Pese a todas las especulaciones y pronósticos, la epidemia del cólera nunca llegó a Tucumán en 1992. Las alarmas que se encendieron en el norte del país, en las localidades fronterizas con Bolivia, encandilaron la Casa de Gobierno. Pero en febrero de ese año se produjo una situación inédita. El gobernador Ramón Ortega había solicitado una licencia de más de dos semanas para solucionar situaciones personales en Miami, lugar donde residió antes de volcarse a la arena política. Quedó al frente del Poder Ejecutivo el vicegobernador Julio Díaz Lozano, quien fue en realidad el hombre que se encargó de tomar las primeras medidas en contra de la enfermedad.
A 30 años del inicio de esa crisis sanitaria, el ex vicegobernador buceó en su memoria para tratar de recordar los acontecimientos que se sucedieron en esos días. “Fueron jornadas intensas y de mucho movimiento. Tuvimos que tomar una serie de medidas porque sabíamos que los diagnósticos que nos daban los especialistas no eran buenos. Había que actuar sin perder mucho tiempo”, recordó Díaz Lozano en una entrevista con LA GACETA que sonrió cuando se le consultó si creía que la historia de la provincia no lo había tratado bien por no ser recordado por esa situación. Él no estaba solo en esas reuniones. Siempre estuvo acompañado por el ministro de Gobierno, Ricardo Falú, el de Asuntos Sociales, Alfredo Miroli, y el de economía, Paulino Ríos, que, en realidad, eran los fieles escuderos de “Palito”.
El ex vicegobernador reconoció que se vieron obligados a tomar medidas que no fueron muy populares y que hasta se transformaron en un problema para diferentes actividades económicas de la provincia. “Tenía que pensar en todos los tucumanos y era lo que nos pedían la sociedad a gritos. Los habitantes de la provincia sabían muy bien del antecedente del cólera en la provincia y por eso exigían respuestas inmediatas”, indicó. Cierre de fronteras; campañas masivas de prevención en todos los medios de comunicación; reunión interminables con funcionarios nacionales, provinciales, municipales y control exhaustivo de personas que arribaran de países limítrofes; la prohibición de ciertos productos (verduras y pescados de ríos, especialmente) que puso en peligro la subsistencia de varios pequeños comerciantes; inversión en los hospitales; capacitación a los médicos que sabían poco y nada del mal; persecución penal y suspensión de espectáculos masivos. “Hubo algunas que no fueron simpáticas, pero era lo que nos recomendaban los especialistas”, señaló Díaz Lozano. Cualquier similitud con el presente no es mera coincidencia. Era una crisis sanitaria.
Duros pronósticos
El 10 de febrero de 1992, nuestro diario publicó un lapidario informe que había sido elaborado por los expertos de la Organización Mundial de la Salud. Los especialistas plantearon dos escenarios diferentes sobre lo que generaría el ingreso del cólera a la provincia que estimaron se produciría ese mismo día. Si el brote era leve, se registrarían 5.712 casos, pero podrían ser unos 23.000 si el panorama se complicaba. El mismo titular del Siprosa, Elías Gregorio Alul, había dado a conocer ese trabajo estadístico, pero nunca se supo precisar cómo se habían obtenido esos números que nunca llegaron a cumplirse. “Todos los casos serán comunicados a la población, ya que el tema pasa por informar, no por alarmar. No tiene sentido esconder la información -agregó-, por el contrario, hay que darla para que la gente pueda protegerse más”, explicó en una entrevista
Con ese informe, LA GACETA publicó un mapa de la provincia donde se reflejaban cuantos casos se registrarían en cada uno de los departamentos de la provincia. En el tope del ranking se encontraba San Miguel de Tucumán (con 2.366 casos). Los cinco primeros puestos lo ocuparon Cruz Alta (660), Tafí Viejo (396), Monteros (260) y Lules (223). Nunca se consignó qué sistema se utilizó para llegar a ese resultado. Más allá de todas las dudas hubo una sola realidad: esa predicción jamás se cumplió.
En Casa de Gobierno no tuvieron tiempo para desconfiar de los números que dieron a conocer los especialistas de la OMS. Díaz Lozano relató que decidieron actuar con un plan mucho más ambicioso. “Cuando comenzaron a aparecer los primeros casos hicimos algo distinto. Enviamos personal del Siprosa para que observaran in situ cómo se producía el brote y cómo trataban a los enfermos y medicamentos producidos en nuestras farmacias al norte del país. Queríamos comenzar con la prevención allá por una sola cuestión: cuantos menos enfermos se registren en ese sector del país, menos posibilidades existían de que llegue a la provincia. Paralelamente, nos seguíamos preparando en la provincia”, explicó el ex vicegobernador.
Las tareas de preparación se llevaron a cabo rápidamente. Fueron el fruto de reuniones interminables en la que se decidió elegir tres hospitales de cabecera para atender los posibles casos: Avellaneda, Centro de Salud y Padilla. A cada uno de ellos se los equipó con camillas y sillas coléricas para atender a los pacientes. Un dato que no fue menor: se acordó que el hospital de Niños no se utilizaría para evitar contagios entre los pacientes. Y los casos que no sean tan graves, serían tratados en el centro asistencial de cabecera en el interior de la provincia. Luego, el hospital de Trancas, por su ubicación, también fue acondicionado y equipado para atender a las personas que llegaran del norte. Ese centro asistencial fue inaugurado por Ortega, que ya estaba en funciones. En el acto, un joven legislador oficialista mostraba con orgullo la importancia de esa inauguración. “Ojalá que nunca lo tengamos que utilizar”, le dijo ese día a LA GACETA Osvaldo Jaldo, actual vicegobernador a cargo del PE.
Chispazos políticos
El arco político de la provincia tuvo una inesperada e insólita reacción. Todos los opositores apoyaron públicamente las medidas que había tomado el Gobierno y sus dirigentes se ponían a disposición para colaborar. En medio de esa actitud, en el palacio gubernamental se registró una insólita reunión. Impulsada por el legislador Alfredo Linares, los dirigentes de Fuerza Republicana pidieron una audiencia a Díaz Lozano para ofrecer su ayuda. En principio, el parlamentario y sus compañeros de bancada, el intendente capitalino Rafael Bulacio y ediles. Pero todos se sorprendieron al observar a Antonio Domingo Bussi recorriendo los pasillos para participar del encuentro. “Frente a este peligro común, frente a esta amenaza que nos comprende a todos, los dirigentes de FR, haciendo honor a su filosofía, se creen en la obligación de venir oficialmente a ofrecer sus recursos, humanos y materiales, al gobierno, más allá de las banderías políticas y de un pasado. Frente al peligro que puede hacer blanco en un solo tucumano, todo lo demás se minimiza, lo cual no quiere decir olvido”, indicó el ex gobernador que fue condenado por delitos de lesa humanidad.
“Nadie lo esperaba, se sumó generando conmoción y una serie de rumores que afectaban a Díaz Lozano”, explicó un ex funcionario orteguista. Sucede que Bussi, al ser derrotado por Ortega en las urnas, se negó a reconocer el triunfo electoral del peronismo y no reconocía a “Palito” como mandatario de la provincia. Su presencia en la Casa de Gobierno, para los analistas políticos de la época, era nada menos que un reconocimiento. “Él, de alguna manera estaba reconociendo que la provincia estaba a cargo del gobernador. Pero algunos hicieron otra lectura: creyeron que se trató de una traición a ‘Palito’”, indicó la misma fuente.
“Esa fue una lectura equivocada y una torpeza de algunos dirigentes”, explicó Díaz Lozano. “Creo que la mayor contradicción fue la de Bussi mismo que al presentarse a ofrecer ayuda, terminó convalidando nuestro triunfo electoral. Además, hay otro dato importante: nadie esperaba que él se presentara. Terminó llegando de sorpresa, por lo que no se puede hablar de algo preparado e intencional”, explicó Díaz Lozano.
Críticas
En medio del afán oficialista de anunciar medidas y prohibir cosas, también aparecían voces de los detractores. Horacio Puga Mendilaharzu y Emilio Buabse, integrantes del Comité de Prevención del Cólera de la Universidad Nacional de Tucumán, plantearon otra realidad. “Hay centros asistenciales que no tienen lavandina y en los hospitales no hay incineradores para quemar la ropa y los guantes con los que se atenderán a los pacientes coléricos”.
“Este es un mal que no es conocido por los médicos que estamos ejerciendo la profesión. Algunos la vieron, pero no fue acá, sino en el extranjero, ya que en Tucumán no se registra un caso desde hace 80 años”, explicaron los médicos en una nota donde se anunciaba que la facultad de Medicina realizará un curso de actualización sobre este flagelo. “También es muy importante que los médicos sepan que no se deben derivar los casos. En Salta, por ejemplo, vieron al enfermo colérico e inmediatamente lo trasladaron hacia otro lugar. El paciente transitó distribuyendo el medio de contagio por todas partes, porque la diarrea es ininterrumpida”, añadieron.
También hubo entidades de gran peso social que se sintieron ofendidos al ser dejadas de lado en la lucha contra el mal. Cuando en 1886, el cólera azotaba a los tucumanos, el periodista español Salvador Alfonso fundó la filial provincial de la Cruz Roja. Fueron ellos los que realizaron las tareas de prevención, cuidado de enfermos, de limpieza y hasta se encargaron de gestionar ataúdes para los muertos. A pesar de ello, en esta oportunidad no fueron convocados a colaborar. “Hay muchas cosas que se pueden lograr a través de una gestión o de los contactos que tienen las diferentes entidades. Por eso, nuestra delegación nacional, que está dispuesta a prestar toda la colaboración necesaria, ya se movilizó. Consiguió de la filial de Alemania una planta potabilizadora de agua para la provincia de Formosa”, señaló en esos días Bernardo Batista, presidente de esa institución.
En esa oportunidad, el dirigente entregó a LA GACETA un original de la vieja proclama que estaba dirigida a todos los tucumanos y que precisaba una serie de medidas para combatir y prevenir el mal. “Hay que recorrer los barrios periféricos, entrar a los ranchos mal construidos de los humildes y llegar hasta las habitaciones para satisfacer las más perentorias necesidades de la vida. Son focos de infección que se mueven, que se agitan y que se trasladan de un punto a otro y que en un momento dado pueden esparcir por la ciudad el germen del mal aún sin haberlos sentido ellos mismos”, se pudo leer. Habían pasado más de 100 años de esa publicación y algunas cuestiones no se habían modificado a principios de los 90 y tampoco en nuestro presente. “Se dice en historia que hay ciclos que se repiten. Por eso es importante recordar lo que pasó para que la gente sepa y se atiendan los errores que se pudieron haber cometido”, concluyó Díaz Lozano.