Una guerra en modo selfie

Una mujer filma desde su auto una columna de tanques de guerra que marcha en dirección contraria por la ruta en la que transita. Donde tendría que haber autos, hay camiones que trasladan misiles y blindados que a paso seguro, se acercan a zonas residenciales. Al costado del camino se ve nieve, cubriendo una zona que parece hostil antes de que cruzaran los vehículos que confirman efectivamente que habrá muertes.

Así como las imágenes de esa mujer, los videos de la invasión rusa a Ucrania llegaron antes que las noticias. En todo caso, el mensaje de Vladimir Putin confirmando que se iniciaba una “operación” en el país vecino vino a dar sentido a todo aquello que ya se vivía en las ciudades y que era registrado por miles de usuarios en sus teléfonos. Las crónicas de guerra se habían anticipado.

Hasta hace poco, éramos testigos de guerras a través de control remoto. El conflicto bélico se desplegaba en una pantalla, borrosa y satelital. Desde un avión no tripulado los ejércitos atacaban objetivos a miles de kilómetros de distancia, con una precisión milimétrica aunque a veces había que admitir los “daños colaterales”. Esa fue la forma en la que se mediatizó gran parte de los últimos conflictos en medio oriente, desde la invasión norteamericana en Afganistán, la caída de Saddam Hussein, la captura de Bin Laden hasta el combate contra el Estado Islámico.

Pero la guerra que comenzó la semana pasada no llega a nosotros de forma satelital. No son imágenes de arriba, son imágenes de abajo. El registro se está construyendo por personas que graban en sus teléfonos cómo llegan soldados, cómo son atacados sus edificios, cómo se resguardan en los subtes y cómo intentan sobrevivir en calles desoladas. En términos audiovisuales podríamos decir que el plano ha cambiado, ya no es cenital, sino contrapicado, una guerra en modo selfie.

Los medios internacionales que ya están en Kiev, la capital ucraniana, nos muestran grandes horizontes donde debemos asumir que allí se está desatando el conflicto bélico que todos esperaban y que todos negaban. Sin embargo, el relato parece ser más fragmentario, rizomático, con espectadores que capturan detalles de una violencia que irrumpió las vidas cotidianas de los más de 41 millones de habitantes que tiene el país que hoy mira todo el planeta. Una violencia capaz de mostrar cómo un misil impacta en un edificio residencial o un blindado arrasa con un auto civil en medio de una autopista. Todos los días tendremos estas imágenes, casi en tiempo real y con autores anónimos que en vez de un fusil portan un teléfono.

A TikTok le cayó una pandemia y explotó de usuarios. Ahora le aparece una guerra, sin metáforas. De pronto el algoritmo comienza a ofrecernos contenido que antes nunca habíamos visto y que no estaba en nuestra órbita de intereses. Tanques de guerra marchando entre civiles que escapan hacia las fronteras, campos de batalla donde ya se ven soldados de infantería y hasta “influencers” de la guerra. “Hola, desde Ucrania para todos”, así saluda cada mañana Xena Solo, una joven ucraniana que ya cosechó 500.000 seguidores en la red social por sus videos explicativos del conflicto armado. Mucho antes de la invasión, Xena ya relataba lo que pasaba en su país de manera sencilla, con ironía pero con precisión. Todo desde el cuarto de su casa y con los guiños necesarios para hacerse viral en la web.

La guerra en primera persona, en la palma de la mano y contada de manera tan íntima como un secreto en el oído. Sin embargo, ya abundan los videos falsos y se ha desatado un ataque de desinformación que será imposible de contrarrestar. ¿Cómo distinguir un video falso o de un conflicto armado anterior con uno actual? Las intenciones de crear más confusión en medio del caos están servidas y las redes sociales no tienen filtros para expandir dichos contenidos.

¿Qué haremos entonces como usuarios ante esta horda de imágenes? Podemos ser pasivos consumidores, expansores de noticias falsas o engranajes de viralizaciones. Pero recordemos que detrás de cada contenido, hay vidas y hay muertes. La tecnología nuevamente nos pone en una encrucijada en la que podemos elegir si naturalizaremos la violencia o bien tomaremos consciencia de nuestro tiempo, cada vez más complejo y corto. Un tiempo cada vez más universal, pues en esos pequeños videos también habita el borrador de la historia.

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