Libros recomendados
06 Febrero 2022

La invención de los libros en el mundo antiguo

Historia de una lucha en contra de la fragilidad humana

El infinito en un junco es el extenso ensayo de una filóloga y profesora española sobre la historia de los libros en el mundo antiguo con reflexiones sobre la actualidad. No es un recorrido nuevo si pensamos en Manguel, Chartier, Darnton, Zaid, etc.  Pero la mano de Vallejo imprime un sello particular al apasionante viaje localizado en su mayor parte en el Mediterráneo de la antigüedad. Un viaje que incluye referencias constantes a la actualidad, en diálogo con el cine y la literatura contemporánea. Para la escritora los libros “tienen la sutil capacidad de trazar un mapa de los afectos y las amistades”. El infinito… es una declaración de amor a los libros: “La humanidad desafió la soberanía absoluta de la destrucción al inventar la escritura y los libros. De alguna forma misteriosa y espontánea el amor por los libros forjó una cadena invisible de gente que, sin conocerse, ha salvado el tesoro de los mejores relatos, sueños y pensamientos a lo largo del tiempo”.

Viajamos de relato en relato por los campos de batalla de Alejandro, la Villa de los Papiros bajo el Vesubio, los palacios de Cleopatra, la Alejandría del crimen de Hipatia, etc. Nos asomamos a las librerías, espiamos a los copistas en sus talleres. Incluso escuchamos las intrigas de ese mundo del libro.

CARMEN PERILLI

© LA GACETA

Una prosa feroz

Columnas reunidas del diario El País

Leila Guerriero es una forense ejerciendo su oficio de cronista. Tiene la maestría de quien sabe dónde hacer la incisión, el corte, la exploración para revelar las causas, las angustias, los vínculos, las rupturas, los empeños, las euforias, los aprendizajes, las pérdidas, lo que arrastra la correntada de los días.

En 99 textos cortos y parejos -como pulsaciones- palpita su vida (o la de cualquiera) en una construcción “donde el yo contiene multitudes”, como bien define Pedro Mairal en el prólogo. Cada una de sus columnas que el diario El País difundió durante cinco años, es la sístole/diástole de un corazón entrenado, de atleta de alta competencia. Cuando se los lee en voz alta se percibe una música cuyo clima proviene de la percusión cardiaca que otorgan la longitud constante (34 líneas) de los textos; la repetición como recurso lingüístico; la cita de versos ajenos con los que se identifica; la brevedad al servicio de la eficiencia; el lenguaje preciso e inquietante; la sintaxis filosa y las metáforas con las que construye los temas humanos revisitados en carne viva. Hay que considerar que son escritos hechos para ser publicados semanalmente. Son un hueso con mucha carne, con sustancia. Leídos con el intervalo de siete días tienen la regularidad de una respiración pero debo advertir que compilados y leídos uno tras otro pueden resultar tan intensos como una taquicardia.

SOFÍA VIAÑA

© LA GACETA

Un inconfundible tono íntimo

Personajes empujados por una “inercia de la vida”

Hay algo en los cuentos de Lucia Berlin que es difícil de definir. Se podría decir que los cuentos son de tres tipos: los que se arman sobre un yo autobiográfico de una mujer intelectual que tiene que lidiar con un estado de precariedad material y psicológica, los que se vinculan con una curiosa infancia arriesgada y los que problematizan un pasado adolescente en Chile, un pasado aristocrático y siniestro. En todos, me parece, hay un notable regodeo en la decadencia moral, psíquica y económica. Es decir, los personajes deambulan empujados por una “inercia de la vida” pero no controlan lo que hacen. Están a la deriva, forman parte de un orden que no manejan y se encuentran en situaciones marginales o al límite, incluso crueles. Los cuentos en los que aparecen personajes extraños, freakys (como el indio en “Lavandería Ángel” o las dos ex mujeres que añoran al judío Max o la señorita Lu en “502”), están escritos desde el desenfado y desde la crueldad y sin ningún tipo de conmiseración.

