Los Reyes Magos no regalan grandeza

Los Reyes Magos no regalan grandeza

La celebración de los Reyes magos ha pasado. Ese es el nombre que le han dado popularmente los fieles católicos a la festividad que evoca, en el Evangelio de Mateo, la adoración que los “sabios de oriente” dedicaron al Niño Jesús: abrieron sus cofres y le ofrendaron oro por su condición de “nacido Rey de los Judíos” (todo un símbolo de poder); incienso, que se ofrenda a las divinidades (todo un símbolo de fe); y mirra, usada para la unción de los muertos (todo un símbolo de la temporalidad). La Iglesia la consagra como “Fiesta de la Epifanía”. Sustantivo al que el Diccionario de la Real Academia define como “manifestación, aparición o revelación”. Hay todo de eso jugándose en esa tradición: no está claro si eran monarcas, ni magos, ni sólo tres y ni siquiera cómo se llamaban; pero sí está escrito que interpretaron los signos que se les manifestaban para llegar hasta donde se lo proponían: venían siguiendo una estrella hasta que se “detuvo” y entonces dieron con Jesús, José y María.

La fiesta de la democracia también ha pasado. “Ir a votar” es el nombre que le han dado popularmente los argentinos a la instancia en la que celebra a la democracia y que consagra a la república. El cronograma electoral les dio en llamar primarias abiertas simultáneas y obligatorias en septiembre y elecciones generales en noviembre. Mediante la renovación de diputados y de senadores nacionales, los argentinos hicieron sus votos, literalmente; y cuando se abrieron las urnas aparecieron las ciudadanas ofrendas al poder político, a la temporalidad de los mandatos y a la fe en el sistema de gobierno. Los resultados, como mundanas y domésticas epifanías (en los términos del diccionario), han manifestado signos. Están marcando desde el inicio a este recién comenzado 2022. Y también los rumbos de los protagonistas: unos se presumen reyes, otros se sueñan magos, pocos se muestran sabios.

Más allá

En el orden nacional, Juntos por el Cambio se comporta como si hubiera tomado nota de que las internas lo fortalecen. Hay una suerte de crispación que, si no es generalizada, cuanto menos sí es ruidosa, respecto de las posturas diferentes que se manifiestan dentro del espacio.

Algunas angustias son genuinas en ese electorado, porque surgen del temor de que se fisure el acuerdo. Otras críticas son interesadas, porque pretenden que dentro de un espacio plural todos deben encolumnarse detrás del discurso que impulsa uno solo de los socios. Y finalmente están aquellos que han perdido la batalla cultural contra el kirchnerismo y consideran que todo disenso interno es infame, desleal y hasta peligroso. Por caso, fue durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner cuando se creó la inconcebible “Secretaría de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional”. Los que anhelan el pensamiento único tienen allí un acervo donde abrevar.

Por el contrario, en esta instancia, cuando el año lleva apenas una semana, la multiplicidad de voces parece “negocio” político en la oposición. Para los fanáticos (así como hay “Ah, pero Macri” en el kirchnerismo hay “Ah, pero Perón” en la vereda del frente) están las posturas siempre paroxísticas de Patricia Bullrich: al mismo tiempo puede exigir la renuncia de una legisladora bonaerense Natalia Sánchez Jáuregui, que se pasó del Partido Fe al Frente de Todos, y auspiciar un eventual desembarco en Juntos por el Cambio de Sergio Berni, ministro de Seguridad del Frente de Todos en Provincia de Buenos Aires. Si la lógica es el antiperonismo, ahí hay contención. Para los moderados está Horacio Rodríguez Larreta: reclama que el oficialismo lleve al Congreso, como ámbito “natural”, el debate sobre un acuerdo o no con el FMI, en lugar de organizar reuniones entre el ministro de Economía Martín Guzmán con los gobernadores. Para los que reniegan de este Gobierno, pero también de la gestión de Mauricio Macri, surge el mandatario jujeño Gerardo Morales, que reconoce que a la deuda con el Fondo la tomó Cambiemos, de modo que lo menos que pueden hacer sus referentes es escuchar qué tiene que decir el actual Gobierno al respecto. Finalmente, para los que consideran válido oponerse a todo está la Coalición Cívica de Elisa “Lilita” Carrió, que cuestiona el proyecto de Presupuesto nacional 2022 por considerarlo un dibujo impresentable, pero también objeta que Juntos por el Cambio haya motorizado su rechazo.

Hoy, entonces, ese frente aparece como una suerte de paleta de acuarelas donde todo aquel que esté desencantado con el Gobierno, y no sea un ciudadano con una ideología neta de izquierda o de derecha, puede encontrar un “color” que pinte su postura política.

Con esa multivocicidad llegaron a las PASO y le propinaron al Gobierno la peor derrota en la historia electoral del peronismo. Es más: la inercia de ese triunfo le sirvió a Juntos por el Cambio para ganar también las generales de noviembre: el oficialismo reaccionó, logró revertir algunos puntos y hasta recuperar algunos distritos, pero la suerte ya estaba echada.

