Más empatía y menos likes

Entre el tsunami de memes que circulan desde que Vladimir Putin apretó el botón hay uno de lo más llamativo. Una nena llora a gritos y la frase implora “¡No quiero jugar más a vivir eventos históricos!” Hay malas noticias (para ella) en ese sentido: la historia no es un juego y ni por las tapas vivimos tiempos excepcionales. Si de pandemia hablamos, la pregunta es cuándo será la próxima (entre la gripe española y la covid-19 medió un siglo; podrá ser más, podrá ser menos). Si de guerra se trata, la mirada sobre el TEG (“Rusia ataca Ucrania”, se leía ayer en los zócalos de la TV) invita a adivinar dónde estallará la siguiente. ¿En África? ¿En Medio Oriente? ¿A la vuelta de casa? ¿Y qué hay de las guerras en curso pero que no mueven la aguja en Facebook? No, no somos distintos a quienes nos precedieron durante milenios de civilización. Lo que cambió es nuestra autopercepción, esta idea narcisista y egocéntrica de que transitamos épocas extraordinarias, porque, no tan en el fondo, nos consideramos extraordinarios.

Nuestros abuelos y bisabuelos seguían las guerras por radio, y un día, desde el éter, una voz les contó que habían detonado bombas nucleares sobre ciudades indefensas. Hasta que llegó la guerra televisada por CNN, en directo desde el Golfo Pérsico. Ahora la guerra está en el celular. Videollamadas con sirenas de fondo, posteos nerviosos y por lo general funestos en redes sociales, tiktoks grabados en refugios antiaéreos. Un espectáculo en el que costaría distinguir la realidad de la ficción si no fuera porque los muertos tienen nombres, familias, historias. Desde ayer, cuando empezaron a llover misilazos sobre Ucrania, la guerra sigue rigurosamente las reglas de la sociedad de las pantallas, de likes y dislikes, de lo vital mezclado con lo anecdótico. Es la guerra sin editar, comentada con una superficialidad abrumadora, casi como un spin-off de ese ensayo sociológico que es la película “No mires arriba”.

“Vivimos en una sociedad que se concentra por completo en la producción, en la positividad -sostiene el filósofo Byung-Chul Han-. Una sociedad que se deshace de la negatividad de lo otro o de lo ajeno para aumentar la velocidad de la circulación de la producción y del consumo. Sólo las diferencias que se pueden consumir están permitidas. No se puede amar al otro al que le han quitado la alteridad, sino sólo consumirlo. Quizá sea por eso por lo que hoy crece el interés por el apocalipsis. Uno siente el infierno de la igualdad y quiere escapar de él”.

Rusia y Ucrania protagonizan una larguísima y compleja saga de la que el ataque lanzando por el Goliat de esta historia es un nuevo capítulo. Imposible sospechar que será el último y decisivo. Rusos y ucranianos vienen guerreando desde hace siglos, configurando un mapa que se modifica de manera incesante mientras genera un efecto dominó sobre sus numerosos vecinos. Y con superpotencias -EEUU y China- siguiendo el minuto a minuto de los acontecimientos. La apostilla es la velocidad con la que desde ayer se mastica, consume y descarta cada suceso. La hiperconectividad de la que habla Han como catalizadora de un anhelo apocalíptico, suficiente para satisfacer esa necesidad de escapar del “infierno de la igualdad”. Como si el sufrimiento de los bombardeados fuera el avatar de algún metaverso de moda.

A la nena del comienzo, la que no quiere jugar más a vivir eventos históricos, alguien tendrá que hablarle de lo que ya casi no se habla. Y tal vez, sólo tal vez, en un futuro mirará las cosas de otra manera. Con más análisis y menos apocalipsis. Más empatía y menos likes. Más conciencia ambiental y menos soberbia (del estilo extremo “salvemos el planeta”). Más información y menos memes. Herramientas de un pensamiento crítico que le permitan comprender que no, no son tiempos excepcionales, ni formamos parte de una generación de elegidos, llamados a ser testigos de un punto de inflexión en el devenir humano.

La clave, siguiendo a Han, es volver a amar. Amar al otro; amar como antes, cuando la sociedad de consumo no lo había absorbido todo. La alternativa es la guerra y el lamentable show que la circunda.

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