Un experimento con Google y el juego de la vida

Un experimento con Google y el juego de la vida

Hubo un tiempo en el que los auditorios de las universidades se colmaban de personas. Alumnos y profesores compartían un reducido espacio y su arquitectura priorizaba siempre a quien estaba en el estrado. Las bancas miraban hacia el centro, rodeándo en forma de escalinatas al escenario y sobre ellas los presentes tomaban nota de lo que presentaba el expositor o la expositora del momento. Pero esa tarde, como otras tantas por aquellos tiempos, no había una persona en el centro. Había una pantalla, grande, casi toda blanca salvo por el logo de Google que flotaba sobre una caja de búsquedas vacía, todavía.

Según dijo el presentador del evento, íbamos a presenciar un experimento. No había tubos de ensayo, ni pócimas humeantes, ni cables por ningún lado. Solo la pantalla del buscador. El hombre, agradable y empático con la audiencia, comenzó a tipear en su computadora y la casilla vacía del buscador comenzó a reaccionar ante cada carácter publicado. Las letras, finalmente, formaron una frase, aunque incompleta todavía. “Tengo 20 años” decía el texto, aunque dicha frase no correspondía con la edad del expositor, era parte del experimento. Google comenzaba a revelarnos, con su sistema de autocompletado predictivo, las confesiones más íntimas de sus usuarios. “Tengo 20 años y no me cambia la voz”, “tengo 20 años y no sé qué hacer con mi vida”, “tengo 20 años y mis padres me controlan”, fueron algunas de las frases que estaban en el ránking de resultados.

Los textos sugeridos iban cambiando según la edad con la que se iniciaba la frase. Luego de las bromas, risas y sugestivas lecturas de los resultados iniciales, el presentador saltó a los 30 y luego a los 40 años. Solo bastaron dos décadas para pasar de la preocupación de una pubertad tardía para asomarse a los indicios del desgaste físico: “tengo 40 años y me oriné durmiendo”, “tengo 40 y se me olvidan las cosas”, “tengo 40 y no veo de cerca”. El auditorio, predominado por chicos y chicas aún estudiantes, siguió riéndose ante el paso del tiempo que el experimento develaba. Las penas y los miedos de una generación ajena estaban expresados en una pantalla, sin nombre ni apellido, pero con la clara contundencia para describir cómo algunos llegan a la mitad de la vida.

Google explicó en una oportunidad cómo funcionan las herramientas de búsqueda predictivas pensadas para brindar al usuario sugerencias sobre lo que está buscando. Las mismas están elaboradas a partir de lo que millones de usuarios ya buscaron en el pasado, en el mismo idioma y en un período de tiempo determinado. Además, Google sigue un sistema automatizado por el que una serie de algoritmos deciden en qué orden deben aparecer los resultados, basándose en qué contenidos van a ser más útiles para el usuario, según explicaron en su blog oficial. El buscador realiza mejoras constantes de estas sugerencias y quienes ayudan a optimizar los resultados somos nosotros. Cada vez que tipeamos una búsqueda, el sistema incorpora dicho interés en sus servidores para alimentar sus sistemas de aprendizaje automático y algoritmos, siempre respetando la privacidad de la persona.

El experimento siguió y con un salto de 20 años en las búsquedas los resultados obviamente cambiaron. “Tengo 60 años y no tengo aportes”, “tengo 60 años y me duelen los senos”, “tengo 60 años y estoy sola”, fueron algunos de las frases aparecidas en la pantalla. La preocupación por la jubilación se expresaba en diferentes consultas, lo que evidenciaba una clara tendencia de este grupo etario. Podemos aportar un elemento al experimento: si hacemos esta búsqueda hoy mismo vamos a encontrar “tengo 60 años, cuándo me toca la tercera dosis”, una sugerencia ausente en los tiempos del auditorio colmado.

Otro salto más en la franja etaria arrojó resultados un poco más certeros: “tengo 80 años y soy virgen”, “tengo 80 años y me estoy muriendo”, “tengo 80 años y me siento de 20”. Si alguien dijo que las personas adultas no utilizan internet, evidentemente está equivocado. Utilizan esta tecnología y confían en que el buscador les arroje alguna pista para surfear los años pasados y venideros. La preocupación ya no era el cuerpo ni el dinero, era la propia vida, como cuando a los 20 años los usuarios aún no sabían qué hacer con ella.

El experimento finalizó. Se prendieron las luces del auditorio y el presentador tomó el estrado nuevamente. Dijo que quería mostrarnos cómo el buscador resolvía consultas complejas y que a pesar de que existían diferencias, el sistema sugería patrones y tendencias. Pero el experimento en realidad dijo más de nosotros que de una tecnología. Mal que nos pese, somos seres dubitativos. La intriga y la ignorancia nos acompañan toda nuestra existencia y aunque cambiemos el contenido de las preguntas, nos vamos a cuestionar todo por más seguridades que alcancemos con la experiencia y los años. Secretas o reveladas a una pantalla, nuestras dudas son una huella de lo que fuimos y también de lo que seremos. Por eso, por más inteligencia artificial que tengamos, la pregunta humana es el inicio de todo.

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