24 Octubre 2004
CONTRASTE. Mientras se restauran los viejos edificios históricos, la gente sigue viviendo en ellos.
LA HABANA. (De nuestro enviado especial, Roberto Delgado).- La belleza de los edificios de La Habana es tan sorprendente como su fragilidad. Tras medio siglo de escaso mantenimiento y casi nulas inversiones, hoy la capital cubana se inquieta con un promedio de 1,1 derrumbe parcial o total, mientras sus habitantes se esfuerzan por mantener a la urbe que más vestigios de la época colonial tiene en América Latina.
Ya en 1982, la Unesco advirtió el enorme valor de las viejas casonas y las iglesias coloniales (de los siglos XVIII y XIX) y de los señoriales edificios que usaban las clases media y alta antes de la revolución de Fidel Castro (1959). Y declaró a la ciudad patrimonio de la humanidad.
Pero sólo desde hace ocho años se trabaja fuerte en la recuperación de edificios. Un equipo a cargo del historiador Eusebio Leal tiene autonomía suficiente para encarar la tarea y recibe fondos derivados fundamentalmente del turismo, que cada vez deja más divisas a los cubanos.
Condiciones críticas
"En estos ocho años se rehabilitó el 33 % de los edificios", comentó Madelin Chinea, administradora de proyectos de vivienda de la Asamblea Municipal de La Habana vieja, cuyo centro histórico tiene 3.344 edificios, de los cuales 2.632 están habitados y 514 tienen alto valor cultural. Ya se determinó que 179 están en situación terminal y 572 en condiciones críticas. "Se hizo un mapa de riesgos y recursos y se trabaja con talleres comunitarios para determinar las necesidades de inversión. A la vez, hay un centro municipal de prevención de desastres", explicó Chinea. No sólo el tiempo y la falta de mantenimiento afectan a los bellos edificios de La Habana (ciudad que, en su totalidad, tiene 22.500 viviendas y 96.480 habitantes, mientras que la provincia tiene casi tres millones). También la afectan los problemas de inundaciones y crecidas del mar y como efecto de las lluvias veraniegas; la falta de desagües y de cloacas (hay muchos pozos ciegos), y los huracanes. En agosto sufrieron dos fuertes ciclones. Por eso, en todas las casas hay cintas cruzadas en las ventanas, para fortalecerlas.
"La idea es que podamos recuperar la ciudad histórica como un centro vivo, donde la población permanezca", dijo Madelin Chinea, al aludir al hecho de que por el área de patrimonio ya casi no circulan autos, pese a que esos viejos edificios están habitados. Por ello sorprende ver colgada ropa lavada de lujosos balcones. Los pobres viven en las casas que fueron de los ricos.
El miércoles la comitiva del gobernador José Alperovich visitó la Asamblea Municipal de La Habana vieja, cuyo funcionamiento fue explicado por su titular, Alberto Naranjo. Sobre todo se destacó que los planes surgen de las necesidades de la gente, tras un proceso de evaluación en los talleres comunitarios. Claro que las necesidades parecen mayores que las posibilidades: según el presidente de la Asamblea Provincial, Juan Contino Aslam, hacen falta 200.000 viviendas en la provincia de La Habana, y 90.000 están en muy mal estado.
ANALISIS
Razones del personalismo
Por Roberto Delgado
Los motivos del primer viaje oficial fuera del país en casi una década (el anterior viaje fue de Ramón Ortega a Chile) son consistentes. Los funcionarios de una provincia pobre, de pocos recursos, famosa por sus chicos desnutridos, van a ver cómo se organizó en salud y educación un país pobre y con pocos recursos. Si se saca la cuestión ideológica y el sistema político cerrado imperante en la isla, lo que se vio en Cuba es un ejemplo de cómo se puede organizar un sistema que garantiza un esquema de salud básico. Claro que el mismo gobernador José Alperovich se da cuenta de que, para eso, los cubanos tienen años formando a médicos preventistas y tienen un médico cada 62 habitantes, lo cual es, por ahora, impensable en Tucumán.
Alperovich es personalista e hiperkinético. Eso se vio en la maratón de encuentros con funcionarios de Cuba. "Yo no podía saber cuánto me bajó la desnutrición", dijo. A una funcionaria que se iba por las ramas la interrumpió: "quiero que rápidamente comencemos a concretar cosas. Para eso vino antes mi secretaria de Educación". En una charla con sus colaboradores definió: "no basta con ser buen administrador. Hay que tener poder político". Y le fascinó el hecho de que en Cuba "todos hablan el mismo idioma". Es decir, el idioma que dictó alguien que marca las pautas.