FABIÁN SOBERÓN

© LA GACETA

Historia de la muerte del hermano de Eva duarte

Enigmas de una misteriosa figura del peronismo

El libro confeccionado por Catalina de Elía es, digámoslo de inmediato, extraordinario. Combina, por un lado la cualidad de que puede leerse como una atractiva novela más que policial, diremos de espías. Pero, en modo alguno se trata de una ficción o del producto de una imaginación encendida. Estamos ante un brillante ensayo sostenido en documentación esclarecedora de cómo fueron desarrollándose los hechos. Y, utilizando archivos que estuvieron décadas acumulando polvo, revela datos para pensar y reflexionar.

Obvio, que la respuesta final -suicidio u homicidio- sigue sin poder dilucidarse de manera definitiva. Pero en estas páginas hay mucho -necesario e imprescindible- para el armado final de la trama.

Hechos curiosos. ¿Dónde antes pudimos enterarnos que la noche en que Duarte habría cometido suicidio fue a visitarlo a su departamento el Dr. Héctor J. Cámpora? Y que, tras la breve visita por razones que el futuro presidente de los argentinos señaló en un interrogatorio, era por cuestiones triviales (¿?), fueron juntos hasta la Residencia Presidencial. Sí. Juan Duarte horas antes de fallecer estuvo reunido con el Presidente Perón o, al menos -como de esto nada ha trascendido- estuvo en el lugar donde el General estaba.

Apenas horas más tarde, el cuerpo de Juan Duarte sería hallado con una bala atravesándole el cráneo.

ANTONIO LAS HERAS

© LA GACETA

Historias de empresarios tucumanos

El costado humano detrás de compañías líderes

Este libro refleja las historias de algunos de los más destacados empresarios y empresas de Tucumán. A través de ellas sobrevolamos tramos sensibles del devenir de la provincia y del país. Sus acciones juegan un rol determinante en la Historia de su comunidad, un papel que muchas veces no es debidamente percibido por los protagonistas y es dejado de lado por los encargados de relatar el recorrido de esa sociedad.

El título, Ellos hicieron, es otro acierto. Remite, por oposición, a Bartleby, el personaje de Melville que prefiere no hacer. Aparece, en las diez historias reunidas en el libro, una prepotencia de trabajo como rasgo común y predominante. Un culto a la acción en escenarios y contextos poco amigables para la inversión, la innovación y el riesgo. Cada capítulo ofrece una ventana para espiar la historia detrás de empresas como Citrusvil, Argenti Lemon, Citric, Censys o LA GACETA. Referentes y modelos en el campo citrícola, tecnológico o periodístico. También encontramos el costado humano, en los perfiles biográficos de Oscar Castillo, Roberto Martínez Zavalía, Martín Méndez Uriburu, Joaquín Ordeñana y Marcos Paz Posse. Historias de grandes logros pero también de fracasos resonantes, de constancias y de cambios, de idas, vueltas, certezas y dudas en hombres que dejaron su huella.

JUAN JOSÉ FERNÁNDEZ

© LA GACETA

Historia de un vínculo entre una madre adoptiva y su hija

Ramas de vida, entre asperezas y enfermedades, poesía y verdad

Memoria selectiva sobre el amor a una hija como parte del ser materno; una presencia que “regula y desregula mi metabolismo” dice esta mujer que clama con la experiencia de ser madre, como una raíz que la afirma en la tierra y se proyecta con un valor terapéutico. Una hija adoptiva junto a una madre que se propone narrar sus vivencias en un “tono epistolar”, representando el sentir de esas emociones, entre el deseo de adoptar y la fragilidad del vínculo que se fortalece a pesar de las crisis. Una madre que aprende y padece los ciclos de las demoras para obtener una “adopción plena”, las vicisitudes y los modos de superar cada trance que la realidad le ofrece.

La felicidad elige sus momentos y la imaginación la retiene junto a la imperante necesidad de la escritura, entre letras infantiles, palabras que son instantes, voces que juegan e incorporan el lenguaje escolar y se agrandan, reflexivas, durante el paso del tiempo que madura sabiamente.

Acuarelas, escritura que inmuniza; un bálsamo de aprendizajes alrededor de un entorno familiar que enseña sobre el amor y el ser de una madre adoptiva.

LILIANA MASSARA

© LA GACETA

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