Los demonios políticos del Gobierno nacional aparecen de vez en cuando en su propio espacio. Irónico, pero siempre los principales socios son los que terminan convirtiéndose en los artífices de grandes fracasos políticos del oficialismo en el Congreso.
En 2008, el entonces vicepresidente de la Nación, el radical Julio Cobos -compañero de fórmula de Cristina Fernández de Kirchner-, sacudió al Gobierno y al país con su voto “no positivo”, resolviendo el conflicto en favor del campo al voltear la polémica resolución 125 de retenciones móviles.
Esa madrugada, minutos antes de que Cobos bajara el martillo, el presidente del bloque oficialista de la Cámara Alta, Miguel Ángel Pichetto -en ese tiempo un disciplinado escudero del kirchnerismo-, pronunció una frase de Jesús a sus discípulos que anticipaba un final adverso para el Poder Ejecutivo Nacional: “lo que haya que hacer, hagámoslo rápido”. Eran las 4.20 del 17 de julio.
Ayer, Máximo Kirchner, a las 10.02 preanunciaba un final igualmente contrario a los intereses del Gobierno nacional, con una frase menos profunda y con más llanura popular: “votemos y terminemos el show, por favor”. No fue el otrora socio radical de Cristina -al que demonizaron luego desde el peronismo-, sino el propio hijo de la vicepresidenta quien hizo estallar por los aires un posible acuerdo con la oposición por el Presupuesto 2022. La oposición lo convirtió en el demonio político que obturó el consenso entre los dos espacios. Lo marcó un iracundo Cristian Ritondo, jefe del interbloque de Juntos por el Cambio, después de escuchar a Kirchner. Afirmó que hasta antes del discurso del presidente del bloque del FdT, su bloque tenía decidido acompañar el pase a comisión del proyecto de Presupuesto, pero que las acusaciones de Kirchner lo hicieron cambiar de parecer. Fue la justificación. El demonio cambiaba de nombre pero compartía el recinto con Cobos.
“Nos tenemos que respetar. Diálogo es respeto al otro, y entender cuando uno gana y cuando uno pierde. En la ciudad de Buenos Aires nunca el kirchnerismo nos votó un presupuesto. En Buenos Aires nunca nos votó un presupuesto. Y en el gobierno de Mauricio Macri nunca nos votaron un presupuesto”, dijo. Y acotó: “si quieren gobernar, dialoguen. No lo digan en la campaña. Porque cuando ganan no dialogan. Y cuando pierden, tampoco”.
¿Qué es lo que dijo el hijo de Cristina para ofuscar a los opositores y dinamitar, como se repitió, el posible arreglo entre oficialismo y oposición? Básicamente, el diputado nacional por Buenos Aires volvió a fustigar la toma del crédito del FMI por parte de Mauricio Macri, aunque dirigiéndose en duros términos contra los opositores. “Me llama poderosamente la atención el comportamiento de un ex vicejefe de Gobierno, de una ex gobernadora de Buenos Aires, un ex ministro del Interior y el ex presidente de esta Cámara ante una situación gravísima en la que dejaron este país cuando lo endeudaron en U$S 44.000 millones. Lo que uno quiere es votar un pedido de un Presidente que se compromete a enviar dos proyectos al Congreso cuando llegue el acuerdo con el Fondo Monetario. Ojalá hubieran reaccionado en el pasado tan meticulosa y agudamente quienes hoy son oposición para pedir que tamaño endeudamiento pasara por este Congreso para cuidar nuestra democracia. Quizás fue la cobardía de no poder mandar ese proyecto acá; votemos por sí o por no y terminemos con el show”. Y el show concluyó con una tremenda derrota para el Gobierno. Todos los dardos, de opositores principalmente y hasta de oficialistas, apuntaron al hijo de Cristina como el responsable de tamaño fracaso político en el Congreso. Máximo, el demonio oficialista, para propios y extraños.