En Cuba no se nota cuando un funcionario se equivoca, porque se silencian las críticas. Tucumán, en teoría, no es igual. Alperovich se siente cada vez más fuerte. ¿Se animarán sus funcionarios a contradecirlo? En el viaje pareció sereno y atento a todo lo que le decían, pero incluso durante el paseo turístico por La Habana se notaba cuánto dependían todos de sus decisiones: ante una consulta de la guía, uno le preguntó:"¿a dónde nos gustaría ir, José?"
Dos mundos se entrecruzan en las penumbras
Anochece en La Habana. Los comercios cierran con prisa, y, a las 20.30, la ciudad se dispone al sueño. Se van los artesanos; cierran los locales con internet, y comienzan a circular menos autos. Todavía se conserva, como un atractivo turístico, la costumbre de disparar un cañonazo en la Fortaleza de La Cabaña. Cinco hombres disfrazados de soldados de la colonia llevan a cabo una ceremonia que recuerda que, a las 9 de la noche, se cerraban las murallas de la ciudad mientras un vocero gritaba: "¡silencio!"
El cubano que trabaja se va a cenar y a dormir. Otra gente puebla las calles al caer la noche, que parece hecha para el extranjero. Jóvenes mulatas, negras, blancas, castañas y rubias llaman a cualquiera que parece turista. "¿Quiere compañía, mesié`?", preguntan al pasar. Las chicas están atentas a cualquier mirada o gesto del extranjero, y en instantes se acercan a conversar. Dicen que quieren comer un sándwich o que tienen muchas necesidades. Mezclan historias reales con lo que saben que sorprende al turista, que no logra explicarse cómo viven los cubanos con sueldos de 20 dólares al mes. Un hombre las vigila de cerca y muchas veces las acompaña para ayudar a vender el producto.
Las chicas suelen acechar también los hoteles, donde están los dólares extranjeros. Y no sólo ellas. El cubano es atento, de hablar pausado y gentil; lo suficientemente curioso como para hacerle saber al visitante que se interesa por él y lo suficientemente discreto como para no contar demasiadas cosas personales, que no salgan de los lugares comunes sobre la vida y sobre el país. Cuba ha acentuado su política turística a fin de sacarle toda la utilidad posible. "La recuperación de edificios tiene 25 fuentes de financiación, y el turismo es fundamental en eso", dice Raúl Taladrid, ministro de Inversiones. "El agua en La Habana es provista por una compañía de Barcelona. Para solventar eso se buscó un sistema en que las divisas salgan del turismo", explica Juan Contino Aslam, presidente de la Asamblea Provincial.
Así, el extranjero encuentra un país servicial pero que le cobra muy caros sus servicios. Un café cuesta U$S 1,5; un mojito (trago con ron), U$S 3,75; una llamada telefónica a Tucumán puede costar U$S 17; internet, U$S 3 (15 minutos y luego un dólar por minuto); un sándwich de queso, U$S 6; una cena puede costar 35 dólares por persona, y siempre hay que dar propina. "El cubano espera la propina, eso es una tradición", cuenta Juan Carlos, un guía. Lo usual es dejar un dólar.
Una marea de extranjeros puebla los cafés y restaurantes de la zona histórica para escuchar a grupos de cantantes de son y bolero y ver a los bailarines de salsa. También va a los grandes hoteles, como el Habana Libre y El Nacional, que tienen restaurantes, bares y boliches, y a cabarets, como Tropicana (al aire libre) o la Riviera, que muestran la fuerza de la música y la danza. Hay visitantes alemanes, españoles y japoneses. Por los boliches siempre hay una legión de jóvenes bailarinas que se entretienen cantando en karaoke, hasta que encuentran compañía en medio del frenesí musical. Silenciosos empleados de los hoteles vigilan que los clientes no se tienten de más con las damas.
A las 3 se cierran los boliches y se termina la noche, incluso para el turista, y desaparece la fauna ávida de divisas para dejar lugar al trabajador cubano.
A las 7.20 amanece en La Habana. Pero mucho antes, la gente se ha levantado y salió a las rutas a hacer la botella (hacer dedo) porque no hay suficientes servicios de transporte. Se ven guaguas (ómnibus) en circulación, pero mucho más se ve gente en las banquinas y, sobre todo, estudiantes y mujeres jóvenes. Es su sistema de viaje preferido. Los automovilistas son muy solidarios. "¿No tienen miedo de que les pase algo?", se les preguntó. "No, chico; acá no hay peligro. Y además, igual hay que salir a trabajar", dice Marisel, una empleada de una empresa que produce colirios para ojos, que sube hasta en cinco vehículos distintos para llegar a su trabajo. Marisel es la otra cara de Cuba, la que no se vende al dólar y a quien el turista no ve. Sin embargo, trata al extranjero con la misma gentileza. "¿Disfrutó de su estadía? Le deseo buen viaje", dice con melodiosa simpatía, antes de bajarse en la ruta y perderse en la penumbra del amanecer cubano.