Precisamente, al Frente de Todos las primarias no le sentaron bien. Pero no por la dinámica de las PASO sino por la naturaleza de la interna de poder del oficialismo: en lugar de resolver las diferencias en las urnas, democráticamente, el oficialismo fue con lista unificada, mientras se despedazaba públicamente por espacios de poder. La Vicepresidenta le cambiaba por carta el Gabinete al Presidente de la Nación: si debilitar política e institucionalmente a un jefe de Estado fuera un deporte, Cristina sería olímpica. Por las redes sociales, con formato epistolar, le mandó a decir en 2020 a Alberto Fernández que en su gabinete había funcionarios que no funcionaban. Y el año pasado, como si fuera una comentarista de la política ajena a los barquinazos de la gestión, ella le cargó a él toda la responsabilidad por el desastre en las urnas.

Una docena de ministros y secretarios kirchneristas le presentaron la renuncia al mandatario nacional. Es decir, lo amenazaron con el vacío de poder. Terminó eyectado a sus propios fieles del equipo de Gobierno, y soportando que el 17 de octubre, en Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, hubiera un acto por el Día de la Lealtad en el cual era blanco de todas las críticas. ¿Qué creían: que las “listas únicas” iban a maquillar que son una coalición de Gobierno estallada? El oficialismo actual es una alianza de varios peronismos: el de los gobernadores, el de los gremios, el del massismo y el del kirchnerismo. El Presidente es, a los efectos de ese nucleamiento, un gerente que nunca fue accionista.

“Los muchachos peronistas / todos unidos triunfaremos”, dice la marcha que entonó Hugo del Carril. Ni esa certeza dejaron en pie. Tampoco aquella metáfora del fundador que postulaba que el peronismo eran tan fértil que cuando parecía que peleaban en realidad se estaban reproduciendo. No fue así esta vez: se estaban matando, nomás. Y muy en serio.

Esta, por cierto, es la vía de acceso al escenario tucumano. Uno que admite lecturas similares, aunque por otras vías. Y con otros elementos: aquí el oficialismo estalló, pero no perdió.

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El PJ tucumano no aguanta otra interna. Esa certeza no surgió en septiembre sino en noviembre. En las PASO se movilizó toda la dirigencia, pero no para una primaria sino para una guerra civil en términos políticos. Manzuristas vs. Jaldistas a matar o morir. Lo curioso es que todo ese esfuerzo fue tan sólo para ratificar lo que ya se sabía desde que llegaron al poder: el éxito de esa fórmula consistía en que funcionaban como binomio. Lo cual, por cierto, lo descubrieron ellos mismos. Herederos del político más electoralmente temible que tuvo la democracia, como fue José Alperovich, Manzur y Jaldo arribaron a una temprana conclusión: Alperovich podía contra uno o contra el otro, pero no contra los dos juntos. Lo probaron en 2019.

De las PASO salió un ganador y un perdedor. El oficialismo se quedó con el 50% de los votos de la provincia: 30% de Manzur, 20% de Jaldo. Pero en paralelo se derrumbaba el Frente de Todos a nivel nacional, el Gobierno de Alberto Fernández entraba en terapia intensiva y mandaban a buscar a Manzur, médico al fin, para que se hiciera cargo de conducir el gabinete. Entonces Jaldo asumió en la gobernación y fueron, otra vez juntos y de la mano, a la elección general: lograron 42% de los votos y estuvieron a dos puntos de perder contra Juntos por el Cambio. ¿La razón? La interna dejó demasiados heridos. Su resolución no sanó las heridas. Y hubo una hemorragia de voluntades sangrando por esos tajos.

Y no sólo eso. Juntos por el Cambio logró en Tucumán el 35% de los votos en septiembre. Y el 40% de los votos en noviembre. De acuerdo con los guarismos del oficialismo en las PASO surge que el manzurismo, en soledad, no le gana a ese frente. El jaldismo tampoco.

Pero así como el PJ tucumano demoró hasta las generales en darse cuenta de que no está en condiciones de sobrevivir en el poder otra interna, también en Juntos por el Cambio tardaron hasta noviembre para darse cuenta de que las internas de septiembre le sentaron bien. Al final, los electores tucumanos terminaron haciendo, en las urnas, el trabajo que los dirigentes no supieron, no pudieron o no quisieron hacer en las nóminas de precandidatos. La lista con alfaristas y radicales terminó siendo más atractiva que una sólo con unos o sólo con otros.

Eso sí, también hay una enseñanza surgida de los signos de las urnas para ese sector opositor. Una lección que sólo es posible porque estuvieron “a punto” de ganar. En 2019, cuando Manzur y Jaldo obtuvieron 513.000 votos, contra los 200.000 de Vamos Tucumán, los 140.000 de FR y los 115.000 del alperovichismo, no había ninguna lectura por sacar de las ruinas: podían ir todos juntos y todavía perdían por 60.000 votos. Ahora es distinto. En noviembre la diferencia fue mínima. Frente a la posibilidad del triunfo como algo cierto y no como una utopía, la “verdad” estadística que se le presenta a Juntos por el Cambio es que amplian el frente o pierden. Porque no pudieron ganarle al oficialismo ni en las PASO ni en las generales.

Tanto para el oficialismo como para la oposición, 2022 será un año de lucha contra la mezquindad. El que siga la estrella de las grandezas políticas llegará al poder. Los que sean consumidos por las pequeñeces puede seguir escribiendo cartitas para los Reyes Magos.

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