos, las palomas: “tuvimos que poner rejas en los techos porque todo el tiempo se tapaban las cañerías por los desechos que van dejando”.
Quedará por resolver, en una próxima etapa, todo lo referido a la fachada del Alberdi. Allí cuentan con la colaboración de la Comisión de Patrimonio, cuyos expertos vienen analizando minuciosamente el estado de muros, balcones y elementos que corran riesgo de desprendimiento. En función de las recomendaciones que surjan de esos estudios se decidirá qué tipo de obra se proyecta.
Si bien Mirkin anticipó que la decisión de la UNT es que el teatro reabra en abril, Yáñez destacó que, de uno u otro modo, estará listo para el 25 de mayo, cuando la Universidad celebre sus 108 años. Es todo un dato el referido a la antigüedad del Alberdi, dos años mayor que la casa de Juan B. Terán y tan necesitado de recuperar el brillo perdido.
Proyectos
Una programación que sumará la producción propia
Silvina Fénik destacó que en el armado de la nueva programación el teatro Alberdi sumará a la actividad de los cuerpos estables de la UNT (orquestas y coros) y al habitual alquiler de la sala, una serie de proyectos de producción propia. Habló de la reapertura de la sala Juan Tríbulo para el teatro independiente y de compartir actividades con el Instituto Nacional del Teatro. Y subrayó la labor que vinieron realizando con la creación de audiotecas.