Ya en 1982, la Unesco advirtió el enorme valor de las viejas casonas y las iglesias coloniales (de los siglos XVIII y XIX) y de los señoriales edificios que usaban las clases media y alta antes de la revolución de Fidel Castro (1959). Y declaró a la ciudad patrimonio de la humanidad.
Pero sólo desde hace ocho años se trabaja fuerte en la recuperación de edificios. Un equipo a cargo del historiador Eusebio Leal tiene autonomía suficiente para encarar la tarea y recibe fondos derivados fundamentalmente del turismo, que cada vez deja más divisas a los cubanos.
Condiciones críticas
"En estos ocho años se rehabilitó el 33 % de los edificios", comentó Madelin Chinea, administradora de proyectos de vivienda de la Asamblea Municipal de La Habana vieja, cuyo centro histórico tiene 3.344 edificios, de los cuales 2.632 están habitados y 514 tienen alto valor cultural. Ya se determinó que 179 están en situación terminal y 572 en condiciones críticas. "Se hizo un mapa de riesgos y recursos y se trabaja con talleres comunitarios para determinar las necesidades de inversión. A la vez, hay un centro municipal de prevención de desastres", explicó Chinea. No sólo el tiempo y la falta de mantenimiento afectan a los bellos edificios de La Habana (ciudad que, en su totalidad, tiene 22.500 viviendas y 96.480 habitantes, mientras que la provincia tiene casi tres millones). También la afectan los problemas de inundaciones y crecidas del mar y como efecto de las lluvias veraniegas; la falta de desagües y de cloacas (hay muchos pozos ciegos), y los huracanes. En agosto sufrieron dos fuertes ciclones. Por eso, en todas las casas hay cintas cruzadas en las ventanas, para fortalecerlas.
"La idea es que podamos recuperar la ciudad histórica como un centro vivo, donde la población permanezca", dijo Madelin Chinea, al aludir al hecho de que por el área de patrimonio ya casi no circulan autos, pese a que esos viejos edificios están habitados. Por ello sorprende ver colgada ropa lavada de lujosos balcones. Los pobres viven en las casas que fueron de los ricos.
El miércoles la comitiva del gobernador José Alperovich visitó la Asamblea Municipal de La Habana vieja, cuyo funcionamiento fue explicado por su titular, Alberto Naranjo. Sobre todo se destacó que los planes surgen de las necesidades de la gente, tras un proceso de evaluación en los talleres comunitarios. Claro que las necesidades parecen mayores que las posibilidades: según el presidente de la Asamblea Provincial, Juan Contino Aslam, hacen falta 200.000 viviendas en la provincia de La Habana, y 90.000 están en muy mal estado.
Razones del personalismo
Por Roberto Delgado
Los motivos del primer viaje oficial fuera del país en casi una década (el anterior viaje fue de Ramón Ortega a Chile) son consistentes. Los funcionarios de una provincia pobre, de pocos recursos, famosa por sus chicos desnutridos, van a ver cómo se organizó en salud y educación un país pobre y con pocos recursos. Si se saca la cuestión ideológica y el sistema político cerrado imperante en la isla, lo que se vio en Cuba es un ejemplo de cómo se puede organizar un sistema que garantiza un esquema de salud básico. Claro que el mismo gobernador José Alperovich se da cuenta de que, para eso, los cubanos tienen años formando a médicos preventistas y tienen un médico cada 62 habitantes, lo cual es, por ahora, impensable en Tucumán.
Alperovich es personalista e hiperkinético. Eso se vio en la maratón de encuentros con funcionarios de Cuba. "Yo no podía saber cuánto me bajó la desnutrición", dijo. A una funcionaria que se iba por las ramas la interrumpió: "quiero que rápidamente comencemos a concretar cosas. Para eso vino antes mi secretaria de Educación". En una charla con sus colaboradores definió: "no basta con ser buen administrador. Hay que tener poder político". Y le fascinó el hecho de que en Cuba "todos hablan el mismo idioma". Es decir, el idioma que dictó alguien que marca las pautas.
En Cuba no se nota cuando un funcionario se equivoca, porque se silencian las críticas. Tucumán, en teoría, no es igual. Alperovich se siente cada vez más fuerte. ¿Se animarán sus funcionarios a contradecirlo? En el viaje pareció sereno y atento a todo lo que le decían, pero incluso durante el paseo turístico por La Habana se notaba cuánto dependían todos de sus decisiones: ante una consulta de la guía, uno le preguntó:"¿a dónde nos gustaría ir, José?"
