Hugo E.Grimaldi
Toda dependencia contrasta habitualmente con la necesidad de una liberación. Así, lo expresaba el eslogan de campaña que -por orden de Juan Perón- llevó a Héctor J. Cámpora a la Presidencia en 1973 por lo que el lema era seguido bastante al pie de la letra por la juventud maravillosa de entonces. Todo indica que este clásico, como tantos otros de aquella época (“unidos o dominados”), podría ser abandonado ya bien pronto, debido a que el gobierno de Alberto Fernández se está calzando el traje de kirchnerista puro y parece decidido a cambiar la dependencia los EEUU y del FMI, por ejemplo, por otras dependencias supuestamente mejores como las que podrían ofrecer Rusia o China, dos países donde los derechos humanos no relucen por cierto, otra de las banderas del relato setentista.
En estos días de tironeos geopolíticos, derivados de haber llegado a estas instancias de incógnitas no resueltas en la propia interna del oficialismo –renuncia de Máximo Kirchner incluida- para no seguir con los pies dentro del plato del Fondo Monetario, lo que podría dar para pensar que con este viaje el Presidente busca congraciarse con su vice, ha sucedido una circunstancia dramática en el Conurbano bonaerense que tiene también su correlato justamente en la dependencia, en este caso de la droga entre los consumidores y del poder del narcotráfico que involucra a tantísimos actores de todos los niveles.
A la inversa que el papa Francisco, en el año 2015 Aníbal Fernández sostenía que en materia de drogas la Argentina era un país “de paso” y no de consumo. Puro relato, ya que la Iglesia, que dispone del servicio de informaciones más extendido de la Tierra, planteaba por entonces otra cosa porque los curas de las villas del Conurbano, sobre todo, informaban cómo había penetrado la droga en el tejido más pobre de la Argentina y como los jóvenes escondían su falta de miras en la dependencia que les había traído tantos años de repetición de políticas que atrasaban más de medio siglo. Así fue como, apoyada en las madres que veían cómo sus hijos estaba atrapados en sus adicciones por los narcos, María Eugenia Vidal ganó las elecciones en la provincia de Buenos Aires.
Tal como indican los cánones del “yo no fui” que tanto apasiona al kirchnerismo, las muertes de personas envenenadas nada menos que en esa región tan crítica y tan nutrida en votos tienen que ser adjudicadas a terceros y nunca a sus remanidas políticas que, por inservibles, generaron desempleo, la necesidad de subsidios de tantas familias y sobre todo la desesperanza que lleva a la droga. No es casual entonces que la culpabilidad de lo que ha sucedido con el corte de cocaína envenenada la haya sido endilgado a la ex gobernadora, ya que nunca digirieron aquella derrota.
Tampoco parece casual que unos días antes del suceso que ha terminado por ahora con dos decenas de vidas, la vicepresidenta de la Nación, Cristina Fernández, haya responsabilizado a las “doctrinas neoliberales” de la “aparición del narco”, situación que para ella se da “cuando el Estado no genera trabajo bien remunerado y no da educación y salud”. Y la emprendió contra el FMI en el mismo sentido: “¡Qué contradicción! Los que dicen que hay que hacer un ajuste y achicamiento del Estado después vienen y dicen que hay que combatir al narco”, abundó.
No está mal anudar el tema con la política porque el tráfico está extendido por todo el país, con focos ya verdaderamente imposible de vulnerar en el Conurbano bonaerense y sobre todo en Rosario, donde muere gente todos los días, incluidos bebés, debido a las peleas de mafias y a la instauración del sicariato. La gran sospecha es que no sólo la política ha preparado el terreno para el momento actual, sino que también todas las policías y la Justicia tienen conexiones de altísimo valor económico con las bandas y les brindan protección.
La droga mata, siempre. Porque la sumisión continua a dicho veneno la hace imprescindible para seguir adelante y no porque haya sido especialmente contaminada, por una guerra entre bandas o por circunstancias políticas. La droga se mete en el cuerpo y destruye y si se habla de dependencia, para el adicto la verdadera liberación nunca llega, salvo los tratamientos o el esfuerzo de un día a la vez que mitigan comportamientos y como pueden frenan la recurrencia, pero no la sacan de la memoria de por vida.