Dos mundos se entrecruzan en las penumbras
Anochece en La Habana. Los comercios cierran con prisa, y, a las 20.30, la ciudad se dispone al sueño. Se van los artesanos; cierran los locales con internet, y comienzan a circular menos autos. Todavía se conserva, como un atractivo turístico, la costumbre de disparar un cañonazo en la Fortaleza de La Cabaña. Cinco hombres disfrazados de soldados de la colonia llevan a cabo una ceremonia que recuerda que, a las 9 de la noche, se cerraban las murallas de la ciudad mientras un vocero gritaba: "¡silencio!"
El cubano que trabaja se va a cenar y a dormir. Otra gente puebla las calles al caer la noche, que parece hecha para el extranjero. Jóvenes mulatas, negras, blancas, castañas y rubias llaman a cualquiera que parece turista. "¿Quiere compañía, mesié`?", preguntan al pasar. Las chicas están atentas a cualquier mirada o gesto del extranjero, y en instantes se acercan a conversar. Dicen que quieren comer un sándwich o que tienen muchas necesidades. Mezclan historias reales con lo que saben que sorprende al turista, que no logra explicarse cómo viven los cubanos con sueldos de 20 dólares al mes. Un hombre las vigila de cerca y muchas veces las acompaña para ayudar a vender el producto.
Las chicas suelen acechar también los hoteles, donde están los dólares extranjeros. Y no sólo ellas. El cubano es atento, de hablar pausado y gentil; lo suficientemente curioso como para hacerle saber al visitante que se interesa por él y lo suficientemente discreto como para no contar demasiadas cosas personales, que no salgan de los lugares comunes sobre la vida y sobre el país. Cuba ha acentuado su política turística a fin de sacarle toda la utilidad posible. "La recuperación de edificios tiene 25 fuentes de financiación, y el turismo es fundamental en eso", dice Raúl Taladrid, ministro de Inversiones. "El agua en La Habana es provista por una compañía de Barcelona. Para solventar eso se buscó un sistema en que las divisas salgan del turismo", explica Juan Contino Aslam, presidente de la Asamblea Provincial.
Así, el extranjero encuentra un país servicial pero que le cobra muy caros sus servicios. Un café cuesta U$S 1,5; un mojito (trago con ron), U$S 3,75; una llamada telefónica a Tucumán puede costar U$S 17; internet, U$S 3 (15 minutos y luego un dólar por minuto); un sándwich de queso, U$S 6; una cena puede costar 35 dólares por persona, y siempre hay que dar propina. "El cubano espera la propina, eso es una tradición", cuenta Juan Carlos, un guía. Lo usual es dejar un dólar.
Una marea de extranjeros puebla los cafés y restaurantes de la zona histórica para escuchar a grupos de cantantes de son y bolero y ver a los bailarines de salsa. También va a los grandes hoteles, como el Habana Libre y El Nacional, que tienen restaurantes, bares y boliches, y a cabarets, como Tropicana (al aire libre) o la Riviera, que muestran la fuerza de la música y la danza. Hay visitantes alemanes, españoles y japoneses. Por los boliches siempre hay una legión de jóvenes bailarinas que se entretienen cantando en karaoke, hasta que encuentran compañía en medio del frenesí musical. Silenciosos empleados de los hoteles vigilan que los clientes no se tienten de más con las damas.
A las 3 se cierran los boliches y se termina la noche, incluso para el turista, y desaparece la fauna ávida de divisas para dejar lugar al trabajador cubano.
A las 7.20 amanece en La Habana. Pero mucho antes, la gente se ha levantado y salió a las rutas a hacer la botella (hacer dedo) porque no hay suficientes servicios de transporte. Se ven guaguas (ómnibus) en circulación, pero mucho más se ve gente en las banquinas y, sobre todo, estudiantes y mujeres jóvenes. Es su sistema de viaje preferido. Los automovilistas son muy solidarios. "¿No tienen miedo de que les pase algo?", se les preguntó. "No, chico; acá no hay peligro. Y además, igual hay que salir a trabajar", dice Marisel, una empleada de una empresa que produce colirios para ojos, que sube hasta en cinco vehículos distintos para llegar a su trabajo. Marisel es la otra cara de Cuba, la que no se vende al dólar y a quien el turista no ve. Sin embargo, trata al extranjero con la misma gentileza. "¿Disfrutó de su estadía? Le deseo buen viaje", dice con melodiosa simpatía, antes de bajarse en la ruta y perderse en la penumbra del amanecer cubano